A ver si podemos retomar el hilo desde aquí...que es dónde estábamos...hasta que las cosas se torcieron de manera inesperada afectando tristemente a este tema maravilloso.
Al acercarse el aniversario de su matrimonio, Luise ya se había labrado una excelente reputación. Era una preciosidad, elegante y cultivada de acuerdo con los estándares de la época; se caracterizaba por su naturaleza bondadosa y compasiva; se la veía profundamente ligada a su esposo; cierto que había perdido al primer bebé concebido, en octubre de 1794, pero se podía esperar que se embarazase de nuevo con cierta prontitud. De hecho, en la Navidad de 1795, al conmemorarse que había transcurrido un año de su boda, ya estaba en los inicios de su segunda gestación.
Sumando todos esos factores, Luise tenía encantado a su suegro Friedrich Wilhelm II. Cuando el monarca le preguntó a su nuera qué deseaba a modo de obsequio de aniversario, Luise replicó rápidamente que "un buen puñado de monedas de oro para distribuírlas entre más pobres de Berlín". A Friedrich Wilhelm II le pareció graciosa esa expresión: "un buen puñado de monedas". Preguntó a la kronprinzessin:
-¿Cómo debe ser un buen puñado de monedas?.
Luise demostró su ingenio al contestar de inmediato:
-Tan grande como el corazón del mejor de los reyes.
Podríamos debatir si había un atisbo de fina ironía en las palabras de Luise. Ni Friedrich Wilhelm II era el mejor de los reyes, ni nadie le habría incluído en una eventual lista de monarcas con mayor corazón -aunque desde luego tampoco se trataba de uno de los peores monarcas ni de un hombre sin sentimientos-. Pero Friedrich Wilhelm II, evidentemente, se sintió halagado y conmovido por la actitud de su nuera Luise. Ella no sólo recibió su "buen puñado de monedas", sino también un palacete encantador: Oranienburg, situado al norte de Berlin.Visto lo visto, Luise había ganado mucha seguridad en sí misma después de su matrimonio. Durante su noviazgo, aquella muchacha de acusada sensibilidad que enviaba constantes notas a su prometido finalizando todas con la firma
"Bientôt Herseliebes Weibchen Luise" ("La que pronto será tu pequeña esposa Luise"), había temido que su candor y su ingenuidad jugasen en su contra cuando llegase a la corte de Berlín. Luise había confesado a su novio que tenía encontrar "más de una espina" en aquel camino hacia la corte de Berlín aparentemente alfombrado con rosas. En palabras de Luise:
"Considera cuán joven soy, cuán falta de experiencia. Al principio no tendré [en Berlín] ninguna persona de mi propio sexo que me ofrezca consejos amistosos e incluso más tarde, podría darse el caso de que tampoco encuentre alguien así. Entre nosotros...por todo lo que he oído decir acerca de las damas berlinesas, difícilmente puedo pensar que alguna sea digna de mi amistad. La mayoría de ellas tienen fama de coquetas y tú sabes cuánto detesto la coquetería. Conduce a vicios de la naturalez más repulsiva".
Lo cierto es que esas frases de Luise reflejan un verdadero deseo de compartir sus pensamientos y emociones con su inminente marido, pero también una notable incertidumbre hacia cómo enfocar su propia vida en Berlín, su temor a ser el patito del campo rodeada de cisnes de la corte exageradamente propensos a la coquetería que fácilmente llevaba a una sucesión de deslices morales; es una actitud un tanto gazmoña y temorosa. Pero por lo que hemos visto, Luise, que tuvo la suerte de encontrar un firme aliado en su marido Friedrich Wilhelm, enseguida se ganó una fama excelente en Berlín. Curiosamente, la querida hermana de ella, Friederike, casada a la vez, demostraría enseguida ser menos gazmoña, menos temerosa y, en conjunto, absolutamente propensa a caer de lleno en el juego de la coquetería, para colmo con otro príncipe Hohenzollern estrechamente emparentado con el marido.