BRIANNA escribió:
¿Sabes? Casi he tenido que darme un sopapo a mí misma para espabilarme un poquito, situar a los personajes y retroceder hacia atrás en el relato hasta ese punto, jajajaja. Es lo malo de ir saltando entre varias docenas de temas, dejándolos empezados, estancados durante tiempo, tratando de retomarlos una y mil veces, etc

Me refería a que María salió de Brasil con su padre y su madrastra, pero los hermanos menores de la niña que estaba destinada a ser la reina de Portugal se quedaron en la que para ellos era "su casa", es decir, en la corte imperial. Eran cuatro criaturas: Januaria María, Paula Mariana, Francisca Carolina y el benjamín, Pedro, que ya había sido proclamado emperador con el nombre de Pedro II. El emperador Pedro II, por suerte para él, estaba muy encariñado con su gobernanta, de Verna Magalhaes Coutinho, a la que llamaba Dadama. Eso le hizo sobrellevar mejor la pena de no haber podido siquiera despedirse de su padre Pedro, de su adorada madrastra Amelie y de María da Gloria. Pedrito tardaría CUARENTA AÑOS en volver a ver a Amélie. A Pedro y a María da Gloria nunca volvería a verles, efectivamente, desde que éstos abandonaron Brasil. Eso fue algo que le afectó intensamente; toda su vida adulta manifestó una profunda añoranza de aquella vida familiar de la que le habían arrancado de manera brusca con la marcha de su padre, su madrastra y su hermana mayor. En 1871, sin embargo, Pedro II conocería a Fernando de Saxe-Coburg, el viudo de María da Gloria, un cuñado con el que había intercambiado cartas durante años...
Januaria María, la mayor de esas cuatro criaturas, tenía unos nueve años de edad; da la impresión de que enseguida asumió un rol protector hacia Paula Mariana y Francisca Carolina, con las que compartía aposentos y crianza.
Paula Mariana, en concreto, inspira mucha penita, porque era una niña de salud frágil. Parece haber estado muy encariñada con María da Gloria: en cierta ocasión en que don Pedro agarró y zarandeó a su imperial primogénita porque ésta se negaba a tratar como a una hermana a la bastarda Isabel de Goiás, se cuenta que Paula Mariana, un retaquito en esa época, trató de interponerse
para defender a María da Gloria. Por lo visto, ese intento de defensa de María da Gloria le costó un buen empellón a la pequeña y delicada Paula Mariana.
Fue Januaria quien, a mediados de enero de 1833, redactó para su padre ausente una carta informando de la muerte de Paula Mariana, probablemente a causa de una meningitis. Añadía la coletilla de que habían estado muy asustados por "Pedrito", que había pasado asimismo por unas fiebres peligrosas...Ese año fue tremendo para Pedrito porque su tutor y los partidarios de éste decidieron quitar de su lado a su muy querida gobernanta Mariana, reemplazándola por la condesa de Itapagipe. Simultáneamente, una hija de Mariana, Antonia, que había sido dama de honor de las princesas Januaria y Francisca, fue también apartada del cargo. Esas alteraciones en el entorno doméstico se notaron de lo lindo por parte de Januaria, Francisca y Pedrito: todas las presiones psicológicas llegaron a provocar serios problemas gástricos en el niño, que se pasó su octavo cumpleaños comiendo compulsivamente, lo que le llevó a una tremenda indigestión; al día siguiente las convulsiones epilépticas sacudieron su cuerpo y llegó a perder la consciencia de lo que le rodeaba durante horas. Al final, a finales de año 1833, Mariana, Dadama, volvió a su puesto, mientras que su hija Antonia también recibía permiso para regresar a la corte

Francisca Carolina era "la guapa" de la casa imperial brasileña. En 1837, un príncipe francés, François Ferdinand de Orléans, llamado habitualmente Joinville por el título que le había asignado su padre, hizo escala en Río en el curso de un viaje a Santa Elena que tenía la finalidad de recoger los restos de Napoleón I para devolverlos a Francia. Joinville conoció a Francisca, la bonita hermana pequeña de Pedro. Cinco años después, parece ser que fue Pedro quien se dirigió a la corte de Francia proponiendo una boda entre Francisca y Joinville. A Joinville le pareció bien, pero le explicó a su padre que deseaba que se le permitiese visitar Brasil sin obligación alguna previa, sino con la la libertad de decidir casarse o de poder no casarse en caso de que ella "se hubiera vuelto repulsiva". Por cierto que Luis Felipe, el primer y último rey Orléans, instruyó a sus representantes diplomáticos para que luchasen hasta el final para evitar que Francisca tuviese que efectuar renuncias a sus eventuales derechos al trono de Brasil antes de la boda con Joinville. La cosa le salió bien: Francisca pudo retener sus derechos. La dote asignada fue magnífica: un millón de francos que se le entregarían en bancos de Londres o París a los seis meses del casamiento y casi dos millones de francos adicionales en títulos de deuda pública brasileña, así como importantes porciones de tierra. Por si no bastase, Pedrito, nuestro emperador rubio de ojos azules, asignó, para el ajuar de su hermana Francisca, ciento sesenta mil francos.
