El 13 de junio de 1882 (1 de junio si se prefiere emplear el viejo calendario ruso...), una zarina se puso de parto en el bellísimo palacio de Peterhof, cerca de San Petersburgo. La zarina se llamaba María Feodorovna; en una etapa inicial de su vida había sido la princesa Dagmar de Dinamarca, pero su boda con el entonces heredero del trono imperial de los Romanov la había hecho cambiar de religión (del protestantismo a la ortodoxia) y asumir un nuevo nombre. Sin embargo, para sus allegados, siempre fue Minnie o Minny.
Aquel día de junio, nuestra Minnie, de treinta y cinco espléndidos años, daba a luz por sexta vez. Desde que había contraído matrimonio, había proporcionado a la dinastía de su esposo cinco retoños: Nicholas, Alexander, George, Xenia y Michael. Cierto que uno de esos vástagos, Alexander, llamado así en honor a su abuelo paterno y a su padre, había fallecido a causa de una meningitis con once meses de vida. Los progenitores habían lamentado profundamente la pérdida del niño, a quien se fotografió en su ataud rodeado de flores; aunque los médicos aseguraban que no había sufrido en el tránsito de la vida a la muerte, para ellos había resultado penoso observar cómo se les íba su diminuto gran duque.
Sin embargo, Alexander y Minnie podían considerarse afortunados en 1882. Ya tenían tres varones para garantizar la sucesión: Nicholas, el zarevitch; George, aquejado sin embago de una delicadísima salud y Michael, Misha. También contaban con una fémina, Xenia. La llegada de una nueva gran duquesa, a la cual se otorgaría el nombre de Olga, completó la familia.