Quisiera comenzar dejado una breve reseña sobre su vida basada en los trabajos de Will Durant, Sarah Bradford y Cambrige Modern History tomo 6
Cesar BorgiaAlejandro tenía sobrados motivos para estar orgulloso de su hijo: Cesar era un atractivo hombre de cabellos negros y ojos profundos, alto, fuerte y valiente. Pensar que este personaje era más bien un monstruo es no profundizar en la evidencia. Uno de lso embajadores alemanes le describía como: "un joven de gran inteligencia y excelente disposición, alegre y siempre de buen humor" otro escribía que era: "incluso más guapo que su hermano el Duque de Gandía"
La gente no podía dejar de apreciar su garbo, destreza en el mando y una actitud superior que tiene todo aquel que cree haber heredado el mundo, las mujeres le admiraban pero encontraban difícil enamorarse de él puesto que, al contrario que su padre y sus hermanos, no era el sexo femenino lo principal en su escala de prioridades. Estudió derecho en la Universidad de Perrugia y, aunque no dedicaba demasiado tiempo a los libros considerados "culturizantes", escribía versos de vez en cuando y tenía buen gusto para el arte: cuando el Cardenal Raffaello Riario desdeñó laescultura de un cupido durmiente, obra de un joven y desconocido artista florentino llamado Miguel Ángel Buonarroti, fue Cesar quien pagó una buena suma por obtener la obra.
Claramente su carrera eclesiástica no era vocacional, Alejandro le hizo arzobispo de Valencia en 1492 y cardenal un año después, en realidad Cesar nunca se ordenó sacerdote. Desde que una ley canónica prohibía ordenar cardenales a hijos bastardos, Alejandro en una Bula publicada el 19 de Septiembre de 1482 lo declaró hijo legítimo de Vanozza y d´Arignano. En 1497, poco después de la muerte de Giovanni, Cesar fue a Nápoles como delegado papal en la coronación del Rey de Nápoles; quizás le impresionara este acto porque a la vuelta le pidió insistentemente a su padre que le dejara renunciar sus votos y a su carrera eclesiástica. No había forma de escapar a este destino a no ser que Alejandro admitiera públicamente que Cesar era su hijo ilegítimo, cosa que hizo consiguiendo que inmediatamente la ordenación de cardenal fuera invalidada (17 agosto de 1498). Restaurada su ilegitimidad, Cesar retornó al juego político.
El matrimonio de Cesar se solucionó cuando Louis XII pidió al Papa la anulación de su matrimonio, al que había sido forzado, y que según él, nunca había sido consumado. En octubre de1498, Alejandro envió a Cesar partir hacia Francia con el decreto de divorcio para el Rey. Encantado con el divorcio y más feliz aún ante la posibilidad de casarse con Anne de Bretaña, viuda de Carlos VIII, Louis ofreció a Cesar la mano de Charlotte d´Albret, hermana del Rey de Navarra; además hizo del hijo del Papa duque de Valentinois y Diois, dos territorios franceses sobre los que el papado tenía ciertos derechos.
El matrimonio selló una alianza entre el Pontífice y un Rey que planeaba abiertamente invadir Italia para tomar bajo su poder Milán y Nápoles. Este pacto rompió la alianza de la Santa Liga que Alejandro había ayudado a formar en 1495, preparando de este
modo el escenario propicio para las guerras de Julio II.
Alejandro por fin había encontrado al general que tanto ansiaba para que llevara a las fuerzas armadas de la Iglesia hacia la reconquista de los Estados Pontificios.
Louis XII contribuyó a la causa con ejército bien equipado, aunque pequeño para luchar contra una docena de déspotas, pero Cesar estaba ansioso por partir hacia la victoria. Para añadir un arma espiritual, el Papa proclamó una solemne Bula declarando que: Caterina Sforza y su hijo Octavio dominaban Imola y Forlí-- Pandolfo Malatesta dominaba Rimini-- Giulio Varano dominaba Camerino—Astorre Manfredi dominaba Faenza—Guidobaldo dominaba Urbino—Giovanni Sforza dominaba Pesaro—sólo porque habían usurpado todas estas tierras, propiedades y derechos a la Iglesia, perpetrando la justicia y la ley; eran tiranos que habían explotado a sus súbditos y abusado de sus poderes, y como tales debían ser expulsados, si no por su propia resignación, por la fuerza de la espada.
