¡Gracias, Jane!
Venga, empezamos con Elisabeta...
Esta residencia erigida a orillas de un lago se llama Schloss Monrepos. Se encuentra cerca de Ludwigsburg, una ciudad que antaño se ubicaba dentro de un área conocida por el nombre de Neuwied.
Ahí, en Monrepos, el 29 de diciembre de 1843, casi a punto de finiquitar ese año, la princesa Marie de Nassau-Weilburg, esposa del príncipe Hermann zu Wied-Neuwied, dió a luz una niña. Era el primer bebé concebido por el matrimonio, así que no les molestó en absoluto el sexo femenino de la recien llegada, a la cual, en el bautizo, se daría una ristra de nombres: Pauline Elisabeth Ottilie Luise. Se la conocería siempre por su segundo nombre de pila: Elisabeth.
Los Wied-Neuwied eran una de esas dinastías germánicas sin excesivo lustre, pero generalmente bien consideradas. Se mantenían en un discreto segundo plano en el entorno de la realeza, pero tenían su propio papel a desarrollar en ese círculo notablemente endogámico. A través de su madre, en cambio, Elisabeth estaba vinculada a una serie de dinastías significativas.
La abuela materna de Elisabeth, Luise von Sachsen-Hildburghausen, había sido una sobrina carnal de la famosa reina Luise de Prusia. En su momento, el rey Ludwig I de Baviera había dudado acerca de si contraía matrimonio con Luise o con una hermana de ésta, llamada Therese. Al final, se decantó por Therese, que sobrellevó con considerable resignación las notorias infidelidades de aquel hombre culto, fantasioso y no poco extravagante. Luise, que hubiese podido convertirse en una reina bávara, se convirtió, en cambio, en la esposa de Wilhelm, duque de Nassau. Junto a su duque de Nassau, Luise tuvo una abundante prole. Uno de sus hijos varones, Adolph, acabaría convirtiéndose en gran duque de Luxemburgo. Entre las hijas, destacaron Therese y Marie. Therese se casó con un gran duque de Oldenburg, mientras que Marie, como hemos visto, unió su vida a la del príncipe de Wied-Neuwied.
De momento, la pequeña Elisabeth no era consciente de todo ese entramado de relaciones que constituía la norma entre la realeza. Cuando era una niñita de dos años, tuvo un hermano, Willem...
Elisabeth y Willem.
A los siete años, apareció en escena otro varón, Otto. Elisabeth quería mucho a Willem, pero sentía un fervoroso afán protector hacia el pequeño Otto, un minusválido que fallecería con apenas doce años de edad. Aunque en cierto
modo la muerte liberó a Otto de una vida marcada por las limitaciones y el sufrimiento, aquella pérdida afectó mucho a la hermana que, para entonces, había cumplido dieciocho años. Dos años después, a los veinte, Elisabeth volvió a sentir el zarpazo en el corazón con la muerte de su padre, Hermann.
Desde la niñez, Elisabeth reveló una naturaleza hipersensitiva. Se trataba de una chiquilla sentimental, emotiva, muy fantasiosa. Para entretener a Otto, solía relatarle largas historias; a veces, esas historias surgían del acervo de leyendas de transmisión oral, pero muy a menudo ella las adornaba, las extendía o alteraba sustancialmente el final. Le gustaba dejarse arrastrar por su imaginación, con lo que deleitaba al pobre niño. Paralelamente, Elisabeth mostró una singular atracción por la música. No sólo le gustaba, sino que, mientras desarrollaba la técnica, mostraba un singular talento, en especial para tocar el violín (un instrumento que, en general, no se consideraba femenino: lo ideal era que las princesas, aristócratas y muchachas de buena familia aprendiesen a desenvolverse ante un piano porque quedaba más fino, más decorativo, en las veladas musicales tan en boga).
En general, fue una muchachita encantadora, que ansiaba aprender, que estudiaba con ahínco, que evolucionaba favorablemente no sólo en las materias de tipo creativo-artístico que tan bien cuadraban con su carácter romántico. Lo que sí se vió, a medida que crecía, es que carecía de belleza. No era fea, desde luego, pero tampoco particularmente agraciada. Sus facciones carecían de la delicadeza que sí poseían los rasgos de su madre, Marie de Nassau-Weilburg. Elisabeth, además, carecía de elegancia innata o adquirida. Por resumirlo, era una de esas chicas "de interiores", no "cara el exterior".