Dos retratos de Luise.
La tendencia a dejar que se acumulasen deudas era, desde luego, muy Coburgo. Se calcula que, en la época de su separación de Luise, Ernest tenía sus finanzas en semejante estado que sus acreedores esperaban el pago de unos 541.031 táleros, o sea, más de medio millón de táleros. Le interesaba, y no poco, seguir gestionando el grueso del dinero de Luise, la dote que ella había recibido y que se había engrosado con la herencia del duque Augustus.
Cuando el duque Friedrich IV de Saxe-Gotha-Altenburg murió, a los 50 años, el 11 de febrero de 1825, sus territorios se partían en dos: Gotha de un lado, Altenburg de otro. De acuerdo con lo establecido, Gotha pasaba a manos de Ernest de Coburgo...en su calidad de MARIDO de Luise y padre de los hijos de Luise, mientras que Altenburg lo recibiría otro pariente, Friedrich de Saxe-Hildburghausen, cuya esposa había sido sobrina de la reina de George III de Inglaterra y madre de George IV. Pero, además, el difunto Friedrich, en su testamento, había añadido un codicilo muy generoso con su sobrina "caída en desgracia" Luise: le dejaba nada menos que 35.000 gulden. Con esos incentivos, Ernest, al menos, debió valorar por un momento la posibilidad de "recomponer" su matrimonio con Luise. El porqué pienso eso, tiene su clave en una carta un tanto frenética que Augusta despachó desde Gotha a su hijo Nantel en Viena:
“Ahora habla tú a Ernest, querido Nantel, y dile que se divorcie formalmente de su esposa infiel y de mala conducta, porque el mundo cree que él quiere volver con ella”.
Por supuesto, quizá Augusta tenía razón en que ya había llovido mucho cotilleo acerca de la duquesa Luise; y, por otro lado, Luise tenía consigo a Max von Hanstein. Pero ese tono de Augusta es, por otro lado, muy cínico considerando el propio historial de su hija Jülchen, la ex gran duquesa Anna Feodorovna de Rusia, a la que todos ellos habían animado en su momento a volver junto a Constantino pese a ser conocedores del pésimo trato que ella había recibido -y pese a saber que era plenamente dichosa en su casa de Berna, y que, desde que había dejado a su gran duque ruso, había tenido dos hijos ilegítimos sucesivos cada uno con un padre diferente. Otra hija de Augusta, Antoinette, que había aguantado de cara a la galería su desdichado matrimonio con el duque de Württemberg feo y obeso con el que no se habló durante varios años, también parece haber tenido, si consideramos fuente fiable a la reina Luise de Prusia (y yo tiendo a considerarla fiable), algún amante extraconyugal e hijos de dudosa paternidad. Los Coburgo, por lo visto, tenían mucha manga ancha consigo mismos, pero se permitían ponerse pudibundos y santurrones con los pecados de la carne ajenos.
Lo que echaba de menos Luise en Sankt Wendel era, invariablemente, a los niños. La última vez que su "madre", Caroline Amélie, había viajado de Gotha a Coburgo, había sido justamente en junio de 1824, dos meses antes de que estallase toda la investigación enfocada a apartar a Luise para siempre de la casa ducal. Caroline Amélie, en aquella situación, poco había podido hacer para salvar a su hijastra de la debacle, pero se mantuvo firme en su posición de "abuela Gotha": en 1825, se las apañó para tener a los niños consigo en su residencia de viuda, a dónde Ernestito y Alberto llegaron acompañados de su preceptor Herr Florschütz. Gracias a eso, Luise recibía al menos algunas detalladas informaciones respecto a la evolución de los pequeños. En etapas posteriores, se quejaría de que, por otras vías, sufría lo que se dice un verdadero apagón informativo, una lamentable realidad corroborada por algunas cartas dirigidas por la propia Caroline Amélie a Ernest I.
Augusta tenía lo que se dice mucha prisa en que el "acuerdo de separación" de Ernest y Luise se transformase lo antes posible en un divorcio oficial. En diciembre de 1825, la señora ya estaba explorando el mercado para un eventual segundo matrimonio de Ernest. Es posible que faltasen opciones "de fuste", considerando el historial del novio, pero Augusta no tuvo escrúpulos en decidirse por su propia nieta María de Württemberg, la única chica entre los retoños de su Antoinette. De momento, todo quedaba, no obstante, en stand by.
