
Hay mujeres que parecen "predestinadas" a acabar encontrándose de frente con una auténtica tragedia. En ese sentido, un caso muy especial lo constituye la princesa María Amelia Luisa Helena de Orleans, nacida en York House, Twickenham, Inglaterra, el 28 de septiembre de 1865. Cuando esa niña creció y se transformó en una moza casadera, los pretendientes que se barajaron para ella fueron, esencialmente, tres:
1.-El gran duque ruso Nicholas Mikhailovich, hijo de Mikhail Nicolaevich con su esposa Olga Feodorovna. Nicholas conoció a Amelia en París, a principios de la década de 1880, y se sintió fascinado por la joven, de la que elogió su elevada estatura, su magnífica figura, sus bellos ojos y sobre todo su hermosura interior. Pese a las serias intenciones del Romanov hacia la muchacha Orleans, surgió un claro inconveniente: la diferencia religiosa. Él era ortodoxo, ella católica, y no había forma de obtener una conversión por parte de la joven ni tampoco permiso papal para un matrimonio mixto. Por eso, el asunto quedó en agua de borrajas.
2.-El archiduque Franz Ferdinand de Austria. En realidad, fue una idea que arraigó firmemente en la cabeza de la princesa Clementine de Saxe-Coburg, una tía de Amelia. Clementine, toda una casamentera, consideró que esa sobrina de sorprendente porte sería la princesa católica que necesitaba tener a su lado el heredero del trono imperial. Dispuesta a que ambos se conociesen en un marco favorable, invitó a la joven a visitar Viena. Pero, para entonces, había trascendido "el plan" de Clementine, suscitando la oposición tanto del gobierno republicano francés como de la cancillería prusiana. El archiduque austríaco, que tampoco es que estuviese muriéndose de ganas de participar en ese encuentro concertado con la francesita, se marchó de Viena rumbo a Egipto justo poco antes de la llegada de Amelia.
3.-El príncipe heredero Carlos de Portugal. Con su metro setenta y cinco de estatura frente al metro ochenta y seis de estatura de Amelia, fue el que se llevó, finalmente, el gato al agua.
Conclusión:
Si Amelia se hubiese casado con el entusiasta Nicholas Mikhailovich, hubiese hallado en el camino el colapso de la Rusia Imperial, la revolución bolchevique y la matanza de Romanovs subsiguiente. De hecho, Nicholas falleció, junto con distintos miembros varones de la familia, fusilado cerca de la fortaleza de San Pedro y San Pablo, en San Petersburgo, después de pasar un calvario de largas semanas en la tétrica prisión Spalernaia.
Si Amelia se hubiese casado con el reticente Franz Ferdinand probablemente se hubiese hallado al lado de él en un carruaje recorriendo las calles de Sarajevo, mientras un grupo de conjurados paneslavistas aguardaban, situados en distintos lugares de la ruta, el momento adecuado para perpetrar un magnicidio.
Pero...
...Amelia se casó con Carlos. Y acabó encontrándose con el drama acaecido en Terreiro do Paço el uno de febrero de 1908, unos años antes de que tanto Nicholas como Franz Ferdinand afrontasen cada uno el terrible desenlace de sus vidas.