Nos vamos a dar una vueltecita por Polonia
Mirad qué cuadro más chulo:

Representa una escena histórica muy relevante para los polacos: el 3 de mayo de 1791, nuestro ya viejo amigo el rey Stanislao II Augusto Poniatowsky entra casi en volandas en la catedral de San Juan, en Varsovia, dónde los miembros de la Sjem, la cámara parlamentaria polaca, se han congregado para aprobar solemnemente una Constitución para la unión polaco-lituana. Es la primera Constitución europea, la segunda mundial por cuanto la antecede únicamente la Constitución de los aún muy recientemente independizados Estados Unidos de Norteamerica. Un punto fundamental de aquella Constitución de aspiración netamente ilustrada es que igualaba a la población llana con la nobleza y abolía figuras tradicionales de su parlamentarismo como el "liberum veto" que había hecho que las potencias extranjeras se pasasen las décadas sobornando a diputados del Sjem para ir determinando el curso de los acontecimientos en Polonia. En fín...así, resumiendo mucho, o muchísimo. Esa Constitución marcó el inicio de un tiempo nuevo para Polonia y Lituania. Fue recibida con esperanza dentro de sus fronteras, pero también generó una reacción contraria, claramente hostil, en las potencias circundantes. Prusia, que había estado removiendo el avispero polaco entre bambalinas, se desmarcó ahora de una alianza puramente estratégica, situándose entre las potencias enojadas, que venían siendo Rusia (¡cómo no!) y Austria.
La muy relevante nobleza polaca, la
szlachta, estaba dividida en dos facciones contrapuestas. Por un lado, existía una tradición de nobles polacos que habían vivido con apasionado interés los avatares de la Revolución en las colonias norteamericanas y habían asistido con cierta fascinación a los albores de la Revolución francesa. Eran de signo claramente reformista, aspiraban a darle un aire nuevo y decididamente reformista a la vida polaca, lo cual habían logrado plasmar en la mencionada Constitución. Por la contra, existía un grupo importante de aristócratas que creían que abriendo aquellas compuertas el país se vería inundado por una oleada revolucionaria que podía resultar tan destructiva como la francesa en lo que a ellos concernía. Perder la hegemonía social no les apetecía ni pizca, ver comprometidos de repente todos sus privilegios seculares y hallarse expuestos a un creciente jacobitismo no entraba en sus planes. El propio rey Stanislao, pese a haber participado en la aprobación de la Constitución, era claramente partidario que reforzar el control y mantener los viejos esquemas de poder.
Catalina II actuó -no íba a quedarse ella de brazos cruzados mientras se tambaleaba la estructura política y social en Polonia, país en el que Rusia llevaba décadas mangoneándolo todo-. En la primavera de 1792, el ejército ruso entró a saco, de manera que al rey no le quedó otra opción que apoyar siquiera formalmente al ejército polaco, que una votación en el Sejm había elevado a cien mil hombres y los reformistas habían incrementado con treinta y siete mil enardecidos voluntarios. Al frente del ejército estaba un sobrino del rey, el príncipe Józef Antoni Poniatowski, quien, por cierto, no tenía ninguna fe en su propia capacidad de liderazgo; por suerte, tenía al lado, marcándole de cerca, a un noble reformista que había regresado en los años anteriores a tierra polaca tras haber luchado junto a los rebeldes norteamericanos: Andrzej Tadeusz Bonawentura Kościuszko.
Como ya podéis suponer, todo ese jaleo de la guerra ruso-polaca pilló de lleno al hemano mayor de María, Ludwig de Württemberg, el que llevaba unos añitos casado con María Anna "Marianne" Czartoryska.
María Czartoryska.
Formalmente, Ludwig de Württemberg, que había alcanzado el rango de general de caballería, era uno de los comandantes del ejército de la unión polaco-lituana que debía parar a los rusos. Formalmente. En realidad, Ludwig no olvidaba ni por un nanosegundo que él se debía a la emperatriz Catalina, a su cuñado Pablo Petrovich y a María Feodorovna. Los Württemberg jugaban desde siempre en el equipo ruso y eso no íba a cambiar ni siquiera por cuenta de su esposa Czartoryska, ardorosa patriota en una familia que destacaba en eso del nacionalismo polaco. Ludwig llegó a fingirse enfermo para disimular su falta de interés para avanzar contra los rusos, se marcó un "a mí no me pillan en estas lides" de manual. A ojos de los polacos, fue una deslealtad absoluta o incluso una traición en toda regla, pero no se atrevieron a perseguir a un cuñado del heredero ruso. Se limitaron a retirarle el mando.
María Czartoryska había sido madre por primera vez a principios de aquel año 1792, dando a luz a un niño. El principito había nacido en Pulawy, la formidable finca del "abuelo" materno Adam Czartorisky en la provincia de Lublin, y se le había dado como primer nombre de pila precisamente el nombre de Adam. Pese a que Adam de Württemberg era un bebé de pocos meses, o quizá precisamente a cuenta de eso, María se tomó muy pero muy mal la traición de Ludwig a Polonia. Ella no podía sobrellevar la vergüenza de estar casada con un cobarde y un traidor, adujo. Con el apoyo de su poderosa familia, María inició los trámites del divorcio y estaba dispuesta a pagar un elevado precio, renunciando a su hijo para que el niño se criase a expensas de la familia ducal de Württemberg.
Todos esos acontecimientos nuestra María Feodorovna los vivió desde la distancia pero con la lógica preocupación: ella, que sostenía una correspondencia copiosa con su madre, estaba siempre muy involucrada en todo lo que se refería a su famiia de origen y era bastante industriosa cuando se trataba de asegurar el progreso de los Württemberg. Poco después del estallido de la guerra ruso-polaca, ella había pasado por un episodio personal complicado: el parto de su séptima criatura, que resultó ser la quinta hija consecutiva. Ninguno de los cinco partos anteriores habían sido fáciles, pero aquel parto, el septimo, resultó bastante dificultoso y se llegó a temer un mal desenlace. María estuvo cerca de dos días pasándolas canutas hasta que logró expulsar una hija, la quinta gran duquesa; para entonces, en su entorno estaban aliviados de que hubiesen sobrevivido la madre y la bebé, así que el disgusto por el sexo de la nueva adquisión para la nursery imperial se evaporó rápido. La abuela Catalina se fijó en que la niña era ancha, afirmando que su nueva nietecita tenía unos hombros casi de idénticas dimensiones a los suyos propios; a pesar de todo, Catalina estuvo satisfecha y decidió que ya que la niña había nacido el día en que los ortodoxos conmemoraban a Santa Olga de Kiev, se llamaría Olga Paulovna.
Olga Paulovna, pocos meses más joven que su primo Adam de Württemberg, estaba destinada a ser la única de los retoños de María y Pablo que no sobrevivió a la infancia. Murió en enero de 1795, con apenas dos años y medio de edad, tras sufrir unas fiebres persistentes y debilitantes ante la mirada desolada de su madre María que apenas ocho días atrás había dado a luz a su octavo hijo y sexta chica, la gran duquesa Ana Paulovna. Aquí dos imágenes de la pequeña efímera gran duquesa Olga: