Marianne:
La religión fue un refugio para Marianne en sus últimos años. Quizá os sorprenda, pero siempre había sido religiosa, piadosa y caritativa, una inclinación natural que se había incrementado después de atravesar un episodio de lo que tal vez fuese un brote de malaria en su viaje a Egipto y Tierra Santa, justo después de tener a su hijo Johannes Wilhelm en Cefalú.
Durante años, Marianne mantuvo asidua correspondencia con un pastor protestante, van Laak, que vivía con su familia cerca de Voorburg. Cuando estaba en su casa de Voorburg, Marianne desarrollaba una gran actividad de beneficiencia: en algo tenía que emplear su riqueza, una vez que había contribuído decisivamente a la riqueza de sus hijos -recuérdese, sólo le quedaban dos, Abbat y Addy- y de sus nietos.
Cuando estaba en Voorburg, Marianne era muy consciente de cuánto había cambiado la casa de Orange. Su cuñada rusa Annette, la reina Anna, había sobrevivido bastantes años al marido con el que había mantenido un tormentoso matrimonio, pero finalmente había muerto a los setenta años, en 1865. Doce años después, en 1877, después de una vida cargada de amarguras, había muerto Sofía, la esposa württemburguesa de su sobrino Wilhelm III. Mientras que Wilhelm III, un tipo bastante depravado y violento, a quien la reina Victoria consideraba un patán maleducado aparte de muy inmoral, había querido siempre a su tía Marianne, la difunta reina Sofía la detestaba. Sofía justificaba su disgusto hacia Marianne llamándola cotilla y mentirosa, pero el caso es que su animadversión por la vieja tía que había estado ausente décadas resulta llamativa considerando que las dos habían conocido la infelicidad matrimonial.
Sofía dejaba detrás de sí dos hijos varones, ambos sobrinos nietos de Marianne. Eran el príncipe Wilhelm, apodado el Príncipe Limón por su carácter agrio, y el príncipe Alexander. El príncipe Wilhelm, a quien no habían permitido casarse con su amada Anna Mathilde (Mattie) condesa van Limburg Stirum, se había largado a París, dónde residía con un lujoso apartamento de la rue Auber, cerca de la Ópera, con su amante preferida, la actriz del tres al cuarto Henriette Hauser. Wilhelm se bebía hasta el agua de los floreros y se endeudaba hasta niveles inconcebibles, en una vida tan disipada que sorprendía a propios y extraños: acabó muriendo en junio de 1879, con treinta y ocho años, porque su cuerpo, consumido por tantos excesos, no pudo resistir, pese a un rotundo tratamiento con quinina que era lo propio de la época, una neumonía.
La muerte del joven Wilhelm dejaba a Wilhelm III en la penosa situación de tener solamente un potencial heredero: Alexander.
Alexander, heredero de los Orange desde la muerte de su hermano mayor en 1879.
Alexander era en sí mismo un personaje interesante. Había heredado la vena intelectual, el gusto por la lectura y la hipersensibilidad nerviosa de su madre, Sofía. Precisamente en el entierro de Sofía, para gran enojo del padre, el chico había "dado un espectáculo" al abalanzarse sobre el ataúd con aire desamparado y desesperado, todo a la vez. Introvertido, educado,
modesto, nunca había tenido, según su madre que le conocía bien, encanto para las mujeres, y parecía que íba a seguir sin relacionarse con ellas.
Tras la muerte de Sofía, Wilhelm III había tenido la ilusión de casarse con su amante Émilie Ambre, una cantante de ópera francesa a la que había nombrado condesa d´Ambroise. Seguía claramente los pasos del abuelo paterno, Wilhelm I, y la historia de éste con Henriette d´Oultremont: la gente se había encolerizado y a Wilhelm no le había quedado otro remedio que renunciar a sus planes. Entonces, había mirado la realidad de frente: su sucesión dependía únicamente de dos hijos, Wilhelm y Alexander, que NO le inspiraban ningún sentimiento positivo. Menudos hijos, ninguno casado, ninguno con su propia familia, los dos con salud bastante deficiente, el mayor porque se estropeaba por propia voluntad, el segundo porque había salido delicado. Wilhelm estaba tan enfadado con la vida, que decidió buscarse una segunda esposa joven y fértil. Su primera ocurrencia, por cierto, fue pedir la mano de su propia sobrina Elisabeth de Saxe-Weimar, hija de su hermana Sophia de los Países Bajos; esa vía fracasó, porque su hermana Sofía no estaba dispuesta a sacrificar en un matrimonio casi incestuoso a Elisabeth. Wilhelm pensó entonces en el principado de Waldeck-Pyrmont, dónde una parienta de la rama Nassau-Weilburg, Helena, se había casado con el príncipe soberano y había tenido junto a éste una recua de hijas. Esa opción sí cuajó, aunque Wilhelm en principio se decantaba por la princesa Pauline y después, tras un viaje a Arolsen, se comprometió con una hermana de Pauline, Emma, cuarenta y un años menor que él mismo:

Wilhelm III y Emma.
La boda se había celebrado en Arolsen, tras el preceptivo visto bueno del Parlamento neerlandés, en enero de 1879, cinco meses antes de la muerte de Wilhelm en París y de la transformación de Alexander en nuevo heredero de los Orange. El único consuelo de Wilhelm, en aquel escenario familiar "catastrófico", era que Emma, su flamante esposa, que ejercía un curioso efecto sedante sobre él, se embarazó al cabo de unos meses. El 31 de agosto de 1880, la pareja tuvo una hija: la princesa Wilhelmina Helena Pauline Maria, que se situaba en el segundo puesto de la línea de sucesión al trono.
La reina Emma y baby Wilhelmine.
Y precisamente con Wilhelmine está conectada la última aparición pública de nuestra Marianne, que ya tenía setenta años de edad y parecía siempre achacosa...