Una historia de bodas y nacimientos...El 10 de marzo de 1863, en la capilla de Saint George, en Windsor, se celebra un casamiento. El novio se llama Albert Edward, príncipe de Gales, aunque se le conoce, generalmente, por el apelativo de Bertie. La novia, Alexandra, cariñosamente denominada Alix, procede de Dinamarca. El pueblo británico se ha entusiasmado con ese enlace; todos y cada uno parecen arrobados porque, esta vez, la que ha llegado para convertirse en esposa del heredero NO ES ALEMANA. En realidad, habría mucho que decir al respecto: con una rápida ojeada al árbol genealógico de la princesa danesa, se descubre al instante que su herencia genética es, primordialmente, germánica. Pero los ingleses se han quedado con el detalle de que se trata de una DANESA. Por añadidura, una jovencita muy hermosa y a la que no le falta encanto. Para esa muchacha, hubiesen deseado una boda rodeada de esplendorosa pompa en Londres. Sin embargo, la reina Victoria no ha hecho concesiones a la galería. Todavía no se han cumplido QUINCE MESES desde la muerte de su adorado esposo, el príncipe Albert. Sigue enlutada de la cabeza a los pies y profundamente afligida. Todos deberían entender que, por lo que a ella se refiere, el mundo entero podría irse al garete; bastante tiene con prolongar su duelo, mimar su depresión y, en especial, insistir en un constante tributo a la memoria de Albert.
Fallecido Albert, Victoria había tomado la firme decisión de llevar a cabo lo que hubiera sido aprobado por el difunto. Albert había promovido el compromiso de su hija la princesa Alice con el príncipe Louis de Hesse. En consecuencia, Victoria accedió a que Alice se casase con Louis el 1 de julio de 1862. Pero se había tratado de una ceremonia privada, en Osborne House, la villa de estilo italiano situada en la isla de Wight. De hecho, los esponsales de Alice habían parecido un funeral, con abundancia de crespones negros y lloros tanto de la madre de la novia, que no se resignaba a la viudedad, como de las hermanas de la novia, sin duda influídas por aquella atmósfera tan cargada de recuerdos del ausente cuyo retrato presidía el evento.
Albert también había estado de acuerdo en que Bertie debía comprometerse con la bonita Alix de Dinamarca. Lo cierto es que, resumiendo mucho, Albert había caído mortalmente enfermo después de exponer su delicado organismo a una lluvia torrencial y un viento gélido con el único motivo de visitar a su hijo Bertie en Cambridge para amonestarle seriamente. Una efímera aventura de Bertie con la moza irlandesa Nellie Clifden había provocado una absoluta consternación en Albert, que siempre había sido un
modelo "de pureza" y no mostraba ninguna empatía en relación con los "pecados contra el sexto mandamiento" del resto de los varones. Por ir a cantarle las cuarenta a Bertie, Albert había afrontado una climatología adversa y su salud, bastante precaria, no aguantó el embite. Por supuesto, ese episodio había indignado a Victoria con Bertie. Enseguida determinó que Bertie debía abandonar Inglaterra para realizar una amplia gira, de varios meses de duración, por tierras lejanas. El príncipe visitó Egipto y Jerusalén, el Líbano y Siria, antes de recalar en Constantinopla, capital del entonces Imperio Otomano. Sólo al cabo de tiempo, Victoria manifestó que ya había sonado la hora de que Bertie se encaminase a Bruselas, la capital de Bélgica, para declararse, en el palacio de Laeken, a la princesa Alix de Dinamarca, que había estado por entonces, muy convenientemente, de vacaciones en Ostende con su familia.
Victoria no se hacía ilusiones acerca de Bertie. Coincidiendo con el casorio de su hijo, escribió:
"Temo que Alix no llegue nunca a ser lo que hubiera podido ser con un marido inteligente, razonable y culto en lugar del muchacho abúlico e increíblemente frívolo con el que se ha casado. ¡Ay!, ¿qué será de nuestro país si yo muero? Si Bertie sube al trono, todo serán desgracias".
La visión negativa que Victoria tenía de Bertie corría pareja con la que se había fraguado, para esa época, del segundo de sus hijos varones, Affie. Affie había sido un favorito de Albert, por la sencilla razón de que había heredado muchos rasgos de los Coburg. Pero, a la muerte de Albert, Affie, que desarrollaba una carrera de oficial de marina, estaba perdiendo la brújula de la moral, en opinión de Victoria. Primero, se le había ocurrido "encandilarse" de su flamante cuñada Alix. A continuación, no había tenido mejor idea que infatuarse por completo con Constance, duquesa de Westminster. En resumidas cuentas: Victoria está que arde con sus hijos Bertie y Affie.
Menos mal que, a finales de marzo de 1863, Victoria centra su atención principalmente en su hija Alice, princesa de Hesse. Alice, por supuesto, había viajado junto a su marido Louis desde Darmstadt, en Hesse, a Inglaterra, para asistir a la ceremonia nupcial de Bertie con Alix. Dado que Bertie y Alice siempre se habían sentido especialmente unidos, hubiese sido impensable que precisamente ella se perdiese la boda de él. Además, se daba el caso de que Alice estaba embarazada por primera vez; se aguardaba el nacimiento del retoño para principios de abril. La reina Victoria se había empecinado en que Alice tendría que dar a luz "en casa", es decir, en Windsor. La reina había puesto en el mundo nueve retoños, pero nunca había estado presente en un alumbramiento y, a esas alturas, no quería perderse el natalicio del bebé que llevaba en su seno Alice.
Alice experimenta las punzadas de dolor que anticipan el parto en la tarde del sábado 4 de abril. Inmediatamente, la reina Victoria ofrece a su hija su propia "camisa de dormir"; se trata de una prenda con una antiguedad considerable, nada menos que veinticinco años, con la que la soberana había cubrido su desnudez durante sus nueve alumbramientos. De alguna forma, Victoria confía en que la camisa ayudará a Alice a superar la prueba. Pero el parto no viene fácil ni de corta duración: durante una noche entera, Victoria y su yerno Louis se mantienen junto a una Alice rodeada de médicos y comadronas. El sufrimiento de Alice es tan intenso que Victoria, sublevada, dirige fuertes reproches a Louis por haber puesto a la mujer "en aquella situación". Al amanecer del día 5, surge en escena una niñita. Para entonces, Victoria ha decidido que el parto es un proceso absolutamente horrible; no se priva de declarar que, de hecho, es peor asistir a un parto que a una muerte.
Opine lo que opine Alice, no responde a su madre. Se encuentra exhausta, le faltan fuerzas para intentar convencer a la reina de que, por duro que haya resultado el parto, se siente perfectamente recompensada con su hijita, a la que desearía alimentar de sus propios pechos. Alice se limita a indicar que la niña se llamará Victoria Alberta, en honor a la reina y al fallecido príncipe consorte. A Victoria se le enciende el alma: la única nieta que había tenido hasta entonces, la hija mayor de su hija Vicky y Fritz, había recibido el nombre de Charlotte, para gran disgusto de la soberana. Ahora, Victoria puede remitir una carta a Vicky jactándose de que Alice ha tenido la deferencia de ofrecerle
una Victoria Alberta nacida en Inglaterra. El mensaje subyacente estaba claro: por una vez, Alice había hecho las cosas infinitamente mejor que Vicky.
A la niña, eso sí, se le impondrán tres nombres más: Elisabeth, Mathilde y Marie. Acudirá al bautizo en brazos de la mismísima reina Victoria, el 27 de abril.