LA MADRE
Retrato de la princesa Alexandra de Saxe-Altenburg.
Alexandra Friederike Henriette Pauline Marianne Elisabeth
de Saxe-Altenburg había venido al mundo en un agradable día de principios del mes de julio de 1830, es decir, veintiún años antes de que le tocase pasar por el trance de dar vida a su hija Olga. Su padre, Joseph de Saxe-Altenburg, había sido previamente Joseph de Saxe-Hildburghausen hasta que se produjo un reparto de herencia familiar en 1826. Formaba parte del nutrido conjunto de príncipes soberanos de una serie de ducados germánicos de reducido tamaño; en los años de juventud, se había distinguido luchando en las guerras napoleónicas que habían asolado todo el viejo continente, para, posteriormente, establecerse como un gobernante dispuesto a introducir ciertas reformas en su territorio hereditario pero dentro de una pauta notablemente conservadora. Un matrimonio armonioso con la princesa Amelia de Württemberg le había proporcionado seis hijas, entre las cuales nuestra Alexandra ocupaba el quinto lugar si nos atenemos al orden de nacimiento. A Alexandra la precedían Marie, Pauline, Henriette y Elisabeth: sin embargo, Pauline había fallecido cinco años antes de que apareciese en escena nuestra protagonista. Del puesto de "benjamina" la desplazaría Louise, que, sin embargo, apenas logró vivir un año.
Si hubiese que buscar un adjetivo para definir los primeros doce años de Alexandra, sin duda cuadraría el de "apacibles". La amable convivencia de los padres redundó en beneficio de las hijas, que se criaron en una atmósfera serena. Especialmente unida a Elisabeth, Alexandra, a la que enseguida denominaron Sanny, recibió la educación típica de la época, pero con un fuerte componente literario y artístico. La niña mostraba predilección por la lectura, dibujaba con estilo y, sobre todo, poseía talento para interpretar música al piano.
El acontecimiento que marcaría el rumbo existencial de Sanny se produjo en el año 1846, cuando contaba dieciséis años. Casi a mediados del mes de julio se festejó una boda en Württemberg: la del príncipe heredero Karl con la gran duquesa rusa Olga Nicolaevna, una de las cautivadoras hijas del zar Nicholas I con su Alexandra Feodorovna. Entre los parientes de Olga que la habían acompañado hasta su nuevo país, figuraba uno de sus hermanos, el gran duque Constantin, de diecinueve años. Concluídas las celebraciones, Constantin viajó al vecino ducado de Altenburg para una "visita de cortesía" a los duques Joseph y Amelia: de inmediato, quedó absolutamente prendado de la preciosa Sanny, que frisaba en los dieciséis. Las cartas de Constantin a Olga, ahora Olga de Württemberg, revelan la pasión que había prendido chispa en el mozo: se refería a Sanny en términos casi extáticos, denominándola "mi ángel", pero también "mi universo entero". No quedaba espacio para las dudas: deseaba casarse con ella lo antes posible.
Obviamente, los duques Joseph y Amalie estaban complacidos por el curso de los acontecimientos. Un gran duque ruso era más de lo que habían soñado para cualquiera de las cuatro hijas que tenían: Marie, Henriette, Elisabeth y Alexandra. Marie se había casado tres años atrás con George, príncipe heredero de Hannover, con lo que un día sería reina consorte, pero jamás alcanzaría el boato casi increíble que desplegaba la corte imperial de Rusia.
Sin embargo, por muy enamorado que estuviese Constantin, e incluso a pesar de la romántica infatuación de Alexandra, había que tomarse las cosas con calma. La muchacha debería disponer de un "período de aprendizaje". En la corte rusa, los idiomas dominantes eran el alemán (a fín de cuentas, tanto la madre del zar como la esposa del zar habían empleado siempre el alemán) y el francés: en ese sentido, Sanny podría desenvolverse incluso aunque tardase en manejar con relativa fluidez el ruso. No obstante, tendría que abandonar la religión luterana de sus padres para adoptar la fé ortodoxa: no íba a convertirse sin antes recibir la preceptiva "catequesis".
Finalmente, en octubre de 1847, Sanny llegó a San Petersburgo. En el Palacio de Invierno, sus inminentes suegros le habían preparado una magnífica bienvenida; sin embargo, su futura suegra, la zarina Alexandra Feodorovna, rompió a llorar desconsoladamente en cuanto la vió. Enseguida se apresuraron todos a tranquilizar a la nerviosa y azorada Sanny: la dama no podía contener las lágrimas porque la prometida de su hijo llamaba la atención por su parecido con una de las hermanas del novio, Alexandra Nicolaevna, muerta en plena juventud. El lado positivo fue que tanto Nicholas como Alexandra, que habían adorado a su hija Alexandra, apodada Adini, estuvieron todavía más predispuestos a encariñarse con esta nueva Alexandra, Sanny.
Al cabo de once meses, en septiembre de 1848, la boda tuvo lugar en la capilla del Palacio de Invierno. Sanny se había convertido previamente a la ortodoxia, pero conservando su nombre -Alexandra- y adoptando, como patronímico, el que correspondía según el nombre de su padre Joseph: Iosifovna. Constantin y Alexandra iniciaron su vida conyugal con los mejores auspicios: nadie en la corte ignoraba que estaban intensamente enamorados, pero, además, se había confirmado que formaban una pareja que podía congeniar porque compartían intereses y gustos. Los dos repartían el tiempo entre San Petersburgo (los zares les habían regalado el fabuloso Palacio de Mármol) y Strelna en el golfo de Finlandia; al cabo de un año, recibirían a
modo de herencia de un tío de él Pavlovsk, un lugar de ensueño con el palacio rodeado de jardines y un fuerte que se había diseñado en tiempos del abuelo paterno de él encaramado sobre un lago. Luego, a la muerte de la zarina, también obtendrían la preciosa propiedad de Oreanda, en Crimea.
Su primer hijo, bautizado Nicholas en honor al zar, nació en el Palacio de Mármol con la apropiada prontitud, en febrero de 1850. Para entonces, Sanny había llegado al apogeo de su belleza:
Retrato de la gran duquesa Alexandra Iosifovna.
Todavía en plena felicidad, Sanny concebiría enseguida un segundo bebé, que sería nuestra Olga. Al cabo de tres años, vendría una nueva niña: Vera Constantinovna Romanova. Tres chicos seguirían a Vera: Constantin Constantinovich en 1858 (para entonces su hermana Olga contaba ocho años), Dimitri Constantinovich en 1860 (Olga tenía diez años) y Vyachaslav Constantinovich en 1862 (Olga frisaba en los doce años). Como luego veremos, en el desarrollo de la historia, Alexandra Iosifovna tendría una suerte irregular con sus hijos: el mayor le causaría graves problemas, en tanto que la tercera -Vera- adoleció de problemas de salud desde la infancia y el benjamín -Vyachaslav- falleció prematuramente a causa de una hemorragia cerebral.