El 5 de diciembre de 1642, un cardenal italiano llamado Giulio Mazzarini, naturalizado francés bajo el nombre de Jules Mazarin, se convierte en principal ministro del Estado, sucediendo al hombre a quien hasta el día anterior había servido lealmente: Armand Jean du Plessis, cardenal-duque de Richelieu y duque de Fronsac. La muerte de Richelieu deja los hilos del poder en manos de su aventajado alumno Mazarin, de momento todavía con el rey Louis XIII vivo. Pero Louis XIII fallecerá cinco meses después que Richelieu. De repente, Francia se encuentra con un rey niño: Louis XIV, de apenas cinco años de edad. El pequeño monarca necesita una regente: su madre, la española Anne de Austria. La regente Anne de Austria necesita, obviamente, un punto de apoyo y referencia constante, que encuentra en Jules Mazarin. La posición de Jules Mazarin se hace cada día más firme, más sólida; alcanza una preeminencia que no sólo iguala sino que incluso supera a la de su antecesor Richelieu.
Es de cajón que a muchos franceses tuvo que tocarles la moral esa combinación regente española con valido italiano. Los dos recibirían su buena cota de ataques insidiosos, pero los panfletistas se centrarían de manera particular en Mazarin.
Éste presumía de que su padre, el difunto Pietro Mazzarini, representaba un linaje que podía rastraer su ancestros hasta llegar a algún distinguido caballero normando que había acompañado a Charles de Anjou en la conquista del reino de Sicilia. Pero lo cierto es que Pietro Mazzarini había sido un hombre sin fortuna, que había tenido que servir en calidad de valet de chambre o de mayordomo -no está claro ese punto- al condestable Filippo Colonna. Colonna se había encargado de promover la boda de Pietro Mazzarini con Ortensia Buffalini, también miembro de su casa. Los seis hijos de Pietro y Ortensia se beneficiarían sustancialmente del amable patrocinio de Colonna. Gracias a Colonna, los dos varones mayores, Jules y Michele, podrían desarrollar notables carreras eclesiásticas, en tanto que la mayor de las féminas, Anna María, ingresaría en uno de los principales conventos romanos, Campo Marzio, en el que llegaría a ostentar la dignidad de abadesa. Otras tres muchachas menores en edad -Laura Margherita, Cleria y Girolama- obtendrían dotes adecuadas que les permitieron casarse con aristócratas, de escaso relumbre pero aristócratas a fín de cuentas. Laura Margherita había matrimoniado con el conde Geronimo Martinozzi, Cleria con el marqués Pietro Muti y Girolama con el barón Michele Mancini.
A pesar de ese background bastante respetable, los panfletistas se metieron a saco con los antecedentes de Jules Mazarin en la época en que éste se había erigido en el dueño de Francia. Se decía, por ejemplo, que su padre, lejos de ser un descendiente de cualquier caballero angevino asentado en tierra siciliana, era un judío que había tratado de ocultar ese hecho asumiendo el apellido Mazzarini, una derivación de la ciudad de la que procedían, situada en el valle de Mezzara. La conjunción de "judío" y "siciliano" pretendía convertir a Jules Mazarin en una figura absolutamente siniestra en el imaginario popular. Para la gente común de entonces, los judíos eran, en su conjunto, astutos, codiciosos, taimados, arteros, capaces de cualquier bellaquería que les aprovechase, en tanto que los sicilianos eran hipersusceptibles, proclives a una ira que siempre se cobraba venganza, amigos de darle uso al puñal o a los venenos.
Jules Mazarin hubo de sentirse, quizá, bastante aislado en el plano personal. Su Palais Mazarin, en pleno París, impresionaba por su magnificencia exterior y sus espléndidos interiores; la colosal fortuna adquirida por el cardenal mientras se situaba en las alturas le había permitido acumular una biblioteca de grandes proporciones y un extenso repertorio de valiosas obras de arte, desde tapices a cuadros pasando por estatuas de mármol. Pero todo lo que tenía deseaba poder compartirlo con alguien de su carne y de su sangre -un deseo bastante natural, por otro lado-.
De sus hermanas menores, Cleria carecía de descendencia, pero tanto Laura Margherita Martinozzi como Girolama Mancini habían sido madres. Laura Margherita Martinozzi se había quedado viuda y en una situación no excesivamente boyante, con dos hijas a su cargo: Laura y Anna María Martinozzi. Girolama Mancini había resultado más prolífica que Laura Margherita Martinozzi: en su matrimonio con Michele Mancini, que se distinguía por su afición a la necromancia y a la astrología, había dado a luz hasta entonces a seis hijas, dos de ellas muertas en la temprana infancia, así como a tres hijos. Los chicos se llamaban Paolo, Filippo y Alfonso. Las muchachas eran, de mayor a menor, teniendo en cuenta únicamente a las supervivientes, Laura Vittoria, Olimpia, María y Ortensia.
En 1647, Jules Mazarin tomó la decisión de solicitar que se le enviase a parte de sus sobrinos. La condesa de Noailles, dama de gran relevancia en la corte de Anne de Austria, fue comisionada por el cardenal para viajar en busca de un paquete de sobrinos que incluía a Laura Martinozzi, Laura Vittoria Mancini, Olimpia Mancini y Paolo Mancini. Aunque Mazarin había asegurado que llevarían vidas sencillas en París, nadie se lo tomaba en serio: para cumplir el papel de inminente gobernanta de sus sobrinas, había sido elegida la mismísima Madame la marquesa de Sénéce, hasta poco tiempo atrás gobernanta del rey Louis XIV. Ese hecho, de por sí, revelaba que Mazarin pensaba situar en la corte a sus sobrinas y a su sobrino, patrocinándolos para con el tiempo utilizarlos en la tarea de lograr alianzas ventajosas.
Unos años después, en mayo de 1653, una nave genovesa atracaría en el puerto de Marseille. En la nave viajaban otra tanda de sobrinos de Mazarin, formada por Laura Martinozzi, Filippo Mancini, Maria Mancini y Ortensia Mancini.