María tuvo un acceso de melancolía ya en Roma. La Ciudad Eterna la fascinó, tanto ella como Pablo recorrieron sus lugares más emblemáticos y, además, se permitió visitar al notabilísimo pintor Pompeo Battoni, que en años anteriores había residido en la corte de sus tíos, el duque Carl Eugen y la duquesa Elisabeth de Württemberg. Pero entre toda aquella belleza y reminiscencias de la Antigüedad, María experimentó una profunda tristeza porque llevaba meses sin poder ver a sus hijos. Las cartas se recibían puntualmente, plagadas de detalles sobre los avances de Alejandro y Constantino; pero aquellos informes sobre papel no compensaban en absoluto el hecho de no poder acceder a la nursery para la preceptiva visita. Hizo un esfuerzo por sacudirse de encima la depresión incipiente, por el bienestar de Pablo, antes incluso de ser recibidos en audiencia por el Papa. Estuvieron en Sicilia, disfrutando de un clima mucho más templado y benigno, antes de afrontar el tramo de viaje hasta Francia, una escala particularmente destacada de su Grand Tour.
En Versailles, aguardaban Louis XVI y su célebre esposa austríaca, Marie Antoinette, hija de la difunta María Teresa, hermana del emperador José II, de la duquesa consorte Amalia de Parma y de la reina consorte María Carolina de Nápoles. Aquello era como conocer una amplia familia diseminada por todas las cortes europeas, haciendo bueno el viejo adagio según el cual la monarquía austríaca se afianzaba gracias a un excelente repertorio de alianzas matrimoniales. Marie Antoinette...
Marie Antoinette.
...recibió junto a Louis y al resto de miembros de la familia real a sus ilustres visitantes el 20 de mayo de 1782. Louis XVI, con su característica sencillez y bonhomía, enseguida entabló una amable conversación con Pablo Petrovich; sin embargo a Marie Antoinette le resultaba un tanto intimidante María Feodorovna. Ésta, que llegaba seguida de cerca por su amiga Henriette von Oberkirch, era muy alta y los dos sucesivos embarazos la habían vuelto un tanto rotunda, opulenta en sus formas; aparte de su apariencia, rebosaba seguridad en sí misma y un aplomo que parecía marcar distancias. Hubo que esperar al momento en que Marie Antoinette presentó a María Feodorovna un hermoso obsequio: un conjunto de tocador elaborado en finísima porcelana de Sèvres con las armas de Württemberg esmaltadas.
Regalo de Marie Antoinette a María.
María, que sabía apreciar la belleza en todas sus formas, se quedó extasiada y la conversación se hizo más vivaz y entretenida a partir de entonces. La cena privada resultó un éxito, al igual que la serie de festejos posteriores, que incluyeron una gran fiesta en el querido Trianon de la reina francesa:
Cuadro conmemorativo de la fiesta nocturna en el Trianon.
Por cierto que el cardenal de Rohan (¿os suena ese señor, verdad que sí?) acababa de volver de una visita a Viena y cometió el patinazo de presentarse a sí mismo ante el "comte" y la "comtesse" du Nord en la fiesta nocturna, con los jardines repletos de luminarias. Rohan era así, le gustaba destacar. Según relataría años después Madame Campan, a Marie Antoinette le hizo más bien poca gracia, por no decir ninguna.
Aparte de que la corte francesa era el summun de la fineza, Pablo y María se quedaron francamente impresionados por el lujo desplegado por el príncipe de Condé cuando les recibió en su château de Chantilly. Y fijaos que no era nada fácil impresionar a los rusos, que a esos les salía el dinero por las orejas y no reparaban en gastos con tal de darle a todas sus celebraciones un tono opulento.
Cuando finalizó la estancia en Francia, Pablo y María pudieron irse, por fín, al condado de Montbeliard, a reunirse en Étupes con la familia de ella. Allí permanecerían ocho semanas y fueron ocho semanas de verdadera felicidad para María, pero también, sorprendentemente, para Pablo, que encontró tranquilizador y liberador el ambiente familiar en el palacete "sin pretensiones" de sus suegros.
En Rusia, Pablo siempre tenía los nervios de punta, una expresión alerta en el fondo de su mirada y perpetua desconfianza en su entorno. Sin embargo, Étupes le permitió relajarse por completo, sentirse rodeado de aprecio y poder expresarse sin medias tintas ni circunloquios. Estaba, hablando coloquialmente, en su salsa. Los padres de María...y aquí aprovecho para mostraros dos retratos que, por desgracia, sólo he encontrado en tamaño pequeño...
