La sorprendente riqueza de la iconografía asociada a María de Borgoña pone de manifiesto la relevancia que esa princesa tuvo en la historia europea de la época y la huella que dejó tras de sí. María de Borgoña, apodada “la Rica”, fue la heredera de extensos territorios que, por su estratégica posición en el mapa, proporcionaban a sus detentadores no sólo un enorme prestigio sino una más que notable fortuna. De manera comprensible, María de Borgoña fue la auténtica “novia de Europa”. Como luego veremos, prácticamente cada dos por tres surgía un nuevo pretendiente, hasta completar un magnífico elenco...
Pero para mantener un poquito,
sólo un poquito, de “suspense” en torno a María, es mejor empezar por el principio. Y marcar un principio para cualquier relato siempre me cuesta horrores, pero, en esta ocasión, voy a estrenarme con un personaje masculino que suelo encontrar, en su conjunto, detestable: el duque Jean Sans Peur, Juan Sin Miedo, de Borgoña, quien gobernó sus espléndidos estados entre abril de 1404 y septiembre de 1419, lo que cubre un período de poco más de quince años. Para que le pongáis cara a Jean Sans Peur, he aquí un retrato.

Permitidme una apreciación personal con respecto a este cuadro que immortaliza a Jean Sans Peur. La primera vez que mis ojos se quedaron enganchados en esa imagen, sin tener aún ni repalojera idea acerca de quién era ese señor, pensé que ni por despiste le daría yo la espalda a semejante hombre. Digamos que me transmitió un inmediato desasosiego, una notable intranquilidad de espíritu. Luego, más adelante, ví este otro cuadro…

…y lo que me sugirió fue una profunda e intensa MALICIA. Me reconcomía la sensación de que tenía que haber sido un hombre de carácter turbio, de mente retorcida y conducta poco edificante.
Aún así, procuré sacudirme de encima todos mis “prejuicios” para acercarme a Jean Sans Peur a través de una biografía publicada en inglés. El autor, Richard Vaughan, realiza un análisis profundo y a la vez increíblemente ameno sobre el personaje, su corte, sus enredos diplomáticos, su manera de incidir en la política continental. Pero, en esencia, a la hora de presentárnoslo, nos muestra a un tipo que, resumiendo, inspira repulsión y cierta dosis de pavor. Vaughan refiere que Jean Sans Peur, el tercero de la rama Valois en ocupar la posición de duque de Borgoña, poseía una mente tortuosa, una predisposición natural bien entrada a lo largo de los años hacia las intrigas y las conspiraciones, un gusto particular por montar su red de espías y por tratar de anticipar los movimientos de sus rivales o enemigos; era un hombre completamente suspicaz y receloso, incapaz de depositar su confianza plena en nadie; siempre estaba agazapado entre las sombras de sus permanentes sospechas, como si esperase que en cualquier momento saltase a su lado una traición o un ataque torticero: el mote Sans Peur, Sin Miedo, no alude precisamente a un admirable exceso de coraje y una valentía rayando en el heroísmo, sino que, por el contrario, se mofa de sus temores a acabar viviendo en carne propia el viejo adagio según el cual a hierro muere quien a hierro mata.
Ese duque borgoñón podía exhibir dosis elevadísimas de hipocresía y cinismo; en él había una ambición desbordante y en la persecución de sus propios objetivos se mostraba rudo, implacable, tiránico. Había una faceta de verdadera crueldad en su persona. En conjunto, hay algo siniestro y tenebroso en Jean Sans Peur: la palabra “luciferino” se asocia con frecuencia a este señor.
Lo he dejado fino…¿eh? Aunque a lo mejor acaba siendo un favorito de este foro, jajaja. A veces la mala ralea acaba atrayendo curiosidad y una atención especial. El caso es que su amplia gama de “cualidades” (esa dureza de pedernal, esa falta de escrúpulos de conciencia, esa forma de intentar manipular a los demás, esa manera de mentir y enredar las cosas…) estaban al servicio de una ambición. Era un Valois y era Borgoña; en realidad, la dinastía Valois estaba firmemente intrincada en la historia de Francia y una rama se había desarrollado en Borgoña a través de Philippe, uno de los hijos que quien llegaría a ser el rey Jean II de Francia había engendrado en su esposa Bonne de Luxembourg –hermana del emperador romano germánico Charles IV…- antes de su ascenso al trono francés.
Aquí hemos llegado a un punto destacado…yo incluso me atrevería a decir que un aspecto crucial de la historia: la relación excesivamente cercana entre la familia real de Francia y la familia ducal de Borgoña. Si lo miráis objetivamente, resulta que Philippe duque de Borgoña, que unió a los territorios recibidos de su progenitor los que pertenecían en derecho a su esposa Marguerite de Flandes, venía a ser un hermano del rey Charles V de Francia. Charles V reinaría durante poco más de dieciséis años, a pesar de su endeble constitución física y su delicada salud; a despecho de esa pobre apariencia y de esa permanente fragilidad, sacó partido de su aguda inteligencia y, más o menos, maniobró con acierto en la procelosa época que le tocó vivir, cuando el continente se sacudía en una serie interminable de conflictos bélicos que a posteriori se denominarían, en su conjunto, la Guerra de los Cien Años.
La Guerra de los Cien Años ya campaba a sus anchas en suelo europeo cuando inició su reinado Charles V y se mantendría incluso después de su muerte, cuando legó la corona a su hijo primogénito, un muchacho de doce años llamado también Charles que pasó a ser Charles VI. El chico no podía gobernar por sí mismo, obviamente. Quizá si hubiese tenido una madre, ella hubiese aspirado a desempeñar la regencia; pero la madre, Jeanne de Bourbon, había muerto dos años antes de que lo hiciese al padre, dejando en el mundo numerosos huérfanos. Era evidente que la tarea de preservar el reino hasta que el chico pudiese hacerse cargo de él debía recaer en los tíos paternos, Philippe duque de Borgoña y Jean duque de Berry.