NOVIAS PARA LOS ZARES
Este cuadro de Sedov muestra precisamente al zar Alexis I en la parte final del proceso de elección de su primera esposa, que resultó ser, como sabemos, María Miloslavskaya. El autócrata aparece "haciéndole la última revisión" a un reducido grupo de muchachas, previamente seleccionadas entre cientos de doncellas eslavas; todas ellas adoptan actitudes tímidas, pudorosas e incluso temerosas -lo cual no tiene nada de extraño, porque ciertamente se trataba de un asunto delicado y potencialmente peligroso para las finalistas en aquella especie de concurso sui generis-.
Si el tema se volvía peligroso, ello se debía a que detrás de cada joven había clanes familiares que cifraban sus expectativas de progresión social en hacer triunfar a "su" candidata al rango de consorte. María Miloslavskaya, por ejemplo, contaba con bazas no sólo por su pedigree, su esmerada crianza a la usanza más tradicional rusa y su excelente presencia. Su padre, Ilya Danilovich Miloslavsky, era un boyardo que había prestado grandes servicios como diplomático al zar Alexis, que le apreciaba mucho. Ilya, un tipo astuto, se había convertido, aparte, en uno de los fieles acérrimos de Boris Morozov, el antiguo tutor de Alexis, luego transformado en su canciller casi todopoderoso. En poco tiempo, Ilya negoció la boda de una de sus hijas, Ana, con el propio Boris Morozov, en tanto que otra, Irina, se casaba con el influyente príncipe Dimitri Dolgorukov. Obviamente, Morozov y Dolgorukov apoyaron de forma intensiva a su suegro Ilya Miloslavsky cuando María se incorporó al grupo de damas entre las cuales tenía que escoger Alexis. Los valedores de María eran "de primera fila", de
modo que nadie se atrevió a intrigar contra ella. Le podía haber ocurrido, de lo contrario, lo que le había ocurrido a dos de las damas que, una generación atrás, habían formado parte del grupo en el que había elegido el zar Mikhail, padre del zar Alexis. A una, ya favorecida por el monarca, criadas a sueldo de sus rivales le habían apretado tantísimo las trenzas en un elaborado peinado que tenía que hacerla lucir más que nunca en su ceremonia de presentación que la infeliz sufrió un terrible dolor de cabeza que la hizo perder el sentido delante del monarca -y de la corte entera-. Eso hizo que se la descartase porque se la supuso enfermiza, por tanto material defectuosa. Otra, según se cuenta, llevó aún peor suerte: alguna sustancia introducida en su bebida la hizo padecer convulsiones que recordaban las de una crisis epiléptica. Eso también la "descalificó" al momento -mientras que sus familiares tenían que afrontar las iras de la corte, que les acusaba de haber querido llevar al tálamo nupcial del soberano una mujer aquejada de un grave mal-.
Pero veinticinco años después de la boda de Alexis con María, el zar viudo aún no había preparado una nueva "elección" cuando, sencillamente, se enamoró de una muchacha que no tenía nada que ver con la anterior consorte. Se llamaba Natalia Kirillovna Naryshkina y se encontraba bajo la tutela efectiva del boyardo Artamon Matveyev, quien, en esa época, ya se había convertido en un consejero privilegiado del zar Alexis. Lo más destacado, en Natalia, es que, acogida por Artamon, no se había criado en la atmósfera exageradamente aislada, opresiva y sofocante de los "terem" rusos. Artamon, un admirador de todo lo occidental, se había casado, en su día, con una escocesa, Marie Hamilton. Marie, por supuesto, llevó consigo una actitud hacia la vida y una forma de conducirse que no guardaban ninguna similitud con la habitual sumisión, surgida del confinamiento obligado, de las boyarinas rusas. En su domicilio, no se vivía al estilo clásico, sino en una curiosa mezcolanza de tradiciones rusas con pautas occidentales. Natalia, cuyo padre era un pariente de Artamon que había decidido que su hija recibiría mejor preparación para el futuro en el domicilio Mateyev, aprendió de su "madre adoptiva" Marie Hamilton a ser mucho más cultivada y desenvuelta de lo que se permitía ser a cualquier doncella rusa en ese tiempo.