Me apetece volver a Luise...

Recapitulando un poquito, que es lo mismo que retroceder pero para coger impulso antes de dar el salto hacia adelante en la historia...
Bien: teníamos a una pareja felizmente casada, formada por el duque Karl II de Mecklenburg-Strelitz y la princesa Friederike Caroline Luise de Hesse-Darmstadt. En el año 1776, los dos llevaban ocho años de armónica convivencia; ya habían tenido cinco retoños, aunque tres de ellos habían muerto en la primera infancia, así que solamente les quedaban, por entonces, dos hijas: Charlotte y Therese. Fue con las pequeñas Charlotte (siete años de edad) y Therese (cuatro años de edad) con las que se trasladaron a Hannover. Resultaba que Karl de Mecklenburg-Strelitz se había convertido mariscal de las tropas acantonadas en Hannover por decisión del rey George III de Inglaterra, también George III de Hannover, cuya esposa era una hermana de Karl, Charlotte Sophie de Mecklenburg-Strelitz. El parentesco con la reina Charlotte, por lo tanto, había proporcionado una interesante colocación al cuñado de George III.
En principio, Karl y Friederike, con sus niñas, se instalaron en una mansión relativamente
modesta. Fue allí dónde Friederike, que había llegado a Hannover embarazada, daría a luz otra niña, bautizada con los nombres de Luise Auguste Wilhelmine Amalie. Cuando la benjamina de la casa alcanzó los seis meses, el tío George III de Inglaterra elevó a su cuñado Karl al rango de gobernador general en Hannover. Eso se llama prosperar, claro. La familia enseguida se mudo al extraordinario Alten Palais de Hannover, pero también disponían, para los períodos de asueto, del magnífico palacio de Herrenhausen, rodeado de jardines que guardaban reminiscencias de una época pasada marcada por una mujer de gran significación: la electora Sophie de Hannover, que había transmitido los derechos al trono británico a George I, padre de George II y abuelo de Frederick Louis príncipe de Gales, a su vez progenitor de George III.
Cuando Luise tenía dos años, su madre daría a luz otra niña: Friederike. Para entonces, la esposa de Karl ya había buscado una inteligente y eficaz gobernanta que dirigiese la educación de Charlotte, Therese y Luise, a las que a su debido tiempo se añadiría baby Friederike. Era Fräulein von Wollzogen. El papel de Fräulein von Wollzogen en la existencia de las princesitas cobró importancia a medida que la esposa de Karl seguía enlazando embarazos y partos. En 1779 llegó al mundo el ansiado heredero varón: Georg, cuyo nombre de pila constituía un homenaje al rey de Inglaterra. En 1781 se produjo el natalicio de otro varón, Friedrich Karl. Por desgracia, Friedrich Karl fallecería con veintiséis meses, a finales de marzo de 1783, justo cuando su madre Friederike de Hesse-Darmstadt se encontraba en el séptimo mes de una nueva gestación. El impacto del fallecimiento de Friedrich Karl fue notable en Friederike, que ya había amortajado a tres bebés con anterioridad al nacimiento de nuestra Luise. El 19 de mayo, Friederike tuvo a la pequeña Auguste Albertine; la criatura llegó a nacer, pero en muy malas condiciones, de manera que se le suministró un bautismo de emergencia antes de que muriese, al cabo de menos de un día. Friederike, que había sufrido intensamente durante ese parto, estaba casi con un pie en la tumba. De hecho, se reunió con Auguste Albertine en el otro mundo el día 22 de mayo de 1783.
Para Karl, fue una auténtica tragedia la defunción de su querida mujer. Se encontró solo con cinco hijos huérfanos de madre. Charlotte, la primogénita, tenía solamente catorce años. Con catorce años, hubo de asumir una actitud protectora hacia Therese, de doce años; Luise, de nueve años; Friederike, de ocho años y Georg, el único principito, de menos de cuatro años. Sin Fräulein von Wollzogen a su lado, Charlotte seguramente se habría venido abajo ante semejante panorama doméstico. La suerte es que se podía acudir a la madre de la difunta Friederike, suegra de Karl: Maria Luise Albertine, condesa de Leiningen-Dagsburg-Falkenburg por nacimiento, a la que el matrimonio había convertido en la princesa Georg de Hesse-Darmstadt.
Al encontrarse en Darmstadt, fue evidente para Karl que debía rehacer su vida rápidamente para proveer una nueva figura femenina de referencia a los vástagos de la pobre Friederike. Su suegra, Maria Luise Albertine, la princesa Georg, le animaba en esa dirección. Obviamente, enseguida surgió un arreglo más que apropiado: casar al viudo con una hermana soltera de la fallecida.