Francisca enseguida recibió entre los Orléans el diminutivo de "Chica". Al principio, causó cierto escándalo a su suegra la reina Marie Amelie y a sus cuñadas Orléans, porque parecía "escasamente civilizada". Le echaban en cara que prefiriese platos típicos brasileños a la más sofisticada cocina francesa y que canturrease demasiado. Poco a poco, Chica se fue afrancesando; aunque nunca interrumpió su correspondencia con su hermano Pedro, lo cierto es que jamás volvió a visitar Brasil.
Januaria seguía soltera. Desde luego, no era guapa ni salerosa como Francisca, pero...era una princesa. El motivo de su soltería no hay que buscarlo, por tanto, en su falta de atractivos, compensados con el pedigree y con la dote que podía recibir. Pero era la heredera de Pedro, la primera en línea de sucesión al trono del imperio, por lo que no podía casarse mientras no lo hiciese el emperador. Se intentó combinar un doble casamiento con la corte de Austria: a fín de cuentas, los dos, Januaria y Pedro, eran hijos de la difunta emperatriz Leopoldina, nacida archiduquesa de Austria. Pero en Viena no habían olvidado que Pedro I, el padre de los dos mencionados, había tratado deplorablemente a Leopoldina. Así que no quisieron ni hablar del tema, prefirieron ver en los brasileños a los hijos de su padre y no a los hijos de su madre. Las expectativas se dirigieron entonces a Nápoles, un reino en el que había un rey Borbón que había tenido una madre Habsburgo.
La combinación era: Pedro se casaría con la princesa Teresa Cristina, en tanto que un hermano de Teresa Cristina llamado Ludovico, titulado conde de Aquila, se casaría con la princesa Januaria. Ludovico era menor que Januaria, pero le sobraba ambición y estaba dispuesto a aceptar la nacionalidad brasileña junto con un rango militar de almirante del imperio. En cuanto a Teresa Cristina, le sacaba cinco años: él era un mozo de diecisiete y ella rondaba en los veintidós, pero a Pedro le dijeron que era más guapa de lo que era y que había recibido una educación más refinada de la que había recibido; para convencerle llegaron a enseñarle un retrato en miniatura de una preciosa muchacha que, por desgracia, no era ni remotamente parecida a la princesa napolitana. Esto puede juzgarse una jugarreta cruel, porque nuestro emperador se hizo la idea mental de una segunda Amélie de Leuchtenberg, ya que desde la niñez había convertido a su madrastra en el
modelo de joven princesa, guapa, elegante y encantadora. El chasco fue brutal para Pedro cuando conoció a Teresa Cristina. Teresa Cristina lloró amargamente al enterarse de que Pedro había visto retrato en miniatura de una chica muy bonita de la que casi se había prendado...y que había pensado, porque así se lo habían contado, que se trataba de ella. Supongo que en ese momento Teresa Cristina percibió claramente el alcance de la decepción que había sufrido Pedro. E imagino que sufrió de lo lindo, porque, pese a haberse educado en un estricto catolicismo, llegó a considerarlo todo tan humillante para sí misma que consideró la opción de suicidarse tirándose al mar...
A Teresa Cristina se le ocurrió prometer que trataría de ser una gran emperatriz para los brasileños, como lo había sido su suegra Leopoldina. Ciertamente, las dos estaban destinadas a ser apreciadas e incluso queridas por sus súbditos; sólo les faltó, a ambas, el amor de sus maridos. Sin embargo, Pedro, a cuya sensibilidad siempre había afectado el estar al tanto de cuánto había padecido su madre por culpa de su padre, trató con consideración a Teresa Cristina. Con los años, incluso le cogió cariño.
En cuanto a Januaria...su marido, Ludovico, fue escasamente apreciado por el emperador Pedro. Pedro tenía una pobre opinión de su doble cuñado. Afortunadamente, la nueva pareja pudo establecerse en Nápoles: su contrato nupcial únicamente estipulaba que deberían retornar a Brasil para quedarse allí en caso de que, por una carambola del destino, Pedro no tuviese hijos con Teresa Cristina o los hijos de Pedro con Teresa Cristina se malograsen, porque, en ambos casos, la heredera natural del trono venía a ser Januaria. Dado que Teresa Cristina dió cuatro hijos a Pedro de los que dos chicas se salvaron, Isabel y Leopoldina, Januaria pudo vivir con Ludovico en Nápoles, dónde tuvieron descendencia.
Brianna…ya no sé si te he contestado o no…¡¡me he liado, me he liado y estoy perdidísima con el rumbo de la historia!!
