Así me gusta, Laurita...que alguien se deje enganchar por María ;-) Ella lo merece, créeme.
Bueno, sigo con la historia.
Casi casi mientras Alexander se comprometía con María en Darmstadt, la madre de él, la zarina Alexandra, Mouffy, empezaba a planificar un viaje que solía repetir casi anualmente. Desde San Petersburgo, se dirigía a Varsovia y Varsovia se convertía en el punto de arranque de un itinerario cuidadosamente trazado hasta alcanzar la ciudad alemana de Bad Ems, que se elevaba a ambas orillas del río Lahn, en el corazón de Renania-Palatinado. Bad Ems era un lugar extremadamente famoso por su balneario. Se suponía que tomar las aguas en Bad Ems ejercía un poderoso efecto en la salud. Mouffy, a menudo acompañada por su esposo Nicholas, era una visitante prácticamente "de cada temporada" en Bad Ems.
Ese año, Mouffy tenía en mente acercarse a Berlín, antes de ir a Bad Ems. Mouffy nunca había olvidado que, en su origen, había sido una princesa de la casa de Hohenzollern, una princesa de Prusia. Su padre era el rey Friedrich Wilhelm III...y su madre había sido una mujer convertida en pura leyenda, la famosísima reina Luise. De niña, siendo aún Charlotte y no pudiendo siquiera imaginar que años después se transformaría en Alexandra Feodorovna, había visto cómo las tensiones y angustias derivadas del saqueo napoleónico en tierras prusianas contribuían significativamente a mermar la salud de la muy hermosa reina Luise. Luise había muerto cuando su Charlotte frisaba en los doce años...y la niña no sólo no permitió que se difuminase su recuerdo, sino que atesoraba con auténtica pasión la memoria de una madre que enseguida se había transformado en un mito sentimental para cada prusiano.
Los años habían transcurrido, pero Mouffy jamás había aflojado sus vínculos afectivos con su padre ni con sus hermanos. Ciertamente, con su padre se había producido alguna discordancia cuando él había osado contraer un segundo matrimonio, morganático, con Auguste von Harrach, elevada al rango de fürstin -princesa- Liegnitz. Incluso tiempo después, cuando había quedado meridianamente claro que Auguste no era ninguna arribista ni una aprovechada de aúpa, Auguste se encontraba en la difícil tesitura de tener que pasar casi casi desapercibida para que ni sus hijastros ni el resto de parentela de su real marido se ofendiesen por su presencia amable al lado de Friedrich Wilhelm.
En 1840, concretamente en el mes de febrero, había muerto, en la ciudad de Stettin, una dama de noventa y tres años llamada Elisabeth Christine. Elisabeth Christine había sido la primera esposa del rey Friedrich Wilhelm II. El matrimonio había acabado en un escandaloso divorcio, a cuenta de las infidelidades de ella, que por lo visto eran algo completamente imperdonable... a pesar de que él le daba ciento y raya en cuanto a adulterios. Los adulterios de él tenían su glamour, claro. Los de ella le costaron verse privada de su pequeña hija Frederica y ser encerrada en la fortaleza de Stettin. Él, Friedrich Wilhelm II, para quien la niña Frederica era una prole a todas luces insuficiente, no había tardado en casarse con la princesa Friederike Luise de Hesse-Darmstadt, que le había dado siete hijos, entre ellos el futuro Friedrich Wilhelm III. Como se puede adivinar, la dama muerta en Stettin ya nonageneria, Elisabeth Christine, era una especie de madrastra de Friedrich Wilhelm III y una especie de abuelastra de Mouffy. Mouffy nunca la había conocido y había escuchado apenas algunas referencias ominosas a aquella mujer "perdida" que habían tenido que confinar en la remota Stettin en tiempos en que todavía su abuelo paterno había sido príncipe heredero, ni siquiera aún rey, de Prusia.
Pero la muerte de la nonagenaria Elisabeth Christine había coincidido con primeras señales francamente alarmantes en cuanto a un firme deterioro en la salud del hijastro de ésta, Friedrich Wilhelm III. Atendido solícitamente por Auguste von Liegnitz, Friedrich Wilhelm experimentaba un progresivo empeoramiento que le hacía contemplar el mundo circundante como si quiera ir despidiéndose de cada persona y lugar que habían conformado su existencia. Poco a poco, se fueron enviando esas noticias a su hija Mouffy en San Petersburgo. En mayo de 1840, se hizo evidente que si Mouffy quería ver a su padre vivo, no podía demorarse ni una miajita en su viaje a Berlín. Así que la zarina salió prácticamente a la carrera de Varsovia, con su hija Olga y un pequeño séquito presidido por su dama de compañía predilecta, la condesa Katherina von Tiesenhausen.
A Mouffy la acompañaba Olga...

