A principios del año 1873, esa residencia situada a los pies del célebre Monte Locven estaba habitada por el
knjaz (príncipe) Nikola I Mirkov Petrović-Njegoš y la esposa de éste, Milena Vukotić. Nikola, con treinta y dos años, estaba en el apogeo de su madurez...
Milena, por su parte, contaba veintiséis años...
Los dos llevaban casados doce años, en el transcurso de los cuales habían tenido ya cinco retoños. Nada más estrenar el año que hemos tomado como referencia temporal, esperaban, de hecho, el nacimiento de la sexta criatura.
Sólo diecinueve meses atrás, en vísperas de que se produjese el desenlace del quinto embarazo, Nikola y Milena habían estado bastante nerviosos e incluso preocupados. Hasta entonces, Milena había probado su fertilidad con cuatro natalicios, pero se daba la casualidad de que únicamente habían tenido hijas. La primera, Ljubica, había sido recibida con agrado a pesar de su sexo. La segunda, Militza, había sido acogida con cierto desencanto debido a su sexo. La tercera, Anastasija, se había visto aceptada casi a regañadientes. La cuarta, Marija, había colmado la resistencia a la frustración y la capacidad de resignación de sus padres.
Por suerte, a la quinta había sido la vencida: un saludable varón, bautizado con el nombre de Danilo, había merecido una entusiasta e incluso eufórica bienvenida.
Precisamente porque tenían a Danilo, Nikola y Milena se permitieron relajarse en el curso de la sexta gravidez de la princesa. Cuando el ocho de enero ella se puso de parto, no había ninguna tensión acumulada en la atmósfera. En el transcurso de pocas horas, llegó al mundo una quinta princesa montenegrina. Con el permiso de Nikola, Milena anunció, complacida, que se llamaría Jelena, en honor a la abuela materna de la bebé: Jelena Voivodić.