Charlotte de Hesse-Darmstadt, llamada Lotte en el círculo familiar, ya era tía de los hijos de Friederike, a la que había adorado. Ella misma había estado comprometida con Peter Friedrich de Oldenburg, pero ese noviazgo conveniente para los Hesse-Darmstadt se había roto al hacerse demasiado evidente que Peter padecía una enfermedad mental. A partir de ahí, no había surgido ningún partido interesante para la amable Lotte. Sin duda, no le disgustaba la perspectiva de confortar a su cuñado viudo Karl y menos aún de ocuparse de los sobrinos huérfanos, a quienes no podría molestar ni una pizca verla en el papel de devota madrastra.
La boda de Karl y Lotte se celebró en Darmstadt, cuidadosamente organizada por Maria Luise Albertine. Después, la pareja, con los hijos del primer matrimonio de Karl, retornó a Hannover, a aquella existencia dividida entre el Alten Palais y Herrenhausen. Lotte enseguida quedó embarazada, lo que fue motivo de gran alegría, pero provocó asimismo cierta aprensión a medida que se acercaba el momento del alumbramiento. Por desgracia, Lotte íba a ser otra víctima de la septicemia desarrollada a raíz del nacimiento de su hijo, Karl. En realidad, Lotte nunca pudo disfrutar de Karl. El chiquitín tenía doce días cuando la madre cedió en su lucha contra las intensas fiebres puerperales; la infección de la sangre la había vencido por completo, aniquilando su cuerpo.
Llovía sobre mojado. Karl había amado a Friederike...y había llorado amargamente su desaparición. Lotte, la hermana menor de Friederike, había parecido la oportunidad de recuperar siquiera en parte la felicidad doméstica que se le había escapado de entre las manos con la muerte por sobreparto de su primera esposa. Pero si Friederike había sucumbido en su décimo parto, Lotte había perecido a consecuencia del primero. Se trataba de un auténtico shock para Karl. Su (doble) suegra Maria Luise Albertine también estaba absolutamente conmocionada. Lo único que podía hacer era acoger ella a sus nietos en Darmstadt, pues su (doble) yerno dos veces viudo no íba a considerar siquiera la posibilidad de buscarse otra esposa.
Inciso curioso: Maria Luise Albertine había tenido dos hijas más aparte de las pobres Friederike y Lotte. Luise estaba casada con un primo carnal, heredero del ducado de Hesse-Darmstadt, llamado Ludwig. Auguste Wilhelmina estaba todavía soltera: era una preciosidad rubia, de dieciocho años de edad. Sin embargo, a Maria Luise Albertine ni se le pasó por la cabeza, en esa ocasión, tratar de emparejar al desolado Karl con Auguste Wilhelmina. Puede que pensase que era excesivo que un hombre contrajese nupcias de manera sucesiva con tres hermanas. También puede que se le cruzase por la cabeza la idea de que sería tentar al destino más de la cuenta.
En conclusión: los hijos huérfanos de Friederike y el hijo huérfano de Lotte tenían a su formidable abuela materna, Maria Luise Albertina. La tutela de ésta fue bastante efímera en lo que concierne a Charlotte, la mayor de los vástagos que Friederike había concebido en su dichosa unión con Karl. Charlotte se casaría, el 3 de septiembre de 1785, en Hildburghausen, con Friedrich de Saxe-Hildburghausen. Sus hermanas menores Therese, Luise y Friederike acudieron a la ceremonia, así como a los festejos posteriores, con sentimientos encontrados. Para ellas, Charlotte había sido un apoyo afectivo y emocional muy significativo desde la muerte de su madre Friederike, ya no digamos después del fallecimiento de la tía madrastra Lotte.
El 30 de septiembre de 1785, veintisiete días después de que Charlotte hubiese intercambiado en Hildburghausen sus votos nupciales con Friedrich de Saxe-Hildburghausen, en Darmstadt se verificó otro casamiento. La tía materna de las chicas, Auguste Wilhelmina, se desposó con Maximilian Josef von Pfalz-Zweibrücken, junto al cual marcharía a Estrasburgo para emprender aquella nueva etapa en su biografía.
Por tanto, en 1785, la abuela Maria Luise Albertina se quedó solamente con sus nietas Therese, Luise y Friederike. Cuando las chicas habían llegado a Darmstadt, la abuela las había situado bajo el cuidado de una gobernanta suiza, Mademoiselle Agier. Mademoiselle Agier ofrecía unas referencias absolutamente impecables, por lo que la princesa Georg estaba convencida de que encauzaría perfectamente la educación de sus nietas. Pero enseguida cambió de opinión. La gobernanta era una mujer de mente inflexible, con una rigidez casi absoluta en sus planteamientos, estricta al máximo. Ninguna de las chicas parecía hallar estímulos en semejante ambiente. Maria Luisa Albertina tenía la virtud de enmendarse la plana a sí misma cuando lo juzgaba necesario; no tardó en buscar otra suiza de talante radicalmente distinto al de Mademoiselle Agier: Salomé de Gélieu.
