Antes de meternos de lleno en el asunto Brinvilliers, que marcaría un punto de inflexión en la vida de nuestra protagonista Athenaïs de Montespan,se hace necesario reconstruír la biografía de ésta hasta ese año 1676.
Louis XIV había sido, en su momento, un mozo bastante agraciado que sentía, como cualquiera, las pulsiones básicas hacia el amor y la sensualidad. En su juventud, había iniciado un fogoso cortejo hacia la bella Olympe Mancini, una de las sobrinas protegidas por el hombre que manejaba los hilos del poder desde detrás del trono: el cardenal Jules Mazarin. Pero Olympe, que disfrutaba de su posición en el círculo de damas de la reina madre Anne de Austria (viuda de Louis XIII, madre de Louis XIV y de Philippe de Orleans) sabía que de su virginidad dependía obtener un brillante matrimonio, de
modo que no aceptó los avances de Louis. A su debido tiempo, ella se casó con Eugène-Maurice de Savoie-Carignan, conde de Soissons.
Olympe Mancini, condesa de Soissons.
Una vez que había alcanzado su propósito de "casarse bien casada", la condesa Olympe no hubiera tenido inconveniente en ceder a la pasión de Louis; pero ésta, para entonces, parecía absolutamente prendado de una de las hermanas de ella, Marie Mancini.
Marie Mancini.
El idilio puramente platónico de Louis con Marie Mancini puso en un brete a Anne de Austria y a Jules Mazarin a partir del momento en que el rey manifestó su voluntad de casarse con la muchacha. Había en curso otro proyecto nupcial que respondía perfectamente a los intereses dinásticos y las conveniencias políticas del momento: se suponía que Louis debía unirse a la infanta española María Teresa, cuyo padre, el rey Felipe IV, era hermano de la reina madre Anne de Francia.
La infanta María Teresa.
A fín de que el "capricho" de Louis no desbaratase los planes cuidadosamente trazados, Anne de Austria exhortó a Jules Mazarin a que alejase de la corte a Marie. La llorosa muchacha fue enviada, en compañía de sus hermanas menores Hortense y Marianne, a una fortaleza situada de La Rochelle. Louis, por supuesto, acabó cumpliendo su deber de desposar a su prima la infanta, que ni era guapa ni estilosa, sino una muchacha anodina, reflexiva, recatada y piadosa.
Mientras Louis se acostumbraba a la idea de tener por consorte a aquella María Teresa que apenas lograba inspirarle un tibio afecto, Marie Mancini languidecía de amor en La Rochelle. Todavía confiaba en que su Louis la haría volver a la corte, para sostener en el tiempo su hermoso romance. Pero en ese instante, Olympe volvió a insinuarse a Louis, que quizá pensó que le venía mejor una aventura erótica apasionada con la condesa de Soissons que un idilio puramente espiritual con la lejana Mademoiselle Mancini. Louis y Olympe se fueron juntos a la cama, algo que ella no tardó en restregarle por las narices a su hermana Marie mediante una carta. Desolada, Marie se preparó para marchar a Italia ya que, entre tanto, la habían comprometido, sin pedirle su opinión, con el príncipe Lorenzo Colonna.
Sin embargo, la relación carnal de Louis y Olympe no se prolongó. El rey enseguida dejó de lado a la condesa, para empezar a bailarle el agua a la esposa de su hermano Philippe duque de Orleans, la duquesa Minette. Aunque Olympe no se quedó llorando en un rincón ni lamiéndose las heridas inflingidas a su orgullo, sino que enseguida inició otra tórrida historia con el atractivo y malioso marqués de Vardes, conservaría desde entonces una notable animadversión hacia Minette de Orleans. Muchos autores creen que fue Olympe la que se las arregló para dirigir la atención de Louis hacia una de las damas de compañía de Minette, Louise de La Baume. Louise, una doncella bastante candorosa, casi una tierna paloma en la corte francesa, atrajo a Louis precisamente debido a esa ingenua dulzura que irradiaba. Para desasosiego de Minette y de la propia Olympe, que sólo había querido enredar un poquito las cosas, Louise de La Baume se convertiría en la amante predilecta de Louis durante años, su primera
maîtresse en titre.
Las rivalidad de Olympe hacia Minette no acabó ahí. El amante de Olympe, Vardes, había expandido una serie de rumores según los cuales Minnette se escribía en secreto con el conde de Guiche para desquitarse por el hecho de que el marido, Philippe de Orleans, exhibía su apasionado amor por el guapo chevalier Philippe de Lorraine. Teniendo que cerrarle la boca a Vardes, Minette no se paró en barras: persuadió a su hermano Charles II de Inglaterra de que la ayudase a convencer a Louis XIV de que el marqués estaba implicado en una serie de tramas políticas. Vardes acabó encerrado en La Bastilla, algo que, por supuesto, hizo subir como la espuma el odio de Olympe por Minette. La condesa de Soissons se tomó su venganza en dos frentes: por un lado ella se encargó de comunicarle a Louis que Minette "se entendía por carta" con Guiche, algo que, añadió, sabía Louise de La Baume pero ésta se había guardado para su coleto. Louis se enfadó considerablemente con Minette, pero aún más con su amante Louise de La Baume, que llegó a huír de su lado y buscar refugio en un convento por espacio de varias semanas.
Si nos hemos detenido tanto en Olympe, es para dejar sentado que se trataba de una intrigante bastante peligrosa. Sus tejemanejes, al final, no provocaron la desgracia de Louise de La Baume, que volvió a ocupar su posición privilegiada en el entorno del rey Louis, el cual la elevó al rango de duquesa de La Vallière.
Louise, duquesa de La Vallière.
Louise fue, se mire por dónde se mire, una amante real "atípica". Su sencillez, su
modestia, su sentido del decoro y sus principios religiosos le impidieron disfrutar de tan destacada posición. Experimentaba vergüenza por mantener relaciones íntimas con un hombre casado, de forma que también la torturaban los remordimientos acerca del daño que ella causaba sin quererlo a la reina María Teresa. Sufría por el nacimiento de sus hijos bastardos, si bien a los menores les legitimó el rey después de que hubiese muerto la reina madre, Anne de Austria. También padecía cuando Louis se entretenía con otras queridas de ocasión (y hubo unas cuántas), porque ella le amaba sinceramente (caso raro: amaba al hombre, no sacaba ventaja de que el hombre fuese un poderoso monarca).
Al final, la historia tuvo un curioso desenlace. Louis "se extravió por completo" en brazos de una mujer más vivaz, más ambiciosa y menos escrupulosa que Louise de La Vallière: François Athenaïs de Rochechouart de Mortemart,
marquise de Montespan. Louise, destrozada por tener que compartir a su amante con esa recien ascendida a maîtresse, tomó una decisión que a muchos les pareció melodramática: solicitó de rodillas perdón a la reina por el mal que le había hecho, en términos tan conmovedores que la soberana apenas logró contener el llanto, para a continuación ingresar en calidad de religiosa en un convento de carmelitas parisino. La marcha de la duquesa de La Vallière a su recinto religioso, en el que probaría su arrepentimiento con una notable devoción, dejó el camino libre para nuestra protagonista: Athenaïs de Montespan.