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Cuéntanos el caso del "collar de diamantes" por favor
Bien, me parece justo introducirlo en este punto, porque sin duda marcó un antes y después en la trayectoria de Marie Antoinette. En su fase final, el asunto del collar fue manejado de manera que le inflingió una tremenda humillación pública. Los que habían tramado ese fraude a gran escala salieron mejor parados en lo que se refiere a la opinión popular, lo que no dejó de provocar un intenso sentimiento de agravio en la reina.
En realidad, la historia empezó con una niña llamada
Jeanne de Valois de Saint-Rémy. La niña, envuelta en penosos harapos, se dedicaba a mendigar en las calles, por mandato de su madre, Marie Jossel, que vivía en concubinato con un proxeneta de orígen sardo. Sin embargo, a través de su padre, Jacques de Saint-Rémy, aquella pequeña que suplicaba limosnas pertenecía al antiquísimo linaje real de los Valois. Su progenitor podía acreditar que descendía de Henri de Saint-Rémy, hijo bastardo pero reconocido del rey Henri II de Francia con una de sus amantes, Nicole de Savigny. Según parece, una dama de la nobleza que se encontró casualmente a la chiquilla se quedó de piedra cuándo ésta, en tono lastimero, le explicó de quién descendía: parecía mentira que la vieja sang real francesa hubiese caído tan bajo. Aturdida y conmovida, la marquesa de Boulainvilliers sufragó durante un tiempo la crianza y educación de Jeanne. No obstante, Jeanne no dejó de ser una tunanta en cuanto abandonó el pensionado al que la había enviado la marquesa de Boulainvilliers. Con catorce años, se colocó como
modistilla, pero, aburrida de ese trabajo, probaría suerte como lavandera, planchadora, aguadora...
Luego se dejó seducir por Nicholas de Lamotte, "Momotte", quien servía en la Compañía de Borgoñones acantonada en Bar-sur-Aube. Los dos se casaron cuando ella estaba embarazada de ocho meses, casi a punto de dar a luz sus mellizos. Nicholas se había agenciado un muy dudoso título de conde de La Motte, pero Jeanne prefirió usar la fórmula condesa de La Motte Valois, para establecer sus propios orígenes reales. La pareja andaba siempre apurada de dinero, porque pretendían vivir por encima de lo que hubiese correspondido al escueto salario de Nicholas. En esa tesitura, les vino de maravilla el hecho de que Jeanne tomase por amante a Marc-Antoine Rétaux de Villette, un antigüo gendarme que hacía valer otro título de conde. Los tres decidieron aprovecharse de la triste historia de Jeanne, que ella interpretaba con absoluta convicción, para hacer fortuna.
En un principio, Jeanne no fue más lejos que otras avispadas de la época. Se las arregló para presentarse en Versalles, en uno de esos días en los que multitud de personas se arracimaban en los salones tratando de captar la atención de la realeza a fín de obtener algún favor: una renta, una exigüa pensión, un nombramiento en el ejército para un hijo díscolo...ese tipo de cosas. Jeanne había decidido de antemano que ella se desmayaría justo a los pies de la reina Marie Antoinette, quien, alma cándida, querría escuchar a continuación el relato de sus tribulaciones; ella emplearía la historia que tan buen resultado le había dado antaño con una amable dama de la aristocracia para ganarse la simpatía de la soberana. Pero Jeanne calculó mal: se desmayó, sí, pero a los pies de Madame Elisabeth. La princesa, una ingenua compasiva, se preocupó lo suficiente para otorgarle una bolsa con doscientas libras y una pensión de mil quinientas libras anuales. Demasiado poco, para el gusto de Jeanne.
Fracasado el plan de entrar en Versalles por la puerta grande gracias a una
"amitié" con Marie Antoinette, el triángulo decidió urdir una trama muchísimo más elaborada. En realidad, lo que pensaban ejecutar sería el gran fraude del siglo: requería mucho desparpajo, mucha audacia, pero, si salía adelante, les proporcionaría una vida regalada.
De alguna manera, conocen que existe un absolutamente maravilloso collar de diamantes, creación de los prestigiosos joyeros Boehmer y Bassenge. De acuerdo con los relatos que se han conservado, ésta sería una reproducción bastante aproximada de aquella alhaja crucial en la Historia:
Los joyeros sabían que, debido a la superabundancia de alhajas fabulosas en la corte francesa, sólo si creaban algo de una belleza y valor incomparables podían tratar de endosarlo a una reina. En la época en que habían iniciado su labor de finísima orfebrería, no había propiamente una reina en Francia: María Leczynska, la consorte de Louis XV, llevaba tiempo deshaciéndose en su sarcófago. Pero Louis XV estaba absolutamente dominado por su última maîtresse en titre, Madame du Barry. Los joyeros pensaban en ella como la dama que cedería al capricho de poseer semejante collar de diamantes. La repentina enfermedad con resultado de muerte de Louis XV y consiguiente desaparición de la escena cortesana de Madame du Barry obligó a variar los planes iniciales. Todos sabían que la nueva soberana consorte, Marie Antoinette, era una belleza que constantemente renovaba sus trajes de gala y buscaba joyas sorprendentes para su colección personal. Se lo ofrecerían, por lo tanto, a ella.
Desgraciadamente, para cuando Boehmer y Bassenge presentaron el collar a Marie Antoinette, ésta no estaba en condiciones de adquirirlo, ni al contado -su precio resultaba elevadísimo- ni a crédito -no podía asumir un pago aplazado de tales dimensiones, porque ya había demasiadas facturas pendientes por otros conceptos-. Marie Antoinette apreció el collar, pero tampoco a tal extremo de querer saltar por encima de las evidentes limitaciones. Con amabilidad, pero con firmeza, rehusó la oferta. A Boehmer y Bassenge se les cayó el alma a los pies: necesitaban vender su obra maestra, representaba una inversión previa colosal que había que recuperar con algún margen de ganancia.
