Bueno, en cuanto al relato en sí mismo, estábamos por aquí:
"A partir de noviembre de 1817 todos estaban pendientes de una eventual preñez de la joven esposa, pero hasta ocho meses transcurrieron sin ninguna novedad. Hasta el verano de 1818 no se obtuvo la certeza de que Pedro y Leopoldina habían procreado".La gravidez se desarrolló hasta el natural desenlace, aunque en este período Leopoldina parece haber sentido más profundamente la nostalgia respecto a su familia de orígen. Sentía que los
modales de las personas que la rodeaban distaban de ser adecuados, que había un exceso de ordinariez e incluso de grosería entre sus allegados. Incluso el propio Pedro, confesó, se mostraba en ocasiones grosero, si bien, cuando veía que la había herido con ese lenguaje desabrido, se mostraba arrepentido. Las cartas de Leopoldina causan una inevitable ternura hacia esa archiduquesa que esperaba a su primer hijo lejos de aquellas parientas de sexo femenino que hubieran podido representar cuanto menos un gran soporte emocional.
Leopoldina dió a luz en la Quinta da Boa Vista el día 4 de abril de 1819. Era un domingo...y no un domingo cualquiera, sino el Domingo de Ramos, día jubiloso en la liturgia cristiana. Pero la jornada resultó tremendamente dura para la muchacha. La colocaron en una silla especial, que carecía de asiento y disponía de un escueto apoyo para las piernas; allí estuvo empujando durante seis horas, mientras todos temían las complicaciones que podían surgir. El bebé, una niña, surgió finalmente con un brazo sobre la cabeza: eso explicaba muchas de las dificultades que había experimentado la madre para traerla al mundo. Pese a que se encontraba absolutamente extenuada y dolorida, Leopoldina reaccionó con un formidable instinto maternal. Había decidido que ella misma amamantaría a su hija, algo que no resultaba nada común entre las damas de categoría. La desgracia fue que la escasa higiene que se observó durante el parto le produjo fiebres altísimas, que correspondían con una septicemia; aunque salvó la vida, a los ocho días de haber parido no quedaba en sus pechos ni una gota de leche. Al final, hubo que proveer una ama de cría para la infantita María da Gloria. Leopoldina lo sufrió profundamente, pero siguió absolutamente pendiente de la crianza de María da Gloria. En sus cartas se extasiaba al hablar de la criatura, de la que escribió
“Ma Petite est la plus vive et la plus jolie petite fille que je connais…”.Y, sin duda, era preciosa, una chiquita de cabello finísimo color oro, de ojos azules, con una tez blanquísima. A los cinco meses, se la vacunó contra la viruela, una enfermedad que causaba estragos. Para entonces, estaba instalada con la correspondiente prosapia en San Cristovo. La madre no podía verla a diario, pero no pasaban dos días seguidos sin que la visitase. Hoy puede parecernos bien poca cosa, pero considerando el estilo de vida palaciego en el siglo diecinueve, era toda una señal de amor de Leopoldina por María.
En los meses siguientes, Leopoldina trató de apuntalar su matrimonio, compartiendo con Pedro todas las actividades al aire libre que era posible. No siempre le convenían aquellas frenéticas cabalgadas o las excursiones en carruaje por caminos que no merecían apenas tal denominación. Leopoldina padeció dos abortos espontáneos por someterse a semejante ritmo de vida, uno en diciembre de 1819 y otro en marzo de 1820, es decir, dos abortos en un lapso de tiempo inferior a cuatro meses. No cabe duda de que su salud se resintió considerablemente.