Aquí tenemos a la madre de la niña de San Petersburgo, Auguste Caroline Friederika Luise von Braunschweig-Wolfenbüttel:

Os avanzo que se trata de un personaje femenino absolutamente intrigante y en gran medida cautivador. La notable autora Flora Fraser, hija de mi admiradísima lady Antonia Fraser, se refiere a Auguste de
modo tangencial al plantear su biografía de una de las hermanas de ésta: Caroline, la desdichada reina Caroline, esposa detestada de George IV de Inglaterra. Flora Fraser no duda en definir la historia de Auguste como "un cuento Gótico". Y, desde luego, hay ahí un verdadero cuento Gótico para descubrir.
Auguste, a quien sus familiares y allegados dieron pronto el nombre de Zelmira, era hija de otra Augusta, una princesa de Gran Bretaña, que no había encontrado ni siquiera una dosis aceptable de felicidad en su matrimonio por motivos dinásticos con el heredero de Braunschweig-Wolfenbüttel. Lo cierto es que, en el repertorio de los matrimonios amañados a lo largo de siglos, encontramos un porcentaje de enlaces bastante más venturosos para los implicados en ellos de lo que hubiera podido esperarse; otro porcentaje resultaron simplemente satisfactorios; hay un tercer grupo conformado por uniones en los que marido y mujer se limitaron a tratarse con una evidente indiferencia mútua y un cuarto grupo que cabría calificar de absolutamente calamitosos. Augusta de Gran Bretaña y su Karl Wilhelm Ferdinand de Braunschweig-Wolfenbüttel se corresponden con el tercer grupo. Ella no ocultaba que se sentía completamente inglesa, añoraba su país natal y procuraba viajar allá a la mínima ocasión; no encajaba bien en el ducado de su familia política y le importaba un ardite que su marido exhibiese en la corte a sus favoritas, en particular a Antonia Branconi, que debió ser algo así como la Pompador de Braunschweig. Cumplió su papel reproductor, eso sí: entre finales de 1774 y finales de 1772, llevó a término siete embarazos, con un resultado de tres féminas y cinco varones. El problema surgió del hecho de que, entre los cinco varones, dos de ellos, consecutivos, presentaban serias limitaciones mentales y físicas, al punto de que hubo que declararles inválidos para apartarles de la línea sucesoria. Asimismo, la menor de las niñas murió prematuramente. En resumidas cuentas, de la poco amable vida conyugal de Augusta de Gran Bretaña, sólo parecían aprovechables su hija mayor, Zelmira, Karl Georg, Caroline y Friedrich Wilhelm.
Zelmira se casó joven, a los dieciséis años. Por supuesto, ella no tuvo voz ni voto en el asunto, sino que su padre escogió al marido. Se trataba de Friedrich de Württemberg. El abuelo paterno, llamado Karl Alexander, había sido duque y le había sucedido, según costumbre, el mayor de los hijos varones, Karl Eugen, quien, sin embargo, había muerto sin un hijo varón de incuestionable legitimidad que pudiese reemplazarle. Así que el título ducal había recaído en el hermano que seguía en edad a Karl Eugen, Ludwig Eugen, padre de sólo tres hijas en su matrimonio. El resultado inevitable era que a Ludwig Eugen le seguiría su hermano Friedrich Eugen. Y a Friedrich Eugen, llegado el día, le heredaría este Friedrich de Württemberg con el que tuvo que casarse Zelmira. Dicho de otra forma: Friedrich de Württemberg era un partido...con vistas al futuro. En el momento de la boda, ofrecía una sólida carrera militar al servicio del rey de Prusia...y la expectativa de obtener todavía mayores laureles si emigraba a Rusia, dónde una de sus hermanas, Sophie Dorothee, se había convertido en la gran duquesa María Feodorovna, esposa del tsarevich Paul, hijo del difunto zar Pedro y de la autócrata "porque-yo-lo-valgo" Catalina II.
Zelmira tuvo que quedarse necesariamente de una pieza cuando se encontró cara a cara con Friedrich, diez años mayor que ella. Este retrato de Friedrich...

...le muestra como un hombre de elevada estatura y bastante fornido, pero no proporciona ni de lejos una idea exacta de su presencia física. Friedrich superaba en once centímetros los dos metros de estatura, pero, además, era tan extremamente robusto que llegó a acercarse con el tiempo a los doscientos kilos de peso. Figuraos la tremenda MOLE HUMANA. Para rematar las cosas, tenía un carácter difícil, con frecuentes arrebatos coléricos. Por lo visto, no controlaba su enojo...ni su fuerza. Se le consideraba violento, en particular por lo que concernía a su rubia mujercita. Probablemente ella le interesase muy poco, ya que se decía que, aun siendo bisexual, tenía marcada preferencia por algunos miembros masculinos de su staff. Pero Zelmira le venía bien para procrear...y para tener a alguien en quien volcar toda la frustración o rabia que las circunstancias de la vida le hiciesen acumular.