Posiblemente lo que Alejandro pretendía era unificar un reinado para dejárselo en herencia a su hijo. El mismo Cesar soñaba con esta posibilidad; Maquiavelo así lo hubiera deseado, enorgulleciéndose ante la visión de una Italia unida y bajo el poder de un hombre fuerte e inteligente que echara a todos los invasores. Al final de su vida, Cesar, lamentaría no tener otra meta que recuperar los estados de la Iglesia para la Iglesia, y que se contentaría con que el gobernador de la Romagna fuera vasallo del Papa.
En enero de 1500, Cesar y su ejército marchó a través de los Apeninos hacia Forlí e Imola donde ganó el pulso del asedio a Caterina Sforza. La reconquista pasó por ofrecer una convincente suma de dinero a Paolo Orsini para que se uniera a las fuerzas papales con su ejército; Paolo le apoyó junto a otras familias nobles que siguieron su ejemplo, de la misma forma reclutó los soldados de Baglioni, señor de Perugia, y comprometió a Vitelli para liderar la artillería. Louis XII le envió un pequeño regimiento pero Cesar no necesitaba ya de la ayudada francesa. En septiembre de 1500 atacó los castillos ocupados por los hostiles Colonna y Savelli en el Latium. Uno tras otro fueron entregándose. A lo largo del siguiente año Cesar guió sus tropas con valentía, coraje y audacia, demostrando tener grandes dotes de mando y estrategia militar, utilizó la astucia para seducir al enemigo, ganarse aliados, persuadió a los más reticentes para que le apoyaran, trató con cortesía a los vencidos y se ganó una merecida fama de brillante militar. El 20 de julio se rindió el último enemigo del Papa, Camerino, y por fin todos los Estados Pontificios volvieron a ser Pontificios. Entusiasmado Maquiavelo escribió sobre él: "Es un Señor espléndido y magnífico y tan audaz que cualquier empresa por difícil que sea la maneja como si fuera sencilla . Par ganar gloria y dominios se roba a sí mismo su reposo, y no conoce ni el peligro ni la fatiga. Llega antes que sus propósitos hayan sido comprendidos. Se hace querer entre sus soldados, eligiendo para ello a los mejores de toda Italia. Estas cosas son las que le han hecho victoriosos y formidable, junto a la ayuda perpetua de la buena suerte".
Por el otro lado Italia estaba plagado de personas que deseaban su desgracia. Venecia, aunque le había convertido en ciudadano honorífico (gentiluomo di Venezia) le molestaba ver cómo los Estados Pontificios eran de nuevo fuertes y controlaban la costa Adriática. Pisa y Florencia le temían, los Colonna y Savielli, y en menor grado Orsini, habían sido arruinados por sus conquistas, creando una coalición en su contra. Incluso sus propios hombres que habían liderado brillantemente sus tropas, no estaban tan seguros de que no fueran sus dominios los próximos en ser atacados. Vitelli reunió a todos estos hombres y familias resentidas y amenazadas para crear una organización cuyo fin era volver las tropas en contra de su general, capturarle y asesinarle, terminando con su dominio sobre la Romagana y los marquesados, restaurando a sus antiguos señores.
La conspiración comenzó con brillantes victorias, sin embargo Cesar actuó con rapidez apropiándose de la herencia que había dejado el Cardenal Ferrari, financiando un nuevo ejército de 6000 hombres. Mientras tanto Alejandro negoció individualmente con los conspiradores, haciéndoles solemnes promesas, y ganándo de muchos de ellos su obediencia. A finales de octubre la conjura había fracasado y todos sellaron la paz con Cesar.
En cuanto a la vida marital del general esta fue prácticamente nula, Cesar veía su matrimonio como una cuestión de estado y por lo tanto no se sentía obligado a mostrar ningún amor por su esposa. La había dejado con su familia en Francia a donde ocasionalmente escribía y le mandaba regalos, esta le había dado una hija durante las guerras pero no volvió a verla. La Duquesa de Valentinois vivió una
modesta y retirada vida en Bourges, esperando que su marido la mandara llamar, cuando Cesar, al final de su vida, se encontró arruinado y desertado ella intentó llegar hasta él y a su muerte vistió la casa de luto donde permaneció encerrada hasta su muerte.