El 32 de marzo de 1826, Ernest y Luisa obtenían su divorcio legal, con unas condiciones que, en lo esencial, reproducían las del acuerdo de separación de 1824. Luise todavia esperó varios meses antes de casarse, el 18 de octubre de 1826, con Maximilian Elisäus Alexander von Hanstein, casi cuatro años menor que ella misma. En atención a la condición de princesa por nacimiento de su mujer, Max fue creado conde von Pölzig und Beiersdorf.
Cuando a Luise se la había despachado a Sankt Wendel, un motivo determinante para alejarla hasta ese lugar distante de Coburgo era la enorme popularidad entre la gente de la duquesa. Recordad, como algo sintomático de ello, que los ciudadanos, enterados de que ella estaba sola en Die Rosenau y que Ernest pretendía echarla por mala conducta, se habían alzado para ir a buscarla y llevarla al palacio de Ehrenburg al grito unánime de
“Die Herzogin kommt!”. Eso no había sido nada grato ni para Ernest ni para Augusta, por supuesto: al señalar Santk Wendel como lugar de residencia fijo para Luise, la suegra había escrito a uno de sus hijos que así los coburgueses nunca más la verían "y se olvidarían de ella".
Porque Luise tenía, pese a todas sus cosillas, la facilidad de hacerse querer. La propia perdurabilidad de sus vínculos afectivos representa una prueba de que era de amistades auténticas, nada superficiales: eso se refleja en sus intercambios espistolares de años con Augusta von Studnitz, con Julie von Zerzog (nacida Julie von Thorn Dittmar) y con Elisa Kumer. Julie von Zerzog estuvo a menudo con Luise en sus últimos años, lo que de nuevo transmite la impresión de afectos verdaderos. Hay algo conmovedor también en la simpatía correspondida con su dama de cámara Malchen von Uttenhoven y con otra dama de compañía de tiempos de escasa gloria mundana, Julie von Stuhs. Pero otro detalle revelador es que conservó la simpatía recíproca con su ex cuñada Sophie de Mensdorff-Pouilly, sin lugar a dudas la más amable y adorable de todos los Coburgo. También estableció una relación cercana y cálida con la hermana de Max, su nueva cuñada Christine von Rauchhaupt.
Asimismo, Luise y Max no vivían encerrados en casa (aquella casa que, pese a los reiterados intentos de ella, nunca recibió los arreglos necesarios, porque Ernest, ya lo sabemos, era un rata...). Hacían vida social, acudiendo a distintos eventos, y ahora que disponía de acceso a fondos propios, Luise se dió el gusto de manifestar su naturaleza caritativa. Max parece haber sido siempre atento con Luise, y frecuentemente la llevaba de viaje a Frankfurt, a Baden o a París. Pero Luise atravesaba etapas de depresión, porque llevaba la cuenta de cada día que había transcurrido desde el último día en que había visto a Ernestito y Alberto. En el verano de 1828, escribió a Julie von Zerzog:
“Aunque soy infinitamente feliz con mi querido Max, todavía tengo a menudo momentos de depresión. Mi pequeño Albert tuvo sarampión y nadie pensó en contárselo a su alejada madre…”.Enterarse siempre "a posteriori", gracias a su madrastra principalmente, de los pequeños acontecimientos en la vida de los niños le provocaba verdadera angustia interior. Luise debía tener cierta propensión a los dolores agudos estomacales, que aumentaban en las épocas en que estaba particularmente agitada o disgustada; también es posible que se resfriase con relativa facilidad y se temiese por alguna complicación bronquial o pulmonar, porque Max hizo apaños, por ejemplo, para pasar los meses de otoño e invierno de 1828 a 1829 en el sur de Francia, con un clima más benigno que Turingia.
En 1831, la salud de Luise se había resentido mucho. Notaba fuertes pinchazos abdominales y probablemente sus ciclos menstruales fuesen irregulares y excesivamente abundantes, lo que le causaría la natural clorosis y debilidad general derivada. Quizá incluso a sus espaldas, Max debió consultar con Caroline Amélie, porque el querido amigo de ésta, y tal vez compañero sentimental en la sombra, el barón Franz Xaver von Zach, se mostró dispuesto a acompañar a la pareja a París para que se pudiese consultar a un muy prestigioso ginecólogo, el doctor Antoine Dubois...A Louise, esa visita a Antoine Dubois se la vendieron posiblemente como una actividad más, entre visitas a la ópera y compras en las mejores sombrerías, para quitarle hierro al asunto.