Pocas bodas habrán sido tan enrevesadas como la que tuvo la buena Victoria de Hesse-Darmstadt...

Ahí dónde la vemos, ataviada con sus galas nupciales, en una imagen adorable de novia del siglo diecinueve, la muchacha estaba, ese día, al borde del colapso nervioso. Casi toda su extensa familia, más el clan Battenberg, se había congregado a lo largo de la semana precedente en el Neuen Palais de Darmstadt para asistir al evento. Incluso la abuela materna, la formidable reina Victoria, había llegado, finalmente, acompañada por gran parte de sus hijos.
Para cuando llegó la abuela Victoria, a quien la joven Victoria profesaba un enorme respeto, la muchacha prometida había cometido el "error" de intentar saltar por encima de un cubo repleto de carbón durante una sesión de juegos con sus hermanos y primos. Había tenido mala suerte: trastabilló, perdió el equilibrio, torció un tobillo...y se encontró con el pié fuertemente vendado enmedio de grandes dolores. La abuela Victoria, por supuesto, le soltó una regañina por haberse expuesto a ese "lamentable accidente a pocos días del casamiento". Pero, mientras escuchaba la regañina de la abuela, Victoria se preparaba, mentalmente, para asumir la difícil tarea de explicarle a la gran señora lo que nadie en la familia tenía suficiente valor para comunicar: el gran duque Ludwig IV, el viudo de Alice, el padre de la novia, estaba decidido a hacer coincidir el casamiento de la hija mayor con su propia segunda boda morganática con la mujer que era su amante desde hacía tiempo, la polaca-rusa ortodoxa y divorciada Alexandrine de Kolemine.
Victoria de Hesse, al igual que sus hermanos Ella, Irene, Ernie y Alix, apreciaba mucho a Alexandrine de Kolemine. La "amiga predilecta" de su padre había sido verdaderamente amable y afectuosa hacia ellos a lo largo de los años, con una simpatía natural, no fingida, que le había ganado el cariño de los muchachos. Si de los hijos del gran duque viudo hubiese dependido el asunto, no habría surgido ningún inconveniente para ese enlace morganático que se pretendía llevar a efecto en la más estricta intimidad familiar. Pero harina de otro costal fue la reacción de la reina Victoria. Estaba absolutamente indignada porque su yerno no le había comunicado previamente sus planes, tan "bochornosos". Si ella se quedaba a esa boda, parecía que daba su aprobación a que el viudo de "la pobre Alice" se casase con "la rusa divorciada". Si ella se marchaba, causaba un escándalo que ensombrecería la boda de su nieta Victoria con Louis de Battenberg. El asunto era muy delicado, extremadamente delicado. Los miembros masculinos de la gran familia recibieron el mandato de la reina Victoria de "desalentar" a Ludwig antes de que éste cometiese el tremendo error de casarse con Alexandrine.
La joven Victoria estaba tan tensa y angustiada por la atmósfera que se cernía sobre su matrimonio que el día de la boda se despertó con dolores de estómago bastante acentuados. Al principio, pareció que todo discurría según lo previsto. Pero en la noche de bodas de Victoria y Louis, estalló la marabunta: Ludwig se casó con Alexandrine. De inmediato, Bertie de Gales tuvo que ir, con el resto de hombres, a ejercer tan brutal presión sobre Ludwig IV que éste hubo de despedir a su reciente mujer, a la que se garantizó un título y una fuerte indemnización económica a cambio de que no obstaculizase sino que favoreciese un rápido procedimiento de anulación matrimonial.
Para remate, la reina Victoria acababa de darse cuenta de que su hija menor, Beatrice, tía de Victoria de Battenberg, había aprovechado toda aquella confusión y barullo para flirtear con Henry, Liko, de Battenberg, hermano de Louis. La reina de Inglaterra acabó marchándose de Darmstadt hecha una furia por cuánto había traído consigo la boda de Louis y Victoria de Battenberg...