Esa situación podía ser hábilmente explotada por gente sin escrúpulos. Rétaux de Villete, el amante de Jeanne, poseía cierto talento, ya demostrado previamente, para la falsificación de documentos autógrafos. Retaux de Villete preparó una serie de cartas, en apariencia dirigidas por la reina Marie Antoinette a su “buena amiga” la condesa de La Motte Valois. En ellas, la soberana expresaba cuánto anhelaba ese increíble aderezo de diamantes obra de Boehmer y Bassenge; se lamentaba de no poder adquirirlo directamente, pues la situación del tesoro no le permitía obtener el beneplácito de su marido para retirar la cantidad de sesenta mil libras por el momento. ¿Tendría la amabilidad Jeanne de encargarse de que un intermediario, por supuesto alguien de innegable nobleza y prestigio, lo bastante rico para permitirse adelantar semejante fortuna confiando en una futura restitución, llevase a cabo la adquisición del collar sin mencionar que estaba destinado a rodear el cuello de la reina de Francia?.
Las cartas estaban destinadas a estafar al príncipe cardenal Louis René Édouard de Rohan-Guemenée. Rohan había desempeñado, en su juventud, el título de embajador de la corona de Francia ante la corte imperial de Viena: aunque pertenecía al alto clero, vivía rodeado de fasto y con una disipación que le pareció el colmo a la severa emperatriz María Theresa. De alguna forma, Marie Antoinette se contagió de la animadversión de María Theresa hacia el cardenal de Rohan. Si bien el hombre había hecho, en etapas posteriores, diversos intentos de acercamiento a la dauphine y luego reina, todos habían fracasado miserablemente. Ahora, la espabilada Jeanne le introducía en una historia que parecía mágica: la reina necesitaba un paladín para resolver el delicado asunto del collar y se había convencido de que valía la pena recurrir a Rohan. Si él tenía la gentileza de cumplir su parte, sin duda quedarían olvidados los viejos resquemores y habría tiempo para demostrar al mundo la simpatía de Marie Antoniette hacia Rohan. A decir verdad, Rohan se dejó embaucar fácilmente, tal era su deseo de verse admitido en el círculo privado de Marie Antoinette. Él entregó el dinero a Jeanne, que abonó sólo un pequeño pago inicial a los joyeros (plenamente confiados en que la joya se adquiría a petición de la reina, con la garantía adicional del cardenal de Rohan) a cambio de esa maravilla de diamantes. Casi de inmediato, el collar fue desmontado para que los diamantes pudiesen venderse por separado, en París y en Londres. Jeanne y su Rétaux de Villete empezaron a darse la gran vida de la noche a la mañana.
Poco a poco, la historia fue formando un condenado embrollo. Rohan acudía a Versalles esperando recibir alguna señal de favor de la reina Marie Antoinette, al menos una ligera indicación del beneplácito de aquella a quien había servido en una cuestión así. Pero Marie Antoinette no tenía ningún motivo para variar su actitud fría hacia Rohan, de forma que el cardenal le pidió explicaciones a la condesa de La Motte Valois. Jeanne tuvo mucha sangre fría: la reina no podía cambiar tan de repente, porque eso suscitaría un alud de perniciosas murmuraciones; había que proceder con suma cautela. Ante la insistencia de Rohan, Jeanne decidió introducir una variación en el guión: la reina todavía no podía revelar en público su afecto por Rohan, pero si el cardenal acudía cierta noche a la recóndita Gruta de Venus, en el parque de Versalles, ella se presentaría a la cita y de buen grado hablaría con él. La perspectiva entusiasmó a Rohan.
Ahí viene otro elemento folletinesco. Con la ayuda de Rétaux de Villete y tal vez del controvertido conde Cagliostro, Jeanne encontró a una prostituta parisina llamada Nicole Leguay que ofrecía un notable parecido con la reina Marie Antoniette. De cerca y a plena luz, Rohan se hubiese percatado de que Nicole Leguay no era Marie Antoinette; pero el “rendez-vous” se había planificado para que tuviese lugar en un frondoso jardín a altas horas de la noche y, además, resultaba comprensible que la soberana acudiese envuelta en un fino velo que distorsionaba su aspecto. Todo lo que tuvo que hacer Nicole fue aparecer de repente con una rosa en la mano, tendérsela a Rohan y susurrar, en voz apenas perceptible: “Vos ya sabéis lo que significa”. El cardenal quedó de nuevo convencido de estar en el buen camino hacia el “boudoir” de Marie Antoinette.
El asunto entero reventó cuando uno de los joyeros empezó a preocuparse porque los siguientes pagos acordados no llegaban a sus bolsillos. Necesitaban el dinero desesperadamente, pero sólo encontraban largas por parte de la condesa de La Motte Valois. El cardenal de Rohan aseguraba que él había aportado toda lo acordado, que el resto correspondía a la reina Marie Antoinette. Para rematar, los diamantes empezaban a afluír al mercado francés e inglés, algo que no le pasó desapercibido a los distinguidos orfebres.
Muy nervioso, Boehmer se dirigió a Versalles con la intención de aclarar el asunto con Marie Antoinette. Así se enteró ella de que, supuestamente, era la dueña del célebre collar de diamantes, porque su amiga la condesa de La Motte Valois se había ocupado de conseguirlo gracias a la financiación anticipada de su fiel paladín el príncipe cardenal de Rohan...