Corfú. Desconozco de donde viene ese nombre, pero en griego se llama Kérkira. Lawrence Durrell, el del
Cuarteto de Alejandría -otra gran plaza griega- ha sido sin duda el autor de la mejor de las guías turísticas que de Grecia hubo, hay y habrá. Su obra turística comienza por Corfú: es la tradicional puerta total de Grecia para un occidental, ya que cuando los únicos que volaban eran los dioses, el puerto de Corfú era el primer contacto con lo griego que tenía un viajero que partía del puerto Brindisi, en el tacón de la bota italiana. No en vano, la más alta gloria de la poesía latina, Virgilio -vehículo absoluto de lo griego en Roma- fue a morir una tarde de septiembre en Brindisi después de haber zarpado por la mañana de Corfú.
Sissi sabía en dónde se metía a rumiar la muerte de su hijo en Mayerling....
La opresión de la realidad, que lleva a la evasión romántica, tiene por ejemplo desarrollo en pensamientos como la historia del nombre de Kérkira: Posidón, soberano divino de la profundidad marina, alteza celestial de lo profundo (si se me permite la antítesis) se enamoró de la hija del río Asopo y la ninfa Metope, y puesto que no es por la persuasión que lo dioses seducen, la raptó, la puso sobre la cresta de una ola y la llevó hasta una isla inhabitada y sin nombre que desde entonces se llama como la hija del río: Kérkira. De los amores oceánicos y espumosos entre la ninfa y el dios del mar nació un hijo, Feax, que fue padre de los feacios, los tradicionales moradores de la isla. Hoy es Patrimonio de la Humanidad.