Este es el gran duque Mikhail Nicolaevich Romanov:

Se trata del último de los siete retoños que la zarina Alexandra Feodorovna de Rusia, nacida princesa Charlotte de Prusia, proporcionó a su esposo, el zar Nicholas I. Observando ese conjunto de siete vástagos imperiales, Mikhail venía siendo el cuarto entre los cuatro varones; eso le situaba en la línea de sucesión por detrás de sus hermanos mayores: Alexander, Constantin y Nicholas. Siempre tuvo claro que era posible, pero en absoluto probable, que llegase a heredar el trono de los Romanov. A fín de cuentas, para que se produjese tal acontecimiento, previamente hubiesen tenido que encadenarse una serie de tragedias que se cobrasen la vida de Alexander, Constantin y Nicholas antes de que ninguno de ellos hubiese logrado engendrar, a su vez, varones. Mikhail no era un iluso ni le reconcomía la ambición. Estaba conforme con ser quien era y con estar exactamente dónde estaba. A lo largo de su existencia, serviría con lealtad inquebrantable a cuatro zares: su padre, Nicholas I; su hermano, Alexander II; su sobrino, Alexander III y su sobrino nieto, Nicholas II.
En su juventud y madurez, Mikhail resultó ser un hombre extremadamente atractivo. Tenía un rostro agraciado y una magnífica planta, pero, además, llevaba la cabeza firmemente asentada encima de los hombros. Centraba sus energías en su carrera militar, pero también manifestaba un saludable interés por la política. De su buen carácter nos da una idea clara y precisa el hecho de que, años después, la reina Victoria de Inglaterra, que
detestaba a todos los rusos, escribiese acerca de él...
"[Es un hombre] absolutamente encantador, muy dulce y con excelente humor...Nos ha seducido y comprendo que, a dónde quiera que vaya, todos, pequeños o adultos, le amen".
Imaginaos lo que debía impactar Mikhail para que Victoria (repitamos: una acérrima detractora de los imperiales Romanov...) le dedicase tales piropos. Claro que en la reina Victoria también influía, positivamente, el conocimiento de que Mikhail -a diferencia de tantos otros Romanov...-, se mantuvo, durante décadas, completamente fiel a la mujer con la que se había casado por amor.
La mujer que le conquistó fue esta princesa...

...llamada Cecilia de Baden o, si queremos mostrarnos rigurosos, Cäcilie von Baden. Cecilia, una verdadera preciosidad, no había crecido en un plácido y armonioso entorno doméstico. Su padre, el gran duque Leopold de Baden, había ascendido a tan elevada dignidad sencillamente porque una lamentable concatenación de factores había extinguido la línea masculina de la dinastía de Zähringen; los badenenses, en semejante tesitura, habían aceptado que se transformase en soberano el mayor de los hijos fruto de un segundo matrimonio morganático del extinto margrave Karl Friedrich de Baden con la muy ambiciosa y controvertida Luise Karoline Geyer von Geyersberg, condesa Hochberg. En cualquier caso, para reforzar su posición, un tanto dudosa, ese Leopold de Hochberg que se encontró de pronto en el papel de gran duque Leopold I de Baden contrajo nupcias con la princesa Sophie de Suecia, cuya madre, Frederika, había sido una de las hijas de un medio hermano mayor de Leopold. O sea, que Sophie era medio sobrina nieta del tipo con quien tuvo que casarse para favorecer la transición de los Zähringen a los Hochberg en Baden.
Leopold y Sophie NO fueron felices. Él parece haber sido un hombre atormentado que había desarrollado una fuerte dependencia del alcohol. En cuanto a ella, no disimulaba su frustración y enojo porque la hubiesen empujado a casarse con su medio tío abuelo. En Baden, se decía que Sophie trataba de consolarse en los brazos de una serie de amantes. Había quien aseguraba que algunos de los hijos que Sophie había tenido no habían sido engendrados por Leopold. De forma concreta, se atribuía la paternidad de la benjamina, Cecilia,
Llegados a este punto...si sumáis dos y dos, el resultado será que Cecilia de Baden no figuraba para nada entre los "partidos destacados y apetecibles" del mercado matrimonial interdinástico de la época. Había demasiadas "pegas" que ponerle a la muchacha. Obviamente, si Baden hubiera figurado entre las potencias continentales, los cuatro o cinco países que se repartían el bacalao, esas objeciones cederían ante el pragmatismo político. Pero Baden constituía simplemente uno más en el surtido de ducados germánicos. Así que en las cortes "de fuste" no veían ventajas sustanciales en una eventual boda de sus príncipes con aquella princesa que, a través de su padre, tenía por abuela a una simple condesa Hochberg, esposa "de la mano izquierda", a quienes los rumores acusaban de haber cometido incluso el secuestro de un inocente bebé para acelerar la extinción de los Zähringen que beneficiaría a su hijo Leopold. La madre, Sophie de Suecia, también era cuestionable: hija de un rey Vasa destronado y exiliado, que se había separado a continuación de su esposa princesa de Baden para vivir con una amante en Suiza; presuntamente infiel y quizá, además, capaz de endosarle al marido tío abuelo los bastardos de...un burgués judío.
En cierto
modo, Cecilia representa el papel de Cenicienta en la historia. Parecía destinada a un matrimonio más o menos aceptable, pero en ningún caso brillante. Así que provocó un alud de comentarios que, de pronto, se enamorase de ella nada menos que uno de los hijos del casi todopoderoso zar de Rusia. En la corte de San Petersburgo, no se recibió con agrado la noticia de que el gran duque Mikhail quería comprometerse con Cecilia de Baden. No obstante, Nicholas I había muerto menos de dos años antes y su desolada viuda, Alexandra Feodorovna, acabaría saltando por encima de las reticencias y cautela ante la constatación de que Mikhail amaba de veras a Cecilia. No se trataba de una infatuación pasajera, de un capricho que pudiese diluírse igual que una voluta de humo en el aire. El nuevo emperador, Alexander II, estuvo dispuesto a encajar la situación con garbo: él mismo se había casado también por amor con María de Hesse, otra princesa de escaso relieve a la que se acusaba de haber nacido fruto de un adulterio. Así que Mikhail repetía la pauta de Alexander, quien, naturalmente, una vez que la zarina viuda Alexandra Feodorovna dejó de presentar objecciones, abrió la mano generosamente a su hermano y futura cuñada.
Cecilia abandonó Baden sin tristeza ni pesadumbre, para seguir a Mikhail a San Petersburgo. Se mostró dispuesta a renunciar a su fe luterana para convertirse a la ortodoxia, en la que recibió el nombre de Olga Feodorovna. La boda se celebró, con la fastuosidad que caracterizaba a los Romanov, en la capilla del Palacio de Invierno el 28 de agosto de 1857.