Toooooooooooodooo este asunto viene de lo mismo: la Corte española en la segunda mitad del siglo XVIII era la mayor concentración de hijos de meretriz que había en el hemisferio norte. Así de claro. Un verdadero nido de víboras donde unos y otros se daban verdaderas puñaladas traperas por llegar al poder, mientras que el rey de turno, desde arriba, hacía las veces de árbitro
moderador de semejante carnicería. En aquellos campos de batalla se batían el cobre gente de la talla de Floridablanca por un lado, y en el opuesto el partido aragonés liderado por Aranda.
Los tres monarcas borbones que han tenido problemas serios, Carlos IV, Isabel II y Alfonso XIII, los tuvieron por los mismos motivos: no dejaron gobernar a las elites, generalmente divididas en dos grupos, o se inclinaron descaradamente por uno de ellos excluyendo al otro.
Carlos III no tuvo problemas con ellos. Sabía cuál era exactamente su papel y, sobre todo, cuál era la dimensión real de su poder. Siempre dejó que sus ministros gobernaran, él se limitaba a señalarlos con su real dedito, unas indicaciones básicas y poco más. Si el Rey estaba contento, premio al canto, si torcía al morro, ministro depuesto. Toda la maquinaria funcionaba a la perfección, engrasadita desde hacía siglos, pero Carlos, príncipe de Asturias, hijo y heredero de Carlos III, tenía ideas propias. Sísisiisi, no era lerdo, ni iletrado, ni na de na. Pero era un iluso, y encima un iluso honorable y con principios.