TRONO NECESITADO DE HEREDEROS...O HEREDERAS
Retrato en miniatura, con marco enjoyado, de la reina Charlotte, consorte de George III, madre de George "Prinny" príncipe de Gales y abuela de la joven Charlotte de Gales muerta al dar a luz.
La reina Charlotte se quedó destrozada. Había amado profundamente a su nieta homónima, la que concitaba las esperanzas hacia el futuro de la casa real; ahora, aquella muerte dramática resultado de un parto difícil no bien resuelto por el prestigioso obstetra elegido para supervisarlo les ponía a todos en un brete.
Para la reina Charlotte se hacía particularmente duro considerar que ella, a fín de cuentas, había proporcionado a la nación nada menos que QUINCE retoños incuestionablemente legítimos, de los cuales TRECE habían alcanzado edad adulta (superando el peligro que representaba la elevada tasa de mortandad infantil). De los trece, dábase la circunstancia de que SIETE pertenecían al sexo masculino:
*George, el príncipe heredero apodado "Prinny".
*Frederick, duque de York.
*William, duque de Clarence.
*Edward Augustus, duque de Kent.
*Ernest Augustus, duque de Cumberland.
*Augustus Frederick, duque de Sussex.
*Adolphus, duque de Cambridge.
Se diría que semejante colección de príncipes en edad adulta tendrían que haber garantizado con creces la continuidad dinástica, con un amplio surtido de hijos e hijas en edades diversas. Pero no había ocurrido lo previsible, sino todo lo contrario:
*George de Gales sólo había tenido en su matrimonio con Caroline a la Princesa Charlotte.
*Frederick de York llevaba años separado de su esposa la princesa Frederica Charlotte de Prusia, en quien no había engendrado ningún bebé. A esas alturas de la historia, entraba dentro de lo absolutamente improbable que Frederica abandonase su excéntrico retiro en Oatlands Park para volver a vivir en Rutland House con Frederick; pero aunque lo hiciese, no habría ningún bebé milagro ya que ella había alcanzado, a sus cincuenta años, la menopausia. Frederick había tenido, con su nutrida cohorte de amantes, varios hijos ilegítimos. Pero los hijos ilegítimos no contaban.
*William de Clarence estaba soltero. Llevaba muchos años conviviendo con su amante, la actriz Dorothy Jordan, que le había dado nada menos que diez hijos. Pero los hijos ilegítimos no contaban.
*Edward de Kent estaba soltero. Llevaba muchos años conviviendo con su amante, la emigrada de orígen francés Julie de Saint-Laurent, de la que no tenía hijos (y si los hubiese tenido, la bastardía les hubiese privado de derechos en cualquier caso).
*Ernest de Cumberland se había casado dos años atrás con la princesa Frederica de Mecklenburg-Strelitz. La reina Charlotte se había opuesto rotundamente al enlace, a pesar de que la mencionada Frederica era su sobrina carnal. La pésima reputación de Frederica, viuda ya dos veces, de los príncipes Louis de Prusia y Friedrich Wilhelm de Solms-Braunfels, horrorizaba a su tía Charlotte. Aunque la boda se había celebrado, la pareja vivía en la lejana Hannover precisamente por designio de la reina Charlotte. Pero Frederica era evidentemente fértil, pues había tenido ocho hijos en sus dos primeros matrimonios, aparte de dos bebés muertos nada más nacer con Ernest.
*Augustus de Sussex estaba oficialmente soltero, ya que el Parlamento había anulado su matrimonio, contraído fuera de lo que dictaba el Acta de Matrimonios Reales, con lady Augusta Murray. Sin embargo, por entonces el príncipe seguía viviendo con lady Augusta, madre de unos hijos que tampoco se podían tomar en consideración en la sucesión al trono.
*Adolphus de Cambridge estaba soltero.
El panorama resultaba desolador. A su pesar, la reina Charlotte hubo de admitir que el Parlamento tenía razón para poner el grito en el cielo acerca de la "intolerable conducta" de aquellos príncipes. Se les habían asignado propiedades y rentas anuales, pero siempre estaban endeudados hasta las cejas porque les gustaba vivir por encima de sus posibilidades reales; para colmo, no cumplían el deber principal que se les atribuía: casarse honorablemente, sobrellevar con dignidad sus matrimonios y procrear hijos e hijas con las esposas.
Ahora, el Parlamento se expresó de nuevo con meridiana claridad. No íban a sostener a unos zánganos derrochadores que ni siquiera sabían engendrar herederos. En adelante, el que quisiese peces tendría que mojarse el trasero, pues sólo se garantizaría el abono de deudas e ingresos más acordes con el estilo de vida a los que se casasen dentro de las pautas marcadas por el Acta de Matrimonios Reales y con el buen propósito de tener descendencia...