En conjunto, Leopold guardaría una grata memoria de su más temprana infancia, al margen de haber sido el indiscutible preferido de la, para el resto, temible abuela paterna. Siempre manifestó aprecio hacia su propio padre, Franz:

Franz no había sido agraciado con una buena salud. Con frecuencia cedía a las "indisposiciones", pero, eso sí, llevaba sus achaques con apacible aquiescencia. Según Leopold, el rasgo de carácter más destacado en aquel hombre era su afabilidad. Se trataba de un hombre de trato fácil y ameno, que había recibido una esmerada educación y disfrutaba leyendo obras de tipo científico o tratando de incrementar su colección pictórica.
Franz se había enamorado "a simple vista de cuadro" de la condesa Augusta Reuss zu Ebersdorf. La verdad es que el papá de Augusta, Enrique XXIV de Reuss-Ebersdorf, tenía, aparte del hijo que garantizaba su propia sucesión, tres hijas: nuestra Augusta (la mayor), Luise y Sophie Henriette. Tener que colocar en el mercado matrimonial a tres hijas no era ninguna bagatela y el hombre, que era bastante listo, decidió aprovechar a su favor el hecho de que la primogénita Augusta era una auténtica belleza, de esas cuya fama enseguida traspasa fronteras. Demostrando su agudeza, el conde Reuss-Ebersdorf propició que el gran pintor Tischbein utilizase a Augusta como
modelo para su "Artemisia".

El cuadro que reflejaba a aquella Augusta de dieciocho años como una criatura de enigmática hermosura "triunfó" entre las grandes familias del Sacro Imperio. Enseguida se multiplicaron los pretendientes para la moza de Reuss zu Ebersdorf. Nuestro Franz de Saxe-Coburg-Saalfeld hubiera dado cualquier cosa, incluso las mayores joyas de su biblioteca o de su galería artística, para postularse, pero no pudo porque, en esa época, ya se había arreglado su boda con la jovencísima Sophia de Saxe-Hildburghausen. Hubiese sido impensable que el ernestino Franz rompiese la palabra dada a la ernestina Sophia por un repentino "coup de foudre" hacia la "Artemisia" de Tischbein. Así que Franz se dispuso a ser un buen marido para Sophie. Sin embargo, el destino tenía otros planes: la muchacha se murió antes de que se hubiesen cumplido siete meses de la boda, a consecuencia de una feroz cepa de gripe. Enseguida, Franz pudo pedir la mano de Augusta, que, en otros retratos, luce estupenda, pero no tanto como lució gracias al pincel del gran Tischbein. Para muestra un botón:

En cualquier caso, posteriormente, Leopold describiría a su madre como una mujer de corazón cálido y agudo intelecto, o sea, una mezcla perfecta de sentido y sensibilidad.
El caso era que, en la pequeña corte de Coburg, "nunca pasaba nada", excepto que los controladores de finanzas se estrujaban las meninges para resolver el sobreendeudamiento público y que los emigrados franceses, los nobles que huían de la tremenda Revolución, íban llegando en oleadas a aquel bucólico rincón de Turingia. Pero, fuera de eso, nunca pasaba nada excepto alguna desdicha doméstica. Por ejemplo, en 1792, cuando Leopold tenía dos años de edad, su madre Augusta dió a luz otro niño de naturaleza delicada, bautizado con los nombres de Franz Maximilian; ese mismo año, falleció la pequeña Marianna, de cuatro años. Cuando Augusta estaba apenas sobreponiéndose a la muerte de Marianna, Franz Maximilian también se malogró. En menos de dos años, había enterrado a dos criaturas, pero podía considerarse, a pesar de ello, una madre afortunada, porque tenía siete hijos que parecían claramente destinados a alcanzar la madurez.
Y luego, en 1796, se produjo el gran acontecimiento, el que marcó sin lugar a dudas un punto de inflexión en la historia de los Coburg-Saalfeld...