La boda de Isabel II y Francisco de Asis.
Años después de su boda, concertada por puros motivos dinásticos, con su primo el infante Francisco de Asís, la reina Isabel II de España declararía con su proverbial gracejo algo parecido a: "¡Qué se puede esperar de un marido que lleva en su noche de bodas más encajes que la novia". Isabel, una moza entrada en carnes, de figura voluptuosa, tenía un temperamento intenso y pasional; no podía resignarse a la idea de que la hubiesen casado con un tipo de buena presencia, pero con fama de afeminado y de homosexual. Los españoles, con un malicioso sentido del humor, enseguida le apodaron "Paquito Natillas", que era de "pasta flora" porque "meaba en cuclillas" como "una señora". Numerosas coplillas ironizaban abiertamente sobre la cuestión de si el consorte, cuando íba al excusado, orinaba de pié u orinaba sentado.
Francisco de Asís.
Isabel se encontró en una penosa situación. Su hermana menor, la infanta Luísa Fernanda, podía interpretar el papel de casada
modélica, ya que le habían procurado un marido, el francés Antoine de Montpensier, con un carácter marcado por la ambición y propenso a las intrigas políticas, pero que, al menos, "no perdía aceite". En lo que atañía a la soberana, si quería un poco de romanticismo o al menos de pasión en su existencia, le tocaba salirse a buscarlos fuera del ámbito conyugal porque dentro de él no había ni la menor posibilidad. Probablemente, el guapo general Francisco Serrano (la soberana le denominaba "el General bonito") fuese su primer amante, pero a partir de cierto momento, cayó rendida en brazos del gallardo aristócrata oficial de caballería José Ruíz de Arana y Saavedra. Aunque en este terreno no hay forma de dilucidar por completo a quien debería atribuírse la paternidad biológica de la primera criatura concebida por la reina Isabel, no es una apuesta arriesgada mencionar a José Ruíz de Arana y Saavedra, posterior duque de Baena.
A medida que avanzaba la gravidez de Isabel, se íba concitando una enorme expectación hacia el inminente alumbramiento de la monarca. Cuando llegó la hora de "aliviarse de la preñez", estaba en su alcoba Francisco de Asís (padre oficial para el bebé que venía pugnando por salir al mundo...), pero también su madre, la ex reina regente María Cristina, y su hermana, la infanta Luísa Fernanda. María Giraldez, duquesa de Gor, cumplía su papel de camarera mayor, asistida por una serie de damas de confianza, mientras el médico de cámara ponía su ciencia al servicio de aquel natalicio tan significativo para la dinastía española. En una sala contigüa aguardaba noticias el infante Francisco de Paula, padre de Francisco de Asís y tío paterno de Isabel, en compañía de Antonio de Orleans, duque de Montpensier, el marido de la infanta Luísa Fernanda que estaba a punto de perder el rango de presumible heredera de la corona de la hermana mayor. El presidente del gobierno, Bravo Murillo, junto con los principales ministros, fueron llegando a medida que transcurría el tiempo.
Al final, isabel tuvo una niña a la que se denominaría Isabel. Pero una chiquitina que, eventualmente, ostentaba el rango de princesa de Asturias, debía disponer de una casa completa asignada a su persona: la duquesa de Gor y su hija mayor, marquesa viuda de Povar, ostentan los cargos de mayor distinción en la corte que se forma, si bien el papel principal, a esas alturas, corresponde, por pura lógica de la naturaleza, a un ama de cría cuidadosamente elegida en una de las provincias vascas: María Agustina de Larrañaga y Olave. El puesto de ama de cría distinguía para siempre a la que lo ocupaba: la reina Isabel todavía se acordaba con cariño de su nodriza de antaño, Francisca Ramón.
Francisco de Asís no se quedó junto a la esposa recien parida ni con la niña en torno a la que se organizaba semejante parafernalia. Había cumplido su misión de portar a la bebé envuelta en lienzos sobre una bandeja de plata a la sala de palacio en la que la habían reconocido y admirado los más distinguidos personajes del país. Los rumores aseguraban que no había querido hacerlo pero le habían forzado a ello, tras lo cual habría decidido marcharse al palacio de Riofrío, en Segovia, a practicar la caza.