Parece que el único afecto real que Cesar sentía era por su hermana Lucrezia , a quien amaba tanto como se puede amar a un ser humano, mucho más de lo que se ama a una hermana. A pesar de los peligros que para él representaba el ir a visitarla a Ferrara donde ella se encontraba enferma, Cesar se desvió de su camino hasta llegar a su casa donde en sus brazos la sostuvo mientras los médicos la sangraban y no se apartó de su lecho hasta que Lucrezia mejoró considerablemente. Cesar no estaba hecho para el matrimonio; tuvo muchas amantes pero ninguna le duró excesivo tiempo, estaba demasiado consumido por el ansia de poder que no podía permitir que ninguna mujer le apartara de su camino.
En Roma vivía retiradamente, trabajando de noche y asistiendo a pocos actos diurnos. Trabajaba muy duro en los asuntos pertinentes a los Estados de la Iglesia y siempre encontraba tiempo para asistir las necesidades de sus dominios. Aquellos que le conocían le admiraban y respetaban, era popular entre sus soldados a pesar de su severidad y la disciplina que les imponía.
Su vida apartada le hacía blanco de sospechas y sátiras, sobre todo de feos rumores que embajadores hostiles y aristócratas enemigos inventaban o extendían. Muchos de estos rumores acusaban a los Borgia de envenenar a ricos cardenales para heredar sus fortunas, uno de estos asesinatos fue confesado por un sirviente bajo tortura, quien contó que había asesinado al cardenal Micheli por orden de Alejandro y Cesar. Un historiador del siglo veinte no daría ningún tipo de credibilidad a las confesiones arrancadas bajo tortura.
La estadística prueba que la mortalidad entre cardenales fue tan elevada durante el papado de Alejandro como en el de sus predecesores y sucesores, pero no hay duda de que en aquella época era peligroso ser cardenal y rico. Isabella d´Este escribió a su marido previniéndole contra Cesar de quien no creía tuviera ningún escrúpulo incluso con su propia familia, parece ser que la cuñada creyó la historia que acusaba a Cesar de haber asesinado a su hermano, el Duque de Gandía. Los cotilleos en Roma hablaban de cierto veneno, con base de arsénico, que vertido sobre la bebida o la comida, actuaba lentamente sin posibilidad de ser detectado en una autopsia. Los historiadores han rechazado comúnmente la teoría de los famosos venenos del Renacimiento como parte de una leyenda, pero creen que efectivamente existieron algunos casos de envenenamiento por orden del Papa a pesar de la falta de evidencia.
Algunas historias aún peores se contaban sobre Cesar: para divertir a Lucrezia y a su padre, éste organizaba una fila de reos de muerte a los que atravesaba con sus flechas en un acto de destreza. A estas leyendas podríamos añadir múltiples orgías con cortesanas desnudas correteando por los aposentos de Cesar, además de la acusación de incesto, puesto que se creía que el amor que Lucrezia y Cesar sentía el uno por el otro era algo menos casto que puramente filial
Lucrezia BorgiaAlejandro admiraba y hasta temía a su hijo, pero adoraba a su hija con todo la intensidad con la que era capaz. Parece ser que se deleitaba con su
moderada belleza, su precioso y largo cabello color sol (tan pesado que incluso le daba dolores de cabeza) y en la devoción que la hija sentía por su padre. No era particularmente bella, pero fue descrita en su juventud como dolce ciera (dulce rostro) una expresión que permanecería hasta su muerte a pesar de los horrores que tuvo que vivir: divorcios, asesinatos, intrigas...
Como todas las italianas de su tiempo que lo podían permitir fue a un convento para recibir una completa educación. Auna edad que desconocemos se trasladó de la casa de su madre a la casa de una prima de su padre, Donna Adriana Mila, donde conoció a la nuera de su tía, Guilia Farnese, con quien entabló una sincera amistad que duraría hasta el resto de sus días. Favorecida por la buena fortuna, Lucrecia vivió una infancia feliz y acomodada.