Friedrich Eugen.
Friederike.
...le proporcionaron lo que nadie le había proporcionado: comodidad absoluta para ser él mismo. Adicionalmente, Pablo hizo buenas migas con sus cuñados Friedrich, Ludwig y Eugen.
El príncipe Friedrich de Württemberg, el hermano mayor de María...
Friedrich.
era un hombre que impresionaba. Impresionaba mucho, en realidad, porque superaba en doce centímetros los dos metros de estatura y estaba fornido, cuadrado como un armario. Se había casado dos años atrás con la jovencísima Augusta de Brunswick-Wolfenbüttel, que ya le había dado un hijo, Wilhelm, nacido en Lüben porque en aquel entonces su padre servía allí al rey de Prusia, Federico II, de quien era excelente amigo. La amistad entre Federico II de Prusia y Friedrich se había enfriado, y no poco, al saberse que el emperador de Austria, José II, había viajado a Étupes para arreglar en persona el matrimonio de su sobrino Franz con la hermanita pequeña de María Feodorovna, la princesa Elisabeth de Württemberg. Aquel compromiso austríaco de Elisabeth había desagradado en la corte prusiana. Retirado del servicio militar activo, Friedrich estaba libre y confiaba en poder acompañar a Pablo y María a San Petersburgo.
Ludwig y Eugen, por su parte, también habían desarrollado carreras militares en el ejército prusiano. Pablo estaba encantado de poder hablar largo y tendido acerca de los temas militares que tanto le apasionaban con sus cuñados. Entre tanto, seguramente María se divertía relatándole a su madre todas las compras que habían efectuado para amueblar y decorar Paulovsk. Habían adquirido muebles por un importe elevadísimo de los prestigiosos talleres de David Roentgen, Pierre Denizot y Dominique Daguerre, aparte de realizar encargos importantes al ebanista Henri Jacob, quien proveería a María, entre otras cosas, un magnífico lecho de madera delicadamente tallada con su rico dosel con cortinajes de seda de Lyon. También se habían dejado un dineral en tapices gobelinos, porcelanas de Sèvres y relojes. En Paulovks a más de uno le íba a arder la cabeza para colocar adecuadamente todo lo adquirido por los grandes duques.
Las hermanas de María, de cuyas dotes se había hecho cargo la zarina de Rusia, ya estaban la una casada y la otra comprometida. Federica...
...había tenido que casarse a los quince años con Pedro de Oldenburg, que le sacaba diez años. Residían en Eutin, y, de hecho, todavía no habían tenido hijos.
La pequeña Elisabeth...
...había sido ya enviada a Viena, al cuidado de la condesa Josepha von Chanclos, para que se preparase cuidadosamente en un convento de salesianas de cara a su conversión al catolicismo, prevista para diciembre de aquel año. El emperador José II había prometido cuidar a su futura sobrina, y cumple señalar que lo hizo con verdadera amabilidad y afecto, por lo que ésta se encariñaría mucho con él.
Pablo y María pudieron retornar a San Petersburgo en noviembre de 1782. Para realizar su gira europea y volver a casa, habían cubierto más de trece mil millas. Si esperaban un recibimiento feliz, se dieron ambos de bruces con una dolorosa realidad: sus pequeños hijos...
Alejandro.
Constantino.
...literalmente no se acordaban de ellos y en cuanto los vieron aparecer, entre extrañados y asustados por la presencia de aquellos desconocidos que pretendían abrazarles, se engancharon a las faldas de la abuela Catalina. María quedó entre aturdida y desolada. Para rematar las cosas, Catalina se permitió enviarle una nota bastante hiriente:
"Te pediría que fueses más moderada en la expresión que la gran alegría por la contemplación de tus hijos despierte en tí. No los asustes con un exceso de ardor...".Pedirle aquello, la verdad, era inhumano. Por si fuera poco, la emperatriz pretendía chafarle otras pequeñas compensaciones de su gran viaje. Por ejemplo, siendo consciente de que María se había dejado mucho dinero en encargar tocados altos con plumas al estilo Marie Antoinette a la mismísima sombrerera de dicha reina, la aclamada Madame Bertin, Catalina ordenó llevar ese tipo de adorno en la cabeza en su corte. También conminó a María a devolver todos esos tocados que ya no íba a poder lucir, porque había gastado dinero muy estúpidamente, en opinión de su suegra, considerando que una mujer tan alta y espléndida como ella estaría mejor con "un sencillo vestido ruso".