Ramón Pérez-Maura, columnista del diario ABC, la conoció y nos lo cuenta en el obituario sobre Debo que firma hoy en su periódico.
La última de las inverosímiles Mitford
Probablemente era la más normal de las seis hermanas Mitford. Ella solo llegó a ser la consorte del undécimo duque de Devonshire, título creado en el siglo XVII. Su hermana mayor, Nancy, fue una novelista de enorme éxito; la segunda, Pamela, se dedicó a criar aves de corral; Diana, la tercera, se casó con el líder de los fascistas británicos, Oswald Mosley, en casa de Joseph Goebbels. Adolfo Hitler fue testigo de su matrimonio; la cuarta, Unity, se integró en el círculo íntimo de Hitler y tras declararse la Segunda Guerra Mundial intentó suicidarse en Munich. Y la quinta, Decca, buscó compensar a las anteriores, se hizo comunista y luchó con las Brigadas Internacionales en España. Después se instaló en California, donde debía resultar más cómodo predicar el comunismo, y se nacionalizó norteamericana. «The Times» resumió la saga como «Diana la fascista, Decca la comunista, Unity la amante de Hitler, Nancy la novelista, Debo la duquesa y Pamela la pollera».
Tuve el privilegio de conocer a Debo Devonshire hace unos años almorzando en la redacción de «The Spectator». Le gustaba reírse de si misma. Contó cómo la pintó Lucien Freud y cuando ella y su marido contempaban el cuadro en una exposición otro espectador preguntó «¿Quién será esa mujer?», a lo que el duque respondió: «Es mi esposa» y el extraño apostilló «¡Menos mal que no es la mía!». Deborah Vivien Freeman-Mitford nació el 31 de marzo de 1920 en Asthall Manor, Oxfordshire, y ha muerto el 24 de septiembre de 2014 en Chatsworth, Derbyshire. Con sus hermanas protagonizó la vida politica cultural y social del siglo XX e inspiraron los personajes de las hermanas O'Shaughnessy de la trilogía «El viento de la tarde» de Jean d'Ormesson.
El padre de las Mitford, el segundo barón Redesdale, consideraba que la educación escolar era innecesaria para las niñas, así que Debo se formó en casa y presenció o conoció desde allí cosas poco comunes en la década de 1930; el divorcio de Diana, la fuga de Decca con su amante, la intimidad de Unity con Hitler...
Siempre tuvo una estrecha amistad con el escritor Patrick Leigh Fermor, con el que disfrutó de un Rocío cuando a Almonte solo peregrinaba una verdadera romería. Y dedicó su vida a recuperar Chatsworth, la casa de los Devonshire que cuando su marido heredó el título en 1950 estaba en estado de virtual abandono. Allí devolvió el brillo a la pinacoteca de la familia: Rembrandt. Murillo, Veronese, Poussin... «Mi mujer es mucho más importante para Chatsworth que yo», decía Andrew, el duque. Ella llevó siempre con dignidad y condescendencia los galanteos y la dipsomanía de su marido y parecieron, siempre, un matrimonio feliz.
Mujer de blancos y negros, proclamaba su desprecio por las mujeres que querían ser socias de clubes que solo admitían hombres, por las urracas, por los percheros públicos en los hoteles y por los chóferes que reducían la velocidad cuando llegaban a las rejas al nivel del suelo que impiden el paso del ganado; y lamentaba la pérdida de la costumbre de guardar luto, de los telegramas, del acento irlandés y de los delantales. En verdad, «lo que el viento se llevó» RAMON PÉREZ-MAURA
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