Esta sensación de felicidad duraría hasta su primer matrimonio. Probablemente no se sintió ofendida cuando su padre le escogió un marido; este era el procedimiento normal para todas las mujeres de su clase. Alejandro, como cualquier otro soberano, pensaba que los matrimonios de sus hijos debían avanzar al mismo son con el que los intereses de su estado. Nápoles era por entonces hostil a Roma y Milán era enemiga de Nápoles; de tal forma que su primer matrimonio, a la edad de trece años, fue con Giovanni Sforza, de veintiséis, Señor de Pesaro y sobrino de Ludovico, regente de Milán (1493) Alejandro preparó la casa de los recién casados en un lugar cerca del Vaticano para poder tener a su hija próxima a él. Pero Sforza debía vivir en Pesaro buena parte del año llevándose con él a su joven esposa. Ella languidecía en tan lejanas costas, tan remotas de su padre y más aún de la vida bulliciosa y cosmopolita que Roma le ofrecía; después de unos meses volvió de nuevo a la capital donde se reencontraría con su marido más tarde. El 14 de julio de 1497 Alejandro pidió a Sforza que consintiera en la anulación de su unión matrimonial a causa de su impotencia—la única causa reconocida por la ley canónica para la anulación de un matrimonio legítimo. Lucrezia, quizás por pena, quizás por vergüenza se retiró a un convento. Unos días más tarde el Duque de Gandía era asesinado, las malas lenguas sugirieron que el crimen había sido cometido bajo las órdenes de Sforza, quien celoso se vengaba de Giovanni Borgia por haber intentado seducir a su esposa. El marido negó su impotencia y acusó a Alejandro de tener relaciones incestuosas con su hija. El Papa congregó un comité de investigación, liderado por dos cardenales, para averiguar si el matrimonio había sido consumado. Lucrezia con todo el aplomo del que fue capaz se sometió a las pruebas, y se le aseguró a Alejandro que Lucrezia era todavía virgen.
Ludovico propuso a su sobrino demostrar que no era impotente delante de una delegación papal en Milán, Giovanni declinó la oferta pero firmó una admisión formal en la que declaraba que el matrimonio nunca había sido consumado, le devolvió a Lucrezia su dote de 31,000 ducados y en diciembre de 1497 el enlace era anulado.
Es posible que Alejandro hubiera roto el matrimonio con la intención de hacer mejores alianzas políticas, pero es más probable que Lucrezia contara la verdad acerca de la consumación. En cualquiera de los casos el Papa no iba a dejar a su hija soltera. Con la intención de acercarse a su enemigo, Alejandro, propuso al Rey Federico la unión de Lucrezia con Don Alfonso, Duque de Bisceglie. El Rey accedió y un documento oficial fue firmado en junio de 1498, en agosto la boda era celebrada en el Vaticano.
Lucrezia facilitó enormemente las cosas enamorándose de su marido. Ella tenía entonces dieciocho años y él diecisiete, pero las cosas empeorarían por culpa de la mala fortuna y la política. Cesar Borgia rechazado en Nápoles, buscó novia en Francia (octubre de 1498); Alejandro entraba de esta forma en una alianza con Louis XII, el declarado enemigo de Nápoles. El joven Duque de Bisceglie enfermaba viendo como la Roma en donde vivía se llenaba de agentes franceses: marchó hacia Nápoles. A Lucrezia se le rompió el corazón, para entretenerla Alejandro la hizo regente de Spoleto (agosto 1499); Alfonso se reunió allí con ella; Alejandro les fue a visitar a Nepi y se los llevó con él a Roma donde Lucrezia tuvo su primer hijo, al que llamaron Rodrigo en honor de su padre.
Pero el mayor problema de la joven pareja residía el odio acérrimo que se procesaban los dos cuñados. , quizás por el carácter temperamental de Alfonso o tal vez porque Cesar representaba la alianza con los franceses. En la noche del 15 de julio de 1500 unos bandidos atacaron a Alfonso cuando volvía de la catedral de San Pedro, fue herido de gravedad pero se las arregló para llegar hasta la casa del Cardenal de Santa María en Portico. Lucrezia se desmayó al ver las condiciones en las que se hallaba su joven marido, le atendió día y noche junto a su hermana Sancia. Alejandro envió una guardia de dieciséis hombres para protegerle de posibles nuevos ataques. Cierto día mientras Cesar paseaba por un jardín cercano, Alfonso convencido de que aquel era el hombre que había contratado a la banda que le había intentado asesinar y quizas como su primer marido creyendo aquellos rumores del incesto, tomó una ballesta disparando a Cesar en el corazón. La flecha falló su propósito por muy poco y Cesar no estaba dispuesto a darle una segunda oportunidad a su enemigo: mandó sus guardias al cuarto de Alfonso, teóricamente a darle una lección, pero le ahogaron con una almohada hasta que murió. Alejandro aceptó la muerte de Alfonso según la versión que le dio Cesar, encargó para Alfonso un pequeño funeral, e hizo lo imposible por animar a la inconsolable Lucrezia.