Salomé de Gélieu no tenía ni punto de comparación con su predecesora. Therese, Luise y Friederike no tardaron en darse cuenta de que aquella mujer no sólo era digna de respeto por su trayectoria y por sus cualidades intelectuales, sino que sabía hacerse amar. Los hermanos menores de las princesas, Georg y Karl, también recibieron mucho afecto de Mademoiselle de Gélieu, que se transformó en una especie de figura casi materna, en especial para los niños. Al igual que otros pedagogos avanzados de la época, Mademoiselle de Gélieu creía en el ideario preconizado por los filósofos ilustrados, acerca de que los muchachos y muchachas necesitaban educadores que respetasen el carácter de cada cual, impulsándoles a desarrollar su potencial sin tratar de forzarles en ninguna dirección que no tomasen por su libre albedrío. La teoría era, sin duda alguna, muy sugestiva. En la práctica, eso significó que las princesas y príncipes que tenía a su cargo se vieron libres de un programa de estudios claramente establecido, no había objetivos marcados a priori en diversas materias, no se trataba de forzar la aplicación ni el rendimiento, no se exigía una disciplina. La parte positiva: sacaron a relucir su personalidad. La parte negativa: adquirieron una formación que parecía una colcha de retales, mezclando sólo nociones elementales de lo que verdaderamente les interesaba o les atraía, sin profundizar de manera obligatoria en nada.
Para el caso, las princesas crecieron en edad...y adquirieron un barniz cultural más o menos interesante, si bien no una formación académica seria y rigurosa.
En mayo de 1789, Therese abandonaría "el nido". Charlotte llevaba ya cuatro años casada con el príncipe de Saxe-Hildburghausen, habiendo tenido un hijo llamado Joseph Georg en 1786, una hija llamada Katharina en 1787 y otra hija bautizada Charlotte Augusta, nacida y muerta en el mismo día, en 1788. Cuando Therese se casó en mayo de 1789, su hermana Charlotte ya estaba embarazada de un cuarto retoño.
Therese de Mecklenburg-Strelitz, fürstin von Thurn und Taxis, hermana de Luise y Friederike.Para Therese, el marido elegido había sido Karl Alexander von Thurn und Taxis. Estrictamente hablando, no pertenecía a la realeza; los von Thurn und Taxis eran una familia principesca pero no regia, que descollaban sobre todo porque su monopolio del correo en el amplia área geográfica del Sacro Imperio Germánico les había hecho inmensamente ricos. Karl Alexander, que había estudiado en varias universidades, era el heredero de su padre, el príncipe Karl Anselm. La madre de Karl Alexander, por su parte, sí llevaba en las venas sangre real: se trataba de la duquesa Augusta de Württemberg.
La boda de Karl Alexander y Therese constituyó un gran acontecimiento social en Neustrelitz, la capital de Mecklenburg-Strelitz. Por esa época, Luise tenía nueve años, así que Friederike contaba ocho años. Aún echaban de menos a Charlotte, así que les costó encajar el casamiento de Therese, quien, de momento, se establecería con Karl Alexander en el palacio que los Thurn und Taxis poseían en la ciudad de Francfort am Main. La parte buena del asunto sería que, a partir de entonces, las hermanas Luise y Friederike, cada vez más profundamente unidas, permanecerían con la abuela Maria Luise Albertina y con Mademoiselle de Gélieu en Darmstad, pero, igual que visitaban con cierta asiduidad Neustrelitz, visitarían con regularidad Francfort am Main.
Francfort am Main fue el escenario de las primeras grandes ceremonias a las que pudo asistir nuestra Luise, con la inseparable Friederike. Cinco años después de que Therese matrimoniara con Karl Alexander von Thurn und Taxis, Francfort am Main fue el escenario de la coronación de un nuevo emperador del Sacro Imperio Germánico: Leopold II, uno de los hijos de la recordada Maria Theresa y hermano del extinto Joseph II. En teoría, el prestigioso título de emperador del Sacro Imperio seguía siendo electivo, concurriendo a dicha elección los príncipes de una serie de territorios que constituían ese peculiar colegio electoral; pero, en la práctica, se había convertido en un cargo en el que se íban sucediendo los Habsburgo, ya transformados en Habsburgo-Lorena. La coronación de Leopold II constituyó un extraordinario evento, cuyo elaborado ceremonial y amplio programa de celebraciones dejó apabulladas tanto a Luise, de catorce años, como a Friederike, de trece años. Al cabo de tres años, en 1793, Luise y Friederike regresarían a Francfort am Main para asistir a otra coronación: la del hijo de Leopold II, Francis I. Aunque les impresionó bastante, ya no era algo completamente novedoso para ellas, sino una reedición de lo que habían presenciado en 1790.