Cuando ambos se instalaron en la corte rusa, para beneficiarse del hecho de que una hermana de él estaba casada con el heredero del trono imperial, se hizo evidente que no había ni una sola posibilidad de que Zelmira lograse un trato amable o siquiera fríamente cortés por parte de su marido Friedrich. A la propia Catalina La Grande parece haberle molestado mucho la tendencia la actitud avasalladora de Friedrich hacia Zelmira. Pero el asunto estallaría de manera peligrosa en 1786. Para entonces, habían tenido cuatro hijos: Wilhelm, nuestra Catherine, Sophie y Paul. Sophie, no obstante, se había malogrado en el primer año de vida, poco antes de que Zelmira diese a luz a Paul, el benjamín. En 1786, Wilhelm tenía cinco años, Catherine tres años y Paul un año escaso. En ese momento, el 17 de diciembre de 1786, estalló un escándalo en el Palacio de Invierno de San Petersburgo cuando una aterradísima Zelmira irrumpió de pronto en los aposentos de la zarina y se arrojó a sus pies implorando protección frente a su marido Friedrich.
El asunto en sí mismo sigue constituyendo un misterio. Los rumores apuntaban que, a su regreso de una campaña contra los turcos, Friedrich había descubierto que su esposa Zelmira había estado no sólo coqueteando con otros hombres sino incluso concediendo sus favores a alguno de ellos, por lo que habría perdido completamente los estribos, amenazando con molerla a palos. De cualquier manera, Catalina debió juzgar que Zelmira merecía que le echase un capote. Friedrich recogió a sus tres hijos, para marcharse de Rusia, pero Zelmira se quedó en San Petersburgo. Y ahí las cosas se enredan todavía más. Catherine envió una extensa misiva al padre de Zelmira, el duque de Braunschweig-Wolfenbüttel, para conocer si había la posibilidad de que éste negociase un divorcio siquiera medianamente honroso antes de recoger en casa a la hija. El duque de Braunschweig-Wolfenbüttel no estaba por la labor, sencillamente. Da la sensación de que a Catalina se le hacía oneroso mantener a Zelmira en el Palacio de Invierno. Algunos sugieren que, simplemente, esto era un motivo adicional de conflicto con su hijo Paul y su nuera María Feodorovna, hermana de Friedrich. Bastante tensión había en el círculo familiar para añadir leña al fuego, de manera que Catalina habría decidido alejar a Zelmira. Otros autores barajan la posibilidad de que Zelmira, liberada de su marido y convencida de contar con el respaldo absoluto de Catalina, hubiese seguido cometiendo peligrosas indiscreciones. Se dice que podría haber tenido alguna aventura con uno de los preferidos ocasionales de la mismísima Catalina o atraído efímeramente la atención de su concuñado el zarevitch Paul, para absoluta furia de María Feodorovna. Evidentemente, circularon rumores para todos los gustos acerca de Zelmira, porque de lo que no cabe duda es de que Catalina se la quitó de enmedio de forma expeditiva y un tanto cruel. La mujer fue forzada a abandonar San Petersburgo y confinada en la un tanto tenebrosa fortaleza de Lohde, situada al sur de Tallin, en la actual Estonia. Que la manden a una a Lohde, bajo custodia de un tipo bastante inflexible llamado Wilhelm von Pohlmann, indica claramente que Catalina se desentendía por completo de Zelmira.
Y ahí no acaba el cuento Gótico, ni mucho menos. Zelmira murió en Lohde, a los veintitrés años de edad, en circunstancias bastante misteriosas. Una teoría que se baraja es que se hubiese embarazado de su guardián, von Pohlmann, aunque no se descarta que en vez de tratarse de una seducción amorosa, se hubiese tratado de un caso flagrante de abuso sexual del caballero sobre la princesa caída en desgracia. Por lo visto, von Pohlmann prefirió que Zelmira afrontase a solas un parto tremendamente duro, sin buscar ayuda de ningún médico, ni siquiera de alguna comadrona experimentada. Zelmira habría muerto en medio de espantosos sufrimientos y se la habría enterrado apresuradamente en la iglesia de Koluvere. Catalina de Rusia se encargó de darle carpetazo al tema mandando una carta brevísima a los padres de Zelmira, en la que atribuía la defunción de la hija a una hemorragia causada por la ruptura de un vaso sanguíneo. Puesto que a los padres no les interesaba en absoluto remover el turbio asunto, se conformaron instantáneamente con esa cartita tan cínica de la emperatriz de Rusia.