Es una ilustración muy buena, Legris. A golpe de vista, presenta el formidable contraste entre Friedrich y Napoleón. Ciertamente, desde una perspectiva histórica, Napoleón es la figura que impone, la que alcanzó unas proporciones casi míticas, mientras que Friedrich ha de consolarse con un papel entretenido pero secundario en una eventual película sobre la Europa de aquel período. Los coetáneos, queriendo hacer burla de Friedrich, le llamaban "el más grande de los reyes europeos". Claro, cinta métrica en mano, la frase le definía a la perfección. Pero sólo cinta métrica en mano.
Aunque ahora vamos a centrar la atención en la tercera figura masculina de este tema: Jérôme Bonaparte.

Nacido el 15 de noviembre de 1784 en Ajaccio, fue el decimotercero de los retoños concebidos por la enérgica Letizia Ramolino en su matrimonio con Carlo María Buonaparte. No todos los hijos habían prosperado, pues las tasas de mortandad infantil eran notables en la época: en realidad, únicamente ocho superarían la niñez y, en ese cómputo, nuestro chico era el octavo. El benjamín de la casa, lo miremos del
modo en que lo miremos; y esa posición definió en buena medida su destino.
Cuando Letizia dió a luz a Girolamo, el padre de la criatura, Carlo María, no estaba en casa. Se había marchado a la ciudad de Montpellier, en el sur de Francia, acompañado por el mayor de su hijos, Giuseppe, que contaba casi diecisiete años. Carlo deseaba consultar a un prestigioso médico, porque llevaba tiempo sufriendo espantosos dolores estomacales. En ese período, el hermano que seguía en edad a Giuseppe, Napoleone, también estaba ausente, pues se había incorporado a la escuela militar en Brienne -dónde sus compañeros se burlaban sin piedad de su nombre y de su acento corso-.
Cuatro meses después, Giuseppe hubo de volver a casa con la tremenda noticia de que su padre había muerto, consumido por el cáncer de estómago. El doctor no había podido hacer nada por Carlo. Letizia se encontró viuda a los treinta y cuatro años. Había heredado la casa de Ajaccio y una casita campestre, Villa Milelli, pero carecía de dinero para cubrir las necesidades de su amplia familia. Una asignación del gobierno francés, que así pagaba los servicios prestados por Carlo, no parecía suficiente. Pero pudo complementarse con estipendios familiares. Y, más o menos, salieron adelante, aunque Giuseppe, que había completado su educación, hubo de retornar a Córcega para ejercer de eventual cabeza de familia, en tanto que Lucien fue enviado a suelo francés a que se formase. Asimismo, aprovechando una beca, la mayor de las chicas, Elisa, también se marchó para incorporarse a un pensionado para muchachas, la escuela de Saint-Cyr.
¿Qué es lo que podía percibir, en sus primeros años, nuestro Girolamo? Su madre hacía frente a la vida con sorprendente determinación y coraje. La habían casado a los catorce años y la sucesión de embarazos con partos a menudo complicados habían dejado secuelas en su salud. Pero era una mujer corsa, decidida y valerosa. Contaba con la ayuda de una criada, Severia, a la que pagaba una auténtica miseria sencillamente porque carecía de fondos. Pero Severia era absolutamente fiel a Letizia. Las dos trataban de disciplinar a los hijos menores de la señora Bonaparte, cuya situación económica empeoró en 1788, cuando los franceses instauraron una nueva administración en Córcega. La nueva administración, más rigurosa, acabó de un plumazo con los subsidios que estaba recibiendo Madame Bonaparte.
Los hijos mayores hacían lo que podían. No podía decirse, realmente, que nuestro Girolamo conociese a su hermano Napoleón. Éste había aprovechado un permiso para visitar Ajaccio en 1786, pero Girolamo frisaba aún en los dos años de edad. En 1788, Napoleón, deseoso de ayudar a su madre, reclamó a su hermano Louis, para que también recibiese instrucción militar. Girolamo tenía cuatro años. En casa sólo quedaban Pauline, Caroline y él mismo.
En 1789, Napoleón volvió a Córcega...y esa vez, permaneció en su patria un total de seis meses. Formalmente, Giuseppe/Joseph, un abogado que estaba ganando cierto prestigio en la isla, era el cabeza de familia, pero Napoleón siempre tuvo ese carácter imperioso que le hacía marcar las pautas. Su impresión del hermano menor, Girolamo, fue que se trataba de un mocoso impertinente. Quizá, a pesar de ellas mismas, Letizia y la criada Severia eran más blandas con el menor de los hijos Bonaparte.
A partir de 1791, las cosas fueron pintando peor en Córcega. Paoli, el líder nacionalista corso, a quien los Bonaparte habían jaleado fervorosamente en tiempos anteriores, consideraba abominables tanto la Revolución francesa como su evolución política posterior. El deseo de Paoli, expresado claramente, consistía en sacudirse de encima a la administración francesa, designada por la Convención Nacional. Asimismo, la Convención Nacional estaba dispuesta a mantener Córcega como parte del territorio de Francia. Designaron a Salicetti, otro corso, para que echase tierra encima de las aspiraciones independentistas de Paoli. Napoleón Bonaparte, joven militar, tenía que servir de refuerzo a Salicetti. Si los paolistas no entraban por el aro en base a mandatos taxativos, tendrían que hacerlo a cuenta de duros bombardeos.
Letizia estaba seriamente preocupada por la seguridad de su familia. En Francia, 1792 fue un año dramático, en el que el Terror empezó a manifestar su intensidad. Establecimientos educativos como el de Saint-Cyr se clausuraron mientras se incrementaba la violencia contra todo lo que oliese, siquiera remotamente, a aristocracia. Napoleón hubo de rescatar a su hermana Elisa, que llevaba en la escuela desde los ocho años. Era inevitable que los acontecimientos que sacudían suelo francés no se hiciesen sentir en Córcega. Los paolistas estaban ganando posiciones, día a día. Letizia, como medida de precaución, había mandado a sus hijos Caroline y Jérôme con sus propios familiares maternos, los Pietrasanta. Pero Napoleón mandó a su madre que se concentrase con los chicos en una antigüa torre, a la sazón abandonada, de Capitello, población situada al este del golfo de Ajaccio. Sin embargo, el conflicto íba de mal en peor, al punto de que Napoleón acabó decidiendo trasladarles a Calvi, uno de los tres bastiones franceses junto con Bastia y Saint-Florent. Puesto que el bombardeo de Ajaccio no consiguió derrotar a los pujantes paolistas, Napoleón tomó la decisión de que se irían a Francia. De hecho, Lucien ya se había marchado unos meses antes; ahora, se embarcó a resto del clan rumbo a Toulon.
La "emigración a Francia" fue un episodio traumático para Letizia Ramolino. Considerando el patriótico pasado compartido con su difunto esposo Carlo, para ella supuso un duro golpe saber que un congreso paolista había sentenciado a la familia Buonaparte a
perpetua execración e infamia. Pero todavía íba a escocerle más la situación al llegar a Toulon. Si Letizia había esperado que el gