Marie Thérèse Louise de Saboya-Carignano, princesa de Lamballe:

La princesa de Lamballe ha aparecido en reiteradas ocasiones en este tema, mencionada al tratar diversos episodios que involucraron a la familia real. Pero, ante la inminencia de su muerte, es pertinente evocar brevemente su vida.
Quizá os acordéis de que se ha mencionado que Marie Antoinette declaró en cierta ocasión que no temía a los venenos porque no eran el arma de su siglo; el arma de su siglo, había añadido con afilado sarcasmo, era la calumnia, tan eficaz a la hora de masacrar definitivamente a una persona ante los ojos de sus coetáneos. Esa reflexión de Antoinette fue realizada ante Yolande de Polignac, la favorita que había sucedido en ese puesto a la princesa de Lamballe. Con el tiempo, Lamballe había vuelto a asumir una posición predominante en el repertorio de afectos de Marie Antoinette, mientras que Polignac había debido exiliarse en Suiza.
La princesa de Lamballe es un ejemplo perfecto para demostrar cuánta verdad encerraba la frase de Marie Antoinette. Marie Thérèse Louise de Saboya-Carignano no había hecho en su vida nada tan reprochable para merecer ni de lejos una milésima parte del odio atroz que suscitaba en un amplísimo sector de población francesa. De hecho, había llevado una existencia de lo más piadosa y decorosa, acorde con su naturaleza suave y delicada. Pero a lo largo de los años habían circulado tal cantidad de libelos atacando a la reina y a su amiga la princesa, a quienes se suponía envueltas en una escandalosa relación lésbica, que la reputación de Lamballe estaba hecha unos zorros.
Esa mujer había nacido lejos de Francia, en la ciudad de Turín. Su padre había sido Luigi-Vittorio di Savoia-Carignano, príncipe de Carignano. Su madre había sido Christine Henriette, Landgräfin von Hessen-Rheinfels-Rotenburg. Sangre principesca de "primera calidad" circulaba, pues, por las venas de nuestra Marie Thèrése Louise, que fue la sexta de nueve hermanos. La nómina de tías maternas de esos niños, incluyendo nuestra protagonista, incluía una reina: Polyxene Christine von Hessen-Rheinfels-Rotenburg se había convertido en la reina Polyxene al casarse con Carlo Emmanuelle III de Savoia, rey de Cerdeña.
La reina Polyxene de Cerdeña, tía más destacada de Marie Thèrése Louise.Marie Thèrése Louise, lo mismo que sus hermanas mayores Leopolda Marie y Gabriella, así como su hermana menor Catherine, recibió una cuidadosísma educación dirigida por la madre. A esas princesitas Savoie-Carignano se las hizo desarrollarse en un ambiente profundamente religioso y estricto, mientras se expresaban fluídamente en italiano, francés y alemán, a la vez que adquirían una formación más amplia que la de la mayoría de sus contemporáneas. Llegaron a ser tan cándidas y a la vez tan refinadas que nadie dudaba de que harían excelentes matrimonios. En el caso concreto de Marie Thèrése Louise, su oportunidad de contraer unos brillantes esponsales provino de Francia, dónde el riquísimo duque de Penthièvre andaba a la busca de una muchacha virtuosísima para tratar de encauzar a su hijo varón heredero, el príncipe de Lamballe, que llevaba una existencia absolutamente disipada.
Aquí no se trata de ir introduciendo docenas de personajes interesantes para que alguien acabe perdiéndose entre árboles genealógicos, pero es muy destacada la figura del duque de Penthièvre, demasiado destacada para no prestarle cierta cuota de atención. Se llamaba Louis Jean Marie de Bourbon, era nieto del gran rey Louis XIV y de su amante oficial, después esposa morganática, Madame de Montespan. Louis Jean Marie de Bourbon, que tenía semejantes abuelos, acumulaba en su persona los títulos de duque de Penthièvre, duque d´Aumale, duque de Rambouillet, duque de Gisors, duque Châteauvillain, duque de Arc-en-Barrois y conde d´Eu, por mencionar los más lustrosos. Ya véis que era una formidable panoplia de títulos. Por añadidura, a eso había que añadirle una fortuna colosal. Suyos eran el château de Bizy (su favorito), así como los châteaux de Anet, Sceaux, Aumale, Dreux y Gisors. Las propiedades que tenía repartidas por el país, de manera destacada en Normandía y el Maine, le procuraban unas rentas anuales que rondaban los seis millones de
livres.
Semejante
grand seigneur con sangre regia en sus venas se había casado con Marie Thérèse Félicité d'Este-Modène, hija del duque Francesco III de Módena y de Charlotte-Aglaé d'Orléans. Esa Marie Thèrése Félicité también tenía, por tanto, un árbol genealógico de los que lucen extraordinariamente. Lo sustancial es que hizo honor a su tercer nombre de pila, Félicité, a diferencia de su hermana menor, Fortunée, que se había casado con el príncipe de Contí. Fortunée tuvo un matrimonio desdichado que concluyó en una separación, mientras que Félicité fue inmensamente dichosa junto a su duque de Penthièvre, a quien proporcionaría siete hijos, aunque muchos de ellos se malograsen. La desaparición de Félicité causó un dolor infinito en su devoto esposo Penthièvre, que, a la sazón, se volcó por entero en intentar enmendarle la plana a su tarambana hijo Louis Alexandre príncipe de Lamballe y en asegurar la posición de su amada hija Louise Marie Adélaïde de Bourbon, Mademoiselle d´Ivry, después conocida por el nombre Mademoiselle de Penthièvre.
Aquí la historia se muestra un tanto burlesca con nosotros. Louis Alexandre vió concertadas sus nupcias en 1767 con Marie Thèrése Louise de Savoie-Carignano. El casamiento por poderes se celebró en Turín el 17 de enero y la boda en sí misma se llevaría a efecto el 31 de enero en Nangis, Francia. Este cuadro, muy hermoso...

...muestra a la familia en su nueva composición, allá por 1767. El duque de Penthièvre domina la imagen, sentado en primer plano a la izquierda del cuadro; junto a él, también sentados, su hijo Louis Alexandre, su nuera Marie Thèrése Louise y su madre, la condesa viuda de Toulouse. En pié, detrás de Marie Thèrése Louise, aparece Adelaïde, Mademoiselle de Penthièvre. Las dos cuñadas surgen como figuras de notable atractivo físico, de rasgos delicados y aspecto encantador.
La realidad no fue tan bonita. Marie Thèrése Louise se encontró con que su marido no estaba por la labor de consumar el matrimonio, sino que prefería seguir dedicándose a sus calaveradas. En mayo de 1768, es decir, dieciséis meses después de la solemne boda en Nangis, Louis Alexander murió devastado por una enfermedad venérea. La princesa de Lamballe se quedaba viuda a los diecinueve años, lo que justifica ampliamente su profunda melancolía e incluso una depresión. Pero no retornó con su familia de orígen: a esas alturas, su suegro el duque de Penthièvre la adoraba, al igual que su cuñada Mademoiselle Adelaïde de Penthièvre. Marie Thèrése Louise se quedó con su suegro y su cuñada, que, a su vez, se casaría en 1769 con Louis-Philippe d´Orléans, el futuro Philippe Egalité. La boda de Mademoiselle de Penthièvre con el duque de Orléans fue un evento de primera magnitud; esa novia, un ideal de pureza al igual que la viuda princesa de Lamballe, aportó la dote más inmensa que se había otorgado a una desposada en Francia, por cortesía del duque de Penthièvre.
El elemento crucial en la biografía de Marie Thèrése Louise fue que se granjease el afecto vehemente de Marie Antoinette, la jovencísima y frívola esposa austríaca del entonces delfín Louis, destinado a convertirse en Louis XVI. Nadie hubiera tenido motivos de queja: la princesa de Lamballe se encontraba en lo más alto de la pirámide social y el fallecimiento de su marido la había convertido en una viuda inmensamente rica, aparte de que gozase de la protección inalterable de su suegro y de una cálida relación con su cuñada. Esto quería decir que Lamballe no era una simple aristócrata del tres al cuarto que pretendiese "medrar" a través de su amistad con la dauphine, futura reina. Lamballe no era una trepa; nunca íba a pedir nada, ni títulos, ni propiedades ni asignaciones económicas, porque de eso ya tenía más que suficiente. Por tanto, se podía atribuír a Lamballe un completo desinterés en su vinculación afectiva con Marie Antoinette. No íba a ser una favorita chupasangres, sino una amiga cariñosa y leal con un background familiar más que aceptable.
Pero cuando los adversarios de Marie Antoinette -en particular sus cuñados Provence y Artois- se lanzaron a la tarea de denigrar a la austríaca mediante una profusión de panfletos, se llevaron por delante también la imagen pública de la bonita y frágil princesa de Lamballe. Las calumnias, el arma del siglo, íban a demostrar cuán peligrosamente efectivas podían llegar a ser. No sólo se atacó a Marie Antoinette presentándola como una muchacha aturdida, inconsciente, ligera, una auténtica cabeza de chorlito preocupada solamente por entretenerse, por divertirse, ataviada con un lujo formidable porque no en vano se ganaría el título de reina rococó por antonomasia. En ese juicio de Marie Antoinette, no andaban desencaminados sus adversarios. Pero eso no bastaba. Dado que había tardado años en consumar su matrimonio con Louis, los hermanos de éste se habían visto durante demasiado tiempo en primera línea de la sucesión al trono. Para cuando Antoinette concibió, al duque de Provenza le sentó como una patada en el estómago, y también al conde de Artois, que ya era padre y miraba por el futuro de sus hijos. Los niños de Antoinette eran un serio obstáculo para las aspiraciones que habían nutrido sus tíos paternos. Había que envilecer por completo a la reina, extendiendo el rumor de que Louis había sido impotente y Antoinette no había dudado en "apagar sus furores uterinos" con una sucesión de
mignons y
mignonnes. A la pobre Lamballe se la empezó a presentar en panfletos como una de las amantes de la reina; se afirmaba que practicaban el lesbianismo, ilustrando con dibujos esas acusaciones.
Paulatinamente, la imagen de la princesa de Lamballe se hizo trizas. Cuando la reemplazó la Polignac, muchos la echaron de menos. Al menos, Lamballe no había costado dinero a la corona, aparte de los regalos que hubiese querido hacerle Marie Antoinette. Yolande de Polastron duquesa de Polignac, por el contrario, salía incluso más cara de lo que había salido en su época Madame de Pompadour. Pero, con todo, la reputación de Marie Thèrése Louise de Savoie-Carignano se había cubierto de oprobio público. Era detestada, percibida por el pueblo atribulado por la inestabilidad socio-económica como una de las mimadas de la reina, una de las que jugaban a pastorcillas en aquel Petit Trianon cuya construcción había vacíado las arcas del tesoro en Francia.
La fidelidad de la princesa de Lamballe a su amistad con Marie Antoinette es absolutamente conmovedora. La princesa había estado ausente en Inglaterra durante la fuga a Varennes, pero, ante la fracaso humillante para la familia real en su huída, había querido volver a París a compartir el confinamiento en las Tuilleries. Lamballe sabía que corría peligro al adoptar esa postura; mientras se hallaba en Aquisgrán esperando el permiso de Marie Antoinette para volver a París, tomó la precaución de redactar un amplio testamento, lo que significa que se daba cuenta de que se exponía al retornar a París por mucho que el marido de su cuñada Adelaïde fuese el demagógico duque de Orléans que íba por el mundo haciendo el papel de hijo ilegítimo de su madre con un cochero para marcar distancias con la realeza en esa hora amarga (para bochorno infinito del duque de Penthièvre). La princesa de Lamballe había compartido con su señora instantes dramáticos, había pasado por el convento de los feuillants y por las torres templarias antes de acabar en la prisión de La Force. Cuando se le indicó que la juzgaría un tribunal revolucionario, supo que su suerte estaba echada.
Toca el corazón la fortaleza moral y el coraje de los que hizo acopio la princesa de Lamballe en las horas previas a su "juicio". Siempre había adolecido de una exquisita fragilidad; tenía tendencia a somatizarlo todo en forma de achaques, caía frecuentemente en el pozo de la melancolía. Pero en La Force, la princesa de Lamballe había extraído fuerzas de flaqueza a través de su profunda religiosidad. Estaba dispuesta a no traicionar ni su conciencia ni su sentido del honor, decidida a pagar el precio que le exigirían por su lealtad inquebrantable hacia su rey y su reina. Entre tanto, su suegro Penthièvre luchaba denodadamente por intentar sacar de ese atolladero a la queridísima Marie Thèrése Louise; aspiraba a llevarla consigo a Bizy en Normandía, para vivir retirados del mundo junto a Adelaïde duquesa de Orléans, que se había separado previamente del marido harta de aguantar las humillaciones que éste le inflingía.
Cuando la princesa de Lamballe salió de su celda en La Force para ser conducida ante el tribunal dispuesto a juzgarla en la misma prisión, había en ella una reciedumbre, una firmeza, que sorprendería a sus íntimos. La delicada florecilla de invernadero se había transformado en una dama heróica. El tribunal le exigió que formulase un juramento de adhesión a los principios revolucionarios de libertad e igualdad, así como una declaración de aborrecimiento hacia los reyes y la monarquía. La princesa respondió con una compostura absoluta:
-No tengo nada que decir, pues me es indiferente morir un poco antes o un poco después. Estoy preparada para hacer el sacrificio de mi vida.Era un desafío al tribunal que había pretendido amedrentarla y hacerla renunciar a sus principios. La decisión del tribunal fue decretar que se la transladaría inmediatamente de La Force a L´Abbaye, lo cual equivalía a decir que en un breve plazo de tiempo la enviarían a que le segase la cabeza la guillotina, un nuevo instrumento de ejecución que llevaba funcionando desde mediados de agosto. Marie Thèrése Louise de Savoie-Carignano, princesa de Lamballe, no manifestó ninguna emoción al escuchar ese veredicto. No temía L´Abbaye ni temía a la guillotina. O quizá los temiese en el fondo de sí misma, pero no estaba dispuesta a que pudiesen adivinarlo los revolucionarios. Se atendría a sus palabras:
"me es indiferente morir un poco antes o un poco después".
Era el 3 de septiembre. Ya había matanzas en otras cárceles, pero aún no en La Force. Sin embargo, una muchedumbre de enardecidos
sans-culottes se habían congregado en los patios de La Force atraídos por el juicio a Lamballe y por la posibilidad de acabar haciendo en esa prisión una escabechina como las que ya se habían iniciado en otras prisiones parisinas. Cuando la princesa salió al exterior con quienes la custodiaban, el odio de los
sans-culottes había alcanzado el punto álgido. Alguien logró situarse a espaldas de la princesa para asestarle desde atrás varios martillazos en la cabeza; esos golpes de martillo repentinos tumbaron a la mujer en el suelo. Desde luego, estaba inconsciente. Lo que no podemos saber es si aún vivía o si ya había muerto.
La turba se abalanzó sobre la mujer que yacía tendida en el empedrado del suelo de ese patio de prisión. Personalmente, prefiero hacerme la ilusión de que los martillazos en la cabeza la habían asesinado, porque sería tremendo que sólo la hubiesen dejado sin sentido a la vista de lo que ocurrió a continuación. Los
sans-culottes se ensañaron con ella de una forma que provoca escalofríos. Se le arrancó la ropa mientras se la aseteaba a golpes de pica; algunos testimonios aseguran que fue violada, antes de ser salvajemente mutilada, pues, entre otras lindezas, se le cortaron los pechos y se la abrió en canal para ser eviscerada. Su cabeza, separada del cuerpo de un tajo, acabó adornando una pica, lo mismo que uno de sus órganos internos y que la camisa interior que había llevado, de fina tela empapada en sangre. Con esos "trofeos", los
sans-culottes decidieron dirigirse a La Force al Temple. Querían que Antoinette viese la cabeza de Lamballe en la pica. Algunos, más osados, aseguraban que forzarían a Antoinette a besar los labios de la cabeza de Lamballe. Incluso había quienes se jactaban de que harían con Antoinette lo mismo que acababan de hacer con Lamballe.