Bueno, de momento María Luísa nos interesa a Riccardo, a Carolina Mathilde y a mí misma, jajaja. No es mal inicio, el personaje promete levantar pasiones entre los ilustres foristas
Me gustaría empezar rememorando, siquiera de manera breve, de dónde provenía María Luísa. Lo cual me lleva a centrar mi interés en el ducado de Parma, que dejó de existir como una entidad territorial independiente dotada de un soberano propio en diciembre de 1859. El proceso de unificación italiana cuidadosamente orquestado en la corte de Turín por el intrigante Cavour en beneficio de la dinastía Saboya demostró ser inexorable, para perjuicio de distintas ramas menores de los troncos Borbón y Habsburgo.
El caso de Parma resulta muy curioso. De hecho, qué persona debía ascender al título de duque soberano de Parma representó uno de los puntos de debate que se tomaron con especial fruición los numerosos plenipotenciarios de distintos países europeos reunidos en el celebérrimo Congreso de Viena (que tuvo lugar en los meses que median de noviembre de 1814 a junio de 1815). Después de que una coalición de potencias continentales hubieran asestado un golpe letal a la hegemonía francesa encarnada en Napoleón Bonaparte durante la Batalla de las Naciones, el corso que había llegado a proclamarse emperador hubo de abdicar y se le envió a un exilio en la isla mediterránea de Elba. Los vencedores tenían que reorganizar el mapa europeo y establecer unas directrices a escala europea, así que se reunieron en Viena. Entre las numerosísimas cuestiones a dilucidar figuraba una: ¿a quien se reconocería la dignidad de duque de Parma?.
Había dos opciones. Ateniéndose a la tradición (y el Congreso de Viena deseaba retornar a lo tradicional, en su necesidad de restaurar un orden que habían trastocado por completo la revolución francesa y la etapa de expansión de aquella república transformada posteriormente en consulado e imperio de nuevo cuño...) el título correspondía, ineludiblemente, al príncipe Carlos Luís (Carlo Ludovico) de Borbón-Parma. El padre de Carlos Luís había sido Ludovico duque de Parma, a su vez hijo del duque Ferdinando de Parma, por su parte hijo del duque Felipe de Parma, fundador de la rama Borbón-Parma.
Felipe primer duque de Parma había nacido en Madrid, como tercer hijo varón del que era primer rey de la dinastía Borbón en España, Felipe V, y la segunda esposa de éste, la formidable Isabel de Farnesio (Isabella Farnese). Las maniobras de una Isabel de Farnesio decidida a que sus hijos tuviesen cada uno un reino o al menos un gran ducado italiano, hicieron a Felipe duque de Parma. Su posición se había consolidado mediante un enlace con su prima Elisabeth, princesa de Francia. Felipe y Elisabeth habían sido los padres de Ferdinando duque de Parma, quien, por su lado, había contraído nupcias con María Amalia de Habsburgo-Lorena, una de las hijas de la gran emperatriz María Theresa. En apariencia, el hijo de Ferdinando y María Amalia llamado Ludovico hubiera debido reinar sin mayores contratiempos junto a la esposa que le tocó: la infanta española María Luisa, una hija de Carlos IV con María Luísa de Parma. La endogamia reforzaba la dinastía de Borbón-Parma a través de ese matrimonio español de Ludovico.
Pero entonces...surgió en escena Napoleón, una especie de demiurgo a la hora de deshacer reinos o ducados para crear otros que acabasen girando cual satélites en torno al astro rey que era la Francia de Bonaparte. Napoleón elevó a Ludovico y a su María Luísa al rango de reyes de Etruria, un nombre pomposísimo (aludía a los antiguos y enigmáticos etruscos) para territorios que habían conformado en buena medida el gran ducado de Toscana. Lo de Etruria fue un breve sueño para Ludovico y María Luisa; él murió con apenas treinta años, probablemente a causa de una grave crisis epiléptica, con lo que la viuda quedó convertida en regente en nombre de su pequeño hijo Carlo Ludovico en 1803. En 1807, Napoleón tomó la decisión de finiquitar el reino de Etruria, mandando que se llevase a María Luísa y a Carlo Ludovico a Francia. Hubo promesas por parte de Napoleón de compensarles por la pérdida de Etruria otorgándole al chaval otro reino que
tenía previsto crear, el de Portugal Norte. Todo quedó en agua de borrajas.
Si el Congreso de Viena quería devolver el continente a la etapa inmediatamente anterior a Napoleón, el enemigo batido, hubiera debido devolver a Carlo Ludovico el ducado de Parma, que era lo que correspondía a sus ancestros hasta que a los padres de él se les había dado una Etruria igual de perdurable que los chocolatines en la puerta de los colegios. El Congreso de Viena, sin embargo, tenía un compromiso adquirido con uno de los vencedores de Napoleón, precisamente el emperador Francis I de Austria. Y ese compromiso consistía en encontrar un país para entregarlo a las manos de una de las hijas Francis I, María Luisa. Ella había sido la archiduquesa Habsburgo-Lorena sacrificada en el altar de las alianzas indeseadas pero necesarias, pues la habían casado con Napoleón. Tras la caída de Napoleón, María Luísa había reaccionado como una hija obediente ante su padre. Estaba en Viena, con el único hijo que había tenido, el pequeño Rey de Roma. El Rey de Roma había pasado a ser Franz herzog von Reichstadt -apropiadamente germánico...- y sería de por vida un rehén de lujo en los palacios de su abuelo materno el emperador Habsburgo. Eso había que pagarlo de alguna manera. María Luísa tendría su ducado de Parma y se saldaría la cuenta, a ojos del emperador Francis I.