...porque la hija mayor...la apasionada, creativa y temperamental gran duquesa María Nicolaevna...se había casado en julio de 1839. La boda de María Nicolaevna había dado muchísimo que hablar, porque el novio, Maximilian de Beauharnais, duque de Leuchtenberg, no estaba, en cuanto a orígenes y rango, a la altura de una gran duquesa Romanov. Cierto que los abuelos maternos de Maximilian de Beauharnais habían sido Maximilian Josef, primer rey de Baviera, y la primera esposa de éste, Augusta Wilhelmina de Hesse-Darmstadt. Por ese lado, los Romanov no podían hacerle ascos a la ascendencia de Maximilian de Beauharnais. Pero si la madre de éste, Augusta Amalie, princesa de Baviera en orígen, cubría el expediente...harina de otro costal era el padre, Eugène de Beauharnais, hijo de un aristócrata francés de poca relevancia, Alexandre de Beauharnais, y de la esposa criolla de éste, Josephine, nacida Tascher de la Pagerie. Ulteriormente, Josephine había sido la emperatriz Josephine de Napoleón, "un monstruo" tanto a ojos de Nicholas como a ojos de Mouffy. Napoleón había asolado con sus tropas Prusia y había humillado en una célebre entrevista en Memel a la bella reina Luise que había implorado para evitar que se fragmentase su reino. Napoleón había invadido Rusia y los moscovitas habían tenido que llegar al extremo de prender fuego a su ciudad centenaria para evitar que cayese en manos de los franceses. Obviamente, Eugène de Beauharnais no era alguien a quien echar las culpas de la trayectoria bélica de su padrastro Napoleón. Pero era lógico que a muchos rusos les pareciese el colmo que un hijo de Eugène, Maximilian de Leuchtenberg, pudiese aspirar a la mano de la gran duquesa María Nicolaevna.
Pero María Nicolaevna estaba enamoradísima del guapo Maximilian que había acudido en territorio ruso a unas maniobras militares. Y había insistido tanto en que no podría casarse con un príncipe más adecuado toda vez que había entregado su corazón a aquel en concreto, que tanto Nicholas como Mouffy habían decidido ser blanditos con la hija. Nicholas había declarado "igual" un matrimonio que en principio hubiera debido ser "desigual"; había pedido que se considerase a su yerno como si fuese su quinto hijo varón y, para demostrar que íba en serio, le había conferido la dignidad de Alteza Imperial. La boda había sido una boda de ensueño, en la capilla del Palacio de Invierno, seguida de un extenso programa de festejos durante dos semanas. El zar había provisto terrenos y dinero para que la nueva pareja pudiese construirse un gran palacio en las bancadas del Moika, pero mientras se construía el palacio que se llamaría Mariinsky, los Leuchtenberg se instalaron en el palacio Vorontzov. El primer embarazo de María Nicolaevna no tardó en llegar: en abril de 1840, mientras su hermano Alexander cortejaba a María de Hesse en Darmstadt, y mientras su madre Mouffy se preparaba para irse a Varsovia con su hermana Olga y el pertinente séquito, la esposa de Maximilian dió a luz una nena que recibiría el nombre de Alexandra.
Casada María, a Mouffy le quedaban aún dos hijas solteras. Eran Olga y Alexandra, llamada en familia Adini. Adini era, según se rumoreaba, la más guapa de la casa; se decía que se trataba de la que más parecido guardaba con su abuela materna, la famosa reina Luise de Prusia. Pero Olga también era una mujer encantadora, guapa, inteligente, culta y refinada. La música era una auténtica pasión para ambas hermanas, Olga y Adini. Además, Olga disfrutaba profundamente pintando.
El caso es que Mouffy tiró para Varsovia con Olga. De Varsovia, ambas salieron precipitadamente hacia Berlín. Mouffy llegó a la capital prusiana el 3 de junio, justo a tiempo de despedirse de su padre el rey Friedrich Wilhelm III. Tras haber recibido el último solícito homenaje de su hija emperatriz, el monarca cayó en una especie de inconsciencia. El zar Nicholas I, advertido de la situación, llegó el día 7. Su suegro ya no estaba en condiciones de reconocerle ni de dirigirle siquiera una última palabra. Lo único que pudo hacer Nicholas I fue confortar, conjuntamente con su hija Olga, a su muy atribulada esposa Mouffy.
Después de los funerales de Estado por Friedrich Wilhelm, Mouffy se desplazó a Bad Ems. La zarina estaba, naturalmente, deprimida por haber perdido al padre. Su hija Olga, al igual que la condesa von Tiesenhausen, sólo podían animarla a que se llenase los pulmones del aire limpio de la zona y a que tomase las aguas. Nicholas, consciente de que Olga y la Tiesenhausen necesitaban refuerzos, mandó a Bad Ems, por una semana, al segundo de sus hijos varones, el gran duque Constantin Nicolaevich. Mouffy bebía los vientos por su hijo Constantin, de soñadores ojos grises, pese a que se consideraba que era bastante menos guapo que el resto de miembros masculinos del clan Romanov y que, por añadidura, tenía un carácter dominante poco agradable en el trato diario. Otra visita que reicibió Mouffy en Bad Ems, instigada por Nicholas desde la distancia, fue la del gran compositor y pianista Franz Liszt. La zarina pudo aliviar su tristeza oyendo las obras de Liszt interpretadas por el propio Liszt en privado.
En esas circunstancias, casi vino bien poder encomendarle a Mouffy la tarea de recoger en Darmstadt a la flamante prometida de su hijo Sacha, María, para llevarla hasta San Petersburgo. Una vez anunciados los esponsales, era pertinente que María se estableciese en la corte imperial para aprender a la mayor rapidez no sólo ruso, sino también todo el sistema de creencias de la ortodoxia rusa, algo previo a su necesaria conversión religiosa. Ese mismo camino hacia el conocimiento del ruso y la asunción de la ortodoxia rusa ya lo había transitado décadas atrás Mouffy. Era de esperar que pudiese contribuír a facilitarle el mismo recorrido a María de Hesse-Darmstadt.