Nuestra historia arranca con un matrimonio que suscitó una intensa polémica en su momento. Fue, cuando menos, una boda sorprendente, pues, por primera vez, un príncipe británico, heredero de un ducado alemán, intercambió sus votos nupciales con una gran duquesa rusa.
El príncipe británico se llamaba Alfred, si bien, en el entorno familiar, solían denominarle empleando el cariñoso diminutivo de "Affie". Había nacido como cuarto de los nueve hijos de la reina Victoria de Inglaterra y su consorte, Albert de Saxe-Coburg-Gotha; pero lo sustancial era que había sido el SEGUNDO varón. Eso mantuvo a Affie, durante largos años, como el segundo en la línea de sucesión al trono...justo detrás de su hermano Bertie, príncipe de Gales. En una etapa ulterior, el hecho le convirtió, mediante un acuerdo de familia, en el heredero natural del ducado de Coburgo en Alemania, en el que ejercía la soberanía el hermano mayor del príncipe Albert, el duque Ernest II, que carecía de hijos legítimos con su devota esposa Alexandrine de Baden. Entre una cosa y otra, hay que señalar que el muchacho pareció, durante un breve lapso de tiempo, uno de los candidatos más destacados a ocupar el trono de Grecia, que había conseguido en época reciente su independencia respecto al poderoso imperio otomano.
Un joven Alfred.
Lo cierto es que, desde su juventud, a Affie le gustaba pensar en sí mismo como en "un marino". A fín de cuentas, tenía sólo doce años cuando, en una conversación que mantuvo el chiquillo con su augusto padre, ambos decidieron que el mejor destino para el muchacho sería emprender lo antes posible una carrera profesional en la Royal Navy. Affie fue enviado a la academia naval con un tutor encargado de mantenerle siempre en el buen camino: el teniente Sowell. Dos años después, a los catorce años, Affie se integraría en la tripulación del buque
HMS Euryalus. Alcanzó el rango de teniente con veintiún años, cuando servía en la fragata
HMS Racoon bajo el mando del conde Victor von Gleichen, un sobrino de la reina Victoria. A los veinticuatro años, Affie recibió los galones de capitán...y se le encomendó el mando del
HMS Galatea.
Hay que señalar que Affie estaba plenamente orgulloso de su condición de oficial de la Navy. La elección, alentada y consensuada con su progenitor, que había realizado con apenas doce años, había resultado un completo acierto, porque aquel tipo de vida cuadraba con sus naturales inclinaciones, con sus expectativas. En cambio, preocupaba, y no poco, a la estricta reina Victoria el hecho de que su hijo hubiese asumido casi por entero "los
modos" de los marinos. Affie aprovechaba sus estancias en tierra firme para correrse buenas juergas, que no excluían esporádicas aventuras más eróticas que sentimentales; bebía más de la cuenta y su lenguaje había incorporado las expresiones malsonantes que parecían típicas de los "viejos lobos de mar".
Dado que corría el riesgo de "echarse a perder por completo", había que proporcionarle una esposa con la que fundar una familia. El joven Affie había estado platónicamente enamorado de la bella prometida, luego consorte, de Bertie de Gales...Alix de Dinamarca. Lo cierto es que resultaba muy comprensible: Alix, una joven de notable hermosura y cálida personalidad, había sabido ganarse la confianza de sus cuñados nada más verse incluída en el círculo de la familia real británica. Affie se había sentido conmovido por la solícita ternura de Alix mientras él le relataba cuánto echaba de menos a su padre. Bertie nunca había tenido una relación fluída y afectuosa con el estricto príncipe Albert, pero Affie sí había gozado de una sorprendente complicidad con el severo progenitor, así que la muerte de éste le había causado un gran impacto emocional. Evidentemente, era bastante lógico que Affie se hubiese prendado de Alix, que le escuchaba con atención y trataba de reconfortarle.
Pero desde luego no entraba en el guión que perdiese el tiempo suspirando en vano por su cuñada la princesa de Gales. Enseguida se intentó empujarle en otra dirección. Se le mandó a Neuwied, en Alemania, para que cortejase a la princesa Elisabeth zu Wied, que había sido una de las princesas de la lista de "posibles novias para Bertie". Elisabeth no era una beldad, pero sí razonablemente bonita, muy culta y artística. De hecho, tocaba a la perfección el violín, que siempre había sido el instrumento musical favorito de Affie. Pero precisamente el empeño de Elisabeth por ofrecerle a Affie un concierto de violín al anochecer, en los frondosos parques que rodeaban su castillo de Neuwied, hizo que el príncipe británico decidiese que no íba a casarse con ella bajo ningún concepto.
Al cabo de unos años, Affie encontró a la princesa que suscitó su interés. Sucedió en Darmstadt, la capital del ducado de Hesse. Affie había acudido para visitar a su hermana Alice, esposa de Louis de Hesse; pero se daba la circunstancia de que una tía paterna de Louis, la zarina María Alexandrovna de Rusia, se encontraba, como cada verano, establecida en el castillo de Heiligenberg con sus hijos menores, entre los que figuraba su única hija...la gran duquesa María Alexandrovna.
Joven María.
El sexo de María la excluía de la sucesión al trono de los Romanov, pero, en cambio, el hecho de ser la única hija de los zares la había convertido en una criatura extremadamente consentida y mimada. Poseía un notable orgullo de casta, así como una personalidad dominante e imperiosa. Sin embargo, también había en ella sensibilidad y valor: a diferencia de sus hermanos varones, plantó cara a su padre zar, al que sencillamente idolatraba, cuando éste estableció en el mismísimo Palacio de Invierno de San Petersburgo a su jovencísima amante, la princesa Katia Dolgorukaya. María poseía una veta artística...y un sorprendente sentido del humor.
Probablemente a Affie le resultó estimulante la idea de romper moldes casándose con la decidida gran duquesa, que recibiría una dote fabulosa. El noviazgo, sin embargo, chocó con la furiosa oposición de la reina Victoria, que sólo dió su brazo a torcer casi en el último minuto. Victoria sentía aversión hacia los matrimonios rusos, así que le costó ceder a los deseos de su hijo de casarse con la hija de los zares. La boda acabó celebrándose en San Petersburgo, el 23 de enero de 1874.