Vamos a hablar también de un personaje clave de los del otro bando: el papa
Inocencio III, de soltero Lotario de Segni, que fue pontífice entre 1198 y 1216.

Nacido de noble familia romana, su padre fue el conde Trasimundo de Segni, este muchacho combinaba una conducta moral y sacerdotal irreprochable con una vasta formación cultural y jurídica. Con 38 años era joven y estaba en plenas facultades para dirigir el papado después de haber visto mundo y haber pasado por las universidades de París y Bolonia. Su estilo de vida humilde dentro de la curia romana fue muy destacable y le permitía “echar la bronca” a sus opositores con mucha autoridad moral, era también diplomático cuando le convenía y muy inteligente en sus maniobras políticas, llegando a conseguir que su autoridad alcanzase a todos los poderes de la cristiandad.
Básicamente cuando Inocencio llamaba la atención a reyes, condes u obispos, éstos no se atrevían a llevarle la contraria porque 1) generalmente tenía razón y 2) no se le podía contestar con el clásico “tú también eres un pecador y un viva la fiesta así que déjame a mí con mis milongas”, cosa que sí se podía hacer con gran parte de los papas anteriores

Realmente fue muy bueno en su trabajo pero para el resto de la humanidad era un petardo: no sólo era capaz de mirarte por encima del hombro con suficiencia gracias a su conducta de beato intachable sino que encima nos salió cotilla y metiche. Era firme defensor de la idea de
plenitudo potestatis del papa y creía que eso le daba autoridad para meter las narices en los asuntos de los demás, ya fuesen religiosos o políticos, y encima había que hacer caso de sus “bienintencionados consejos” disfrazados de órdenes y no tratar de salirse por la tangente porque era experto en Derecho Canónico y, como planteases un pleito o cualquier otra cuestión legal, te dejaba en pelota por culpa del monto de la pedazo de multa que te venía encima. Inocencio III se sentía realmente un Rey de Reyes, con capacidad de arbitrio sobre la política europea.
Era una mentalidad teocrática, feudal, convencida de su autoridad sobre todo lo que está por debajo de los cielos, y que el sur de Francia viviese una forma de religión anormal, que rompía con la cristiandad, en medio de un vacío político, le ponía básicamente histérico

Y su respuesta fue la violencia sencillamente porque nunca, jamás, se le pasó otra cosa por la cabeza desde el primer momento. Los legados que envió y las prédicas que autorizó a Domingo de Guzmán para tratar de reconvertir a los herejes fueron un paripé desde el principio y más bien encaminadas a recabar información para que él pudiese comprender el origen del problema y hasta dónde llegaba la infección. Ojo, con esto no quiero decir que fuese un fanático y un chalado, tomó decisiones brutales pero siempre prácticas y, a posteriori, algunas de las masacres cometidas en su nombre le ocasionaron muchos remordimientos de conciencia y noches rezando sin dormir pidiendo perdón (aunque eso no les sirviese ya de nada a los 8.000 muertos de Béziers)
Es cierto que trató de persuadir y presionar para no llegar a la guerra y que de haber sido de otra pasta los señores del sur de Francia quizá no se habría llegado a las manos. Pero también es cierto que desde el primer momento tomó disposiciones para la batalla otorgando, por ejemplo, a los cruzados el derecho de confiscar bienes no sólo de herejes sino también de familiares y cómplices (lo que permitió a Simón de Montfort arrebatar los señoríos occitanos a sus dueños) Incrementó la actividad de los cistercienses en la zona convirtiéndolos en una suerte de “policía papal” que lo veía y oía todo y su abad general, Arnau Almaric, se tomó como algo personal la depuración de la degradada iglesia occitana. Por desgracia, el amigo Arnau nos salió duro, cruel, intransigente y cabrón a partes iguales, siendo el responsable de la celebérrima frase que después se atribuyó a Simón:
¡Matadlos a todos. Dios reconocerá a los suyos!
Fue cosa de Arnau ir despidiendo a todos los capitostes de la Iglesia del sur de Francia para cambiarlos por gente adepta al papa: el obispo de Carcasona, el abad de san Guilhem-le-Desert, al arzobispo de Narbona, etc. Intentó comprometer a la nobleza y a los burgueses pero ni condes ni autoridades civiles veían con buenos ojos a esta especie de inquisición que venía a jorobar la fiesta de libertades que tenían hasta ahora. Y es bastante probable que a Arnau le molestase más el desprecio de las villas que el de los nobles, no se fiaba de los burgueses ni de sus reivindicaciones urbanas, porque en la propia Italia estaban poniendo en cuestión la autoridad de su señor (y hacía bien en preocuparse, Florencia, Génova, Siena y Venecia, entre otras, empezaban sus carreras de ciudades independientes y florecientes)
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.