Se retiró a Nepi, donde escribió cartas firmándolas como la infelicissima principessa, ordenando misas para el descanso del alma de su difunto marido. Aunque parezca extraño, Cesar la fue a visitar a Nepi solamente dos meses y medio después del asesinato de Alfonso. Lucrezia era influenciable y paciente; parece ser que ella entendía la muerte de Alfonso como la defensa que su hermano tenía que hacer frente al que había atentado contra su vida. No parece que ella creyera que hubiera sido Cesar el hombre que contratara a los infructuosos bandidos que intentaron matar a su marido, aunque esta la posible explicación de otro de los misterios del Renacimiento. Durante el resto de su vida dio muestras más que suficientes de que quería a su hermano, quizás porque, como su padre, él también la adoraba con intensidad. Pudiera ser que por estos motivos tanto en Roma como en la rencorosa Nápoles la siguieron acusando de incesto; un de las plumas de la época la llamó: "La hija del Papa, esposa y nuera" Estas perfidias se las tomó también con cierta resignación. Todos los estudiosos de la época actualmente coinciden en que todos estos cargos fueron crueles calumnias, pero semejantes acusaciones tan escabrosas han perdurado a través de los tiempos. (Cambrige, Modern History)
Que Cesar matara a Alfonso con la intención de confirmar una nueva alianza política es improbable. Tras un periodo de luto Lucrezia fue ofrecida en noviembre de 1500 al Duque Ercole de Ferrara para casarla con su hijo Alfonso, y no fue hasta septiembre de 1501 que sonaron las campanas de boda. Como ni Ercole ni su hijo habían visto a Lucrecia, siguieron los trámites diplomáticos acostumbrados de la época, pidiendo a Ferrarese, embajador en Roma, que enviara un informe sobre su persona, morales y virtudes. El embajador contestó con lo siguiente:
Ilustrísimo Señor: Hoy durante la cena, Don Gerardo Saraceni y yo, hemos ido a ver a la Ilustre Madonna Lucrezia para presentarle nuestros respetos en el nombre de su Excelencia y Su Majestad Don Alfonso. Hemos tenido una larga conversación sobre distintos aspectos. Es una mujer de lo más amable e inteligente además de estar dotada de todas las bendiciones. Su Excelencia y el Ilustre Don Alfonso—según nuestra más humilde opinión—estará encantado con ella. Aparte de ser extremamente bondadosa en todos los aspectos, es
modesta, tierna y decorosa. Además es una piadosa y devota cristiana, temerosa de Dios. Mañana irá a confesar y en Navidades recibirá la comunión. Es una mujer realmente hermosa, pero su encanto es aún más cautivador. Resumiendo, su carácter es tal que es imposible sospechar que exista algo "siniestro" en ella.
Don Alfonso fue convencido y envió un magnífico cortejo de caballeros para escoltar a la novia de Roma a Ferrara. Cesar Borgia equipó doscientos cavaliers para acompañarla, además de músicos y bufones para entretenerla durante el arduo camino. Alejandro, orgulloso y feliz, le procuró un cortejo de 180 personas incluyendo a cinco obispos. Vehículos especialmente diseñados para la ocasión, y 150 mulas, trasladaban su ajuar. El 6 de enero de 1502, Lucrezia comenzó su viaje por Italia para reunirse con su prometido Roma jamás había presenciado semejante espectáculo y probablemente tampoco Ferrara. Después de veintisiete días de viaje, Lucrezia fue recibida a las afueras de la ciudad por el Duque Ercole y Don Alfonso con una soberbia cabalgada de nobles, profesores, setenticinco arqueros montados, ochenta trompeteros y catorce carros llevando a las mujeres de la alta aristocracia elegantemente vestidas. Cuando la procesión llegó hasta la catedral, dos trovadores cantaron la belleza de su nueva señora.