En julio de 1789, la Bastilla tenía por gobernador al aristócrata Bernard Jordan de Launay, que para su custodia y defensa contaba con una guarnición permanente formada por ochenta y dos veteranos de guerras pasadas, casi todos aquejados de invalidez parcial, así como treinta y dos guardias suizos enviados desde un regimiento acantonado en Salis. Evidentemente, esos hombres eran suficientas para guardar la prisión en circunstancias normales, pero ese día 14 se encontraron con que se acercaban a sus muros unos cuarenta o cincuenta mil parisinos que se habían proclamado milicianos y habían arrasado previamente Les Invalides, haciéndose con un botín de unos treinta mil o cuarenta mil fusiles, doce cañones y un mortero. Los milicianos reclamaban la pólvora que, según se decía, estaba almacenada dentro de la Bastilla. Dado que Bernard Jordan de Launay se negó a sus requerimientos, aquellos milicianos que enarbolaban banderas tricolores acabaron protagonizando un ataque violento sobre el recinto en cuanto se vieron reforzados por la llegada de sesenta y un guardias franceses dirigidos por un ex sargento de la guardia suiza. El resultado fue nefasto para Bernard Jordan de Launay, que perdió literalmente la cabeza a manos de la muchedumbre.Aquí se nos quedó en suspenso el relato. Como véis, en un punto crucial. De hecho, visto dónde dejamos la concatenación de eventos, casi parece que me he permitido la vieja técnica del
cliffhanger.
Para situarnos en pocas palabras: estamos en julio de 1789, se ha producido la toma de la Bastilla. Louis XVI y Marie Antoinette afrontan el momento crítico, el punto de inflexión en su reinado; la historia acaba de lanzar los dados al aire y aún no se sabe hacia qué lado caerán. En un plano puramente personal, son dos personas abatidas, porque la difícil convocatoria de los Estados Generales en Versailles y las noticias que llegan de la sublevación popular parisina coinciden en el tiempo con la muerte de su querido hijo mayor, Louis-Joseph, de siete años de edad. Les quedan, para consolarse de la pérdida, su hija Marie Therese, Mousseline, de once años, y su hijo menor Louis-Charles, que, a los cuatro años, ha dejado de ser el duque de Normandía para convertirse en el nuevo
Dauphin.
Por razones de edad, es obvio que Mousseline, nuestra protagonista, tuvo mayor conciencia de cómo se estaban agitando las aguas del caudaloso río de la historia que su hermanito Louis-Charles, el "Chouchou" de la reina. Lo cierto es que, tras la toma de la Bastilla, una fuerte aprensión, ribeteada de puro pánico, se cernió sobre el círculo interno de la monarquía francesa. A ojos de Mousseline, tuvo que ser impactante la marcha hacia el exilio de los Polignac.
Los Polignac ya han sido objeto de atención en este tema, pero podemos permitirnos el lujo -¡después de tanto tiempo de inactividad!- de refrescar la imagen para evitaros la molestia de ir "hacia atrás" igual que cangrejitos. Pocas personas había en Francia que suscitasen a nivel popular tanta repugnancia y odio como Yolande Martine Gabrielle de Polastron, una aristócrata de cabello oscuro, tez clara y ojos del color de las violetas que se había casado con Jules François Armand,
comte de Polignac. Jules y Yolande de Polignac constituían uno de aquellos matrimonios entre dos personas con similares credenciales de nobleza que habían conseguido prosperar de manera vertiginosa en Versailles gracias a la casi instantánea predilección que la reina Marie Antoinette había manifestado hacia Yolande. En 1780, Jules fue elevado al rango de duque de Polignac para que Yolande fuese duquesa. Esa nueva posición significó que se les adjudicó un "apartamento" permanente en Versailles compuesto por nada menos que TREINTA habitaciones; asimismo, Yolande disponía de una casita campestre en el célebre hameau de la reina en el Petit Trianon. Casi paralelamente, la hija primogénita de Jules y Yolande, la bonita Aglaé, se casó con el duque de Gramont y Guiche, razón por la cual se la denominaría a menudo Guichette: la boda de Aglaé fue un evento absolutamente fastuoso, se hubiera podido jurar que se estaba casando a una princesa de sangre real, y por añadidura recibió una dote colosal de los monarcas. Esto casi coincidió con el tiempo con un formidable crescendo de los rumores acerca de la vinculación sentimental de Yolande con el capitán de la Guardia Real, el conde de Vaudreil, a quien se atribuyó la paternidad biológica del tercer hijo de la duquesa de Polignac, Jules; al año siguiente habría también algunos cotilleos en torno a un cuarto hijo, Camille Henri.
En resumen...los Polignac se fueron transformando en el blanco de la diana en la que se clavaban todas las flechas. Los franceses devoraban los panfletos que circulaban en torno a la Polignac y Vaudreil, pero, con especial ansia, los numerosos libelos, profusamente ilustrados, que trataban de explicar el favoritismo descarado de Marie Antoinette por Yolande basando esa amistad en una relación lésbica. Se aseguraba que ninguna favorita de ningún monarca de tiempos anteriores, incluyendo a la mismísima Pompadour de Louis XV, había salido tan cara al Tesoro como estaba saliendo Yolande de Polignac. Las críticas arreciaban.
Hacia 1785, Marie Antoinette, generalmente tan inconsciente, tuvo un atisbo de sensatez. Se percató de que la animosidad general hacia la Polignac estaba menoscabando el prestigio de la corona y eso coincidió con el hecho de que a la soberana no le agradaba demasiado el conde de Vaudreil. En resumidas cuentas, empezó a mostrar cierta frialdad hacia Yolande. La favorita no era tonta. Enseguida comprendió que debía aligerar la presión que esa situación ejercía en la reina...y pidió la venia para retirarse con su familia a Inglaterra. En Inglaterra, Yolande contó con la amistad de la famosa Georgiana duquesa de Devonshire y vivió razonablemente feliz. Pero su "mutis por el foro" fue pasajero: a principios de 1789, los Polignac volvían a ser un elemento a tener muy en cuenta en Versailles.
Yolande se granjeó nuevas críticas acervas al predisponer a Marie Antoinette contra Jacques Necker, el ministro de Finanzas que hubiera debido resolver la papeleta de un déficit galopante que, a nivel popular, se atribuía casi en exclusiva al despilfarro compulsivo de la "perra austríaca". La caída de Necker había empeorado sustancialmente las cosas. Se había producido la convocatoria de los Estados Generales en Versailles, intento desesperado de enderezar todo lo que se había torcido. La atmósfera se tensó peligrosamente, se produjo una revuelta parisina y eclosionó la rabia acumulada en la toma de la Bastilla. Ante esa sucesión de acontecimientos, quedó claro que la reina debía prescindir instantáneamente de los odiados Polignac. Estos tuvieron que abandonar Versailles y Francia, para dirigirse a un exilio en Suiza.
Quedaba vacante el puesto de Gobernanta de los Niños Reales. Por una vez, Marie Antoinette sopesó cuidadosamente cada elemento antes de alcanzar una decisión bastante madura y responsable. Optó por Louise-Elisabeth, marquesa de Tourzel.
"Madame, j'avais confié mes enfants à l'amitié, je les confie maintenant à la vertu": con esas palabras, recibió en Versailles Marie Antoinette a Louise-Elisabeth de Tourzel. El significado de las mismas estaba suficientemente claro: en el pasado, la reina había confiado a sus niños "a la amistad" de Yolande de Polignac, pero ahora -
maintenant...-había que confiarlos "a la virtud" de Louise-Elisabeth de Tourzel. Ciertamente, no había en el reino una dama de reputación tan intachable como Madame de Tourzel; nunca la había rozado la sombra de una murmuración, ni un leve atisbo de escándalo; se trataba de un auténtico mirlo blanco.
Madame de Tourzel había nacido siendo la princesa Louise-Elisabeth de Cröy d´Havre. Su padre, Louis Ferdinand Joseph de Cröy d'Havré, había sido un príncipe hereditario del Sacro Imperio, a la vez que un notable militar que había alcanzado la dignidad de mariscal de campo para acabar falleciendo en la batalla de Willingshausen. Su madre, Marie Louise de Montmorency-Luxembourg, también procedía de un linaje muy ilustre. En su juventud, con apenas dieciséis años, Louise-Elisabeth se había casado adecuadamente, con Louis François du Bouchet de Sourches, marqués de Tourzel. El padre de Louis François, flamante suegro de Louise Elisabeth, era marqués de Sourches, conde de Montsoreau y, por añadidura, Gran Prevoste de Francia.
Hasta ahí...Louise-Elisabeth surge como una dama de excelente pedigree que se empareja con un caballero de pedigree no menos excelente. Lo habitual era percibir esos matrimonios no como un asunto sentimental, sino como una especie de "sociedad de beneficio mútuo" en el que los dos miembros trabajarían al unísono por acrecentar la prosperidad y la influencia social pero cada uno tenía cierto margen de libertad para hacer su vida siempre que no se lesionasen los intereses comúnes. Esa era la norma. Pero la norma tiene, obviamente, excepciones. Entre las excepciones habría que situar a los Tourzel. Estuvieron casados desde 1764 hasta 1786, en total veintidós años; en ese período, tuvieron cinco hijos: Henriette, Josephine, Anne, Pauline y Charles Louis; nunca hubo ni el menor indicio de infidelidades del marido o la esposa, nunca flotaron en el aire rumores en torno a posibles ilegitimidades de los niños; se les consideraba una familia bien cohesionada y cariñosa.
El marqués de Tourzel falleció en 1786, en el mes de abril, a consecuencia de las graves heridas que le provocó una caída de caballo. Se encontraba en Fontainebleau, participando en una cacería organizada por el rey Louis XVI; su montura se encabritó y le lanzó por los aires, con tan mala suerte que, en la caída, se lesionó seriamente al golpearse la cabeza contra el tronco poderoso de un árbol. Louis XVI, que presenció la escena, lloró amargamente cuando Tourzel falleció al cabo de ocho días de espantosa agonía. La marquesa de Tourzel había permanecido constantemente junto al lecho en el que padecía su marido, sin querer probar apenas bocado y negándose a dormir. Cuando se quedó viuda, se envolvió en su luto y se retiró a Sourches a ocuparse de sus hijos. Henriette, la mayor, estaba casada: había contraído nupcias tres años antes de perder al padre con Armand-Joseph de Béthune-Sully, duque de Béthune-Charost. Pero Madame de Tourzel aún tenía a su cargo a Josephine, Anne, Pauline y Charles Louis. Josephine y Anne, no obstante, se casarían pronto, dentro de la aristocrática familia de los Sainte-Aldegonde.
Cuando Marie Antoinette reclamó a la marquesa viuda de Tourzel, ésta viajó a Versailles con su hija Pauline, de dieciocho años. Ya sabemos que Henriette, Josephine y Anne se hallaban establecidas por su cuenta tras sus respectivas bodas, en tanto que Charles Louis, el único varón, se encontraba inmerso en su formación militar. Pauline era lo que le quedaba a Madame de Tourzel y, por supuesto, iría a dónde fuese su madre. La siguiente imagen es un bonito cuadro que muestra a la joven Pauline, de dieciocho años, en una escena bucólica con su hermana mayor, Henriette, la duquesa de Charost:

La aparición en escena de Madame de Tourzel y de Pauline es muy relevante. De la nueva Gobernanta de los Niños Reales se esperaba mucho: una prueba fehaciente de ello es que Marie Antoinette, siempre tan reacia a sentarse ante una escribanía y elaborar un documento, dedicase horas a compilar para Madame de Tourzel un retrato psicológico de su hijo Louis-Charles, el nuevo delfín. Stefan Zweig aduce que ese escrito de puño y letra de Marie Antoinette, en la que ésta se esfuerza por ofrecer a Madame de Tourzel un esbozo amplio y fidedigno de la personalidad del pequeño príncipe, es una señal de hasta qué punto estaba madurando, en la desgracia, la hija de la emperatriz Maria Theresa. Evidentemente, se confiaba en que Madame de Tourzel atendiese de manera prioritaria al delfín, futuro rey, quien hasta entonces había estado casi en exclusiva a cargo de su cariñosísima berceuse o nodriza, Agathe Rosalie Mottet de Rambaud.
Eso no implicaba descuidar a la Hija de Francia, Madame Royale. Aunque el enfásis se pusiese en el delfín, por razones obvias, Mousseline también estaría en manos de la marquesa de Tourzel. Para Mousseline, el cambio de gobernanta resultó providencial sobre todo por la inclusión en su círculo de Pauline de Tourzel. Ya hemos visto que, hasta esa época, Mousseline había estado, en realidad, basante sola: hasta 1788, es decir, un año antes, no había adquirido su primera amiga, en la personita de Marie Philippine Lambriquet, la hija huérfana de quienes habían sido dos leales servidores de la familia real. Pauline de Tourzel íba a convertirse, pese a ser siete años mayor que la princesa Marie Therese, en una nueva amiga, una amiga que estaría con ella durante años.