Este gallardo mozo era primo hermano de Isabel por el lado paterno. El padre del chico que posa en la imagen había sido Ferdinand Philippe, duque de Orleans, el prometedor hijo mayor del rey Louis Philippe y la reina Marie Amelie de Francia. Ferdinand Philippe estaba felizmente casado con la princesa Helene de Mecklenburg-Schwerin, junto a la cual había asegurado ya la continuidad de su estirpe teniendo en poco tiempo dos hijos varones: Philippe y Robert. Nada hacía presagiar que un terrible accidente destrozaría esa familia.
El trece de julio de 1842, Ferdinand Philippe se dispuso a realizar un corto viaje a Neuilly para despedirse de sus padres, Louis Philippe y Marie Amelie, antes de marcharse a Plombières a reunirse con Helene, que por supuesto tenía consigo a los niños, para disfrutar de unas semanas de asueto. En Sablonville, un punto del trayecto, los caballos que conducían el coche, manejado por el propio príncipe, debieron encabritarse y él hubo de emplearse a fondo en un intento vano de retomar el control. De alguna forma, salió despedido del coche y, en la caída al suelo, se fracturó la base del cráneo al chocar contra una acera. Inconsciente, malherido, se le condujo a una cercana tienda de ultramarinos: los dueños, apurados, colocaron unos colchones en el suelo para que se acomodase sobre ellos al príncipe. Se avisó precipitadamente a varios miembros de la familia real francesa. Louis Philippe y Marie Amelie se presentaron con el corazón en un puño, acompañados por Madame Adelaide, la hermana del rey, y por la menor de las hijas, la princesa Clementine. El duque de Aumale se apresuró para poder llegar desde Courbevoie, en tanto que el duque de Montpensier hacía lo propio para cubrir el trayecto desde Vincennes. Todos asistieron, en profunda congoja, a la agonía de Ferdinand Philippe, que no alcanzó a recuperar la conciencia ni siquiera para recibir el cariño de los suyos.
Helena, la desolada viuda, se quedó a cargo de Philippe, de cuatro añitos, y Robert, de dos. Para complicar las cosas, se produjo, en febrero de 1848, la Revolución que precipitó la fuga inmediata de Louis Philippe, Marie Amelie y la mayoría de sus hijos. Sólo se quedaron atrás Helena, decidida a luchar por los derechos de su primogénito toda vez que la marcha del abuelo paterno implicaba una renuncia al trono, y la joven Luísa Fernanda, mujer de Montpensier, olvidada en una sala de palacio (un diputado tuvo que ayudarla a salir al exterior y a emprender el viaje que la llevaría a reunirse con el esposo y la parentela política en territorio británico). Helena intentó en vano que se restaurase de inmediato la monarquía en la personita de Philippe, pero a los franceses no les interesaba ese "rey en miniatura" (diez años) bajo una regencia. El sueño de Helena se frustró; la amargura la corroía mientras se largaba a Alemania con los niños, que se educarían en Eisenach.
La muerte de Helena en 1858 había dejado huérfanos por completo a Philippe y Robert, que ya estaban recibiendo instrucción militar en academias. Los chicos, de veinte y dieciocho años, se apoyaron el uno en el otro para trazarse un camino. Fervientes liberales y convencidos de que la esclavitud suponía la gran lacra de la humanidad, se largaron a los Estados Unidos de América para participar en la Guerra de Secesión apoyando al Norte frente al Sur; les acompañaba su tío el duque de Joinville, que se dedicó a plasmar los acontecimientos en acuarelas. Philippe, conde de París, fue, simplemente, el capitán Orleans mientras formó parte del staff del general unionista George MacClellan. Siempre recordaría con nostalgia esa etapa de su vida.
Los hermanos volvieron a Europa decididos a casarse y establecerse. Robert, conde de Chartres, el "segundón", lo tenía complicado para conseguir una princesa de alguna de las principales dinastías europeas. Así que, con un notable sentido pragmático, se decantó por su prima Françoise de Joinville, hija del tío Joinville con la bella Françoise de Braganza. En cuanto a Philippe, contaba con mayores posibilidades, ya que era el pretendiente orleanista al trono de Francia: en ese momento, no se sabía si podía llegar a producirse una restauración que hiciese de él el rey Philippe VI. Enseguida le llegaron "los cantos de sirena" de su tío Montpensier, que le invitaba a visitarles en Sevilla para que viese qué linda estaba su prima Isabel.