Estoy de acuerdo, Minerva, en que uno de los elementos más entrañables y tiernos al revisar las vidas de esas princesas es que pasaron sus primeros años en un entorno muy pero muy sencillo. Más burgués que real, a decir verdad. Mientras sus hijos eran pequeños, la princesa Luise, su madre, apenas les llevaba a Amalienborg, a la corte, a pesar de la corta distancia con respecto al Palacio Amarillo, su casa en la capital. Luise no aprobaba la boda morganática de su primo el rey Frederick VII con la condesa Danner, así que se abstenía de participar en actos cortesanos y menos aún de llevar a los pequeños. En cambio, visitaban con frecuencia a la reina viuda, Carolina Amalia, que vivía en un plácido retiro. En verano, hacían algún viaje cuando podían permitírselo, bien a Glücksborg para visitar a la madre de Christian, abuela paterna de los niños, bien a Ruppenheim, el castillo en el que se reunían todos los Hesse-Kassel, la familia paterna de Luise, en Alemania.
Pero eran niños muy normalitos. Los ciudadanos de Coppenhague no se extrañaban nada al verles haciendo gimnasia o montando a caballo con su padre en los parques de acceso público, patinando sobre hielo y paseando por el puerto cuando el clima lo hacía apetecible. Se sabía que vivían con
modestia, sacando de cuatro pesetas un duro en muchos casos, pero eso precisamente les hacía cercanos, accesibles, con respecto a sus compatriotas. No permanecían aislados en un entorno de realengo palaciego, no se criaban entre algodones. Yo siempre he pensado que eso explica la posterior facilidad tanto de Alix como de Minnie para conectar con la gente en sus apariciones públicas. Habían aprendido a comportarse con naturalidad, con una afable desenvoltura hacia la gente.