
Margaret Whigham, 11ª Duquesa de Argyll (1912-1993)
La histórica mansión de la cual fue señora, Inveraray Castle, figura en segundo plano en ese retrato de cuerpo entero, tan fashion, realizado por el pintor Sir James Gunn, retratista de la High Society aristocrática de los cincuenta y de la realeza británicas. Pero pronto la idílica vida de la duquesa se vio comprometida por su insaciable ninfomanía, hasta el punto que se hizo incontrolable. Su marido, Ian Douglas Campbell, 11º Duque de Argyll y jefe de una de las primeras familias de la aristocracia escocesa, cansado de su compulsiva infidelidad, puso en marcha el más infame caso de divorcio que se ha conocido en los tribunales británicos hasta la fecha: el Caso del "Hombre sin Cabeza".
En su voluntad de poner término a las repetidas e incesantes infidelidades de su esposa, el Duque de Argyll no dudó en aportar pruebas, siendo la principal y determinante una fotografía Polaroïd (entonces nada corriente en la época, y cuya cámara pertenecía al Ministro de Defensa), en la que aparecía un hombre desnudo y "decapitado" -al salirse del encuadre- junto a la que se suponía era la Duquesa, totalmente desnuda pero identificada por su collar de perlas de tres vueltas.
Habiendo ganado el juicio el Duque, la Duquesa no pudo argumentar nada contra la sentencia de divorcio y tuvo que hacer luz de gas. A partir de su escandaloso divorcio, que ocupó las primeras planas de los periódicos británicos, Margaret tuvo que encajar otro duro golpe: todas sus amistades y sus galanes se habían esfumado. La alta sociedad le dio literalmente la espalda y la trató como una apestada. Excluída de su antiguo universo de fiestas, reuniones sociales y saraos, su vida pronto se convirtió en una pesadilla: acostumbrada a llevar un tren de vida que requería una sólida fortuna, se fue arruinando y endeudando hasta que, al final de su vida, tuvo que vender su lujosa casa de Londres y trasladarse a la suite de un hotel con su doncella. Pero al tiempo, el dinero que había cobrado de la venta se esfumó y llegó al punto de que los impagos se iban acumulando peligrosamente en su cuenta. Cansado de evasivas, el director del hotel tuvo que echar a la ex-duquesa y ésta tuvo que ver, impotente, como sus hijos la trasladaban de una lujosa suite a una pequeña habitación en una residencia para jubilados de Pimlico, donde fallecería.
Su vida se había convertido en un triste espectáculo, y los periodistas se ensañaron con ella hasta su muerte, sacando una y otra vez a la palestra todo tipo de especulaciones sobre la identidad del "Hombre sin Cabeza" de aquella famosa Polaroïd que supuso para ella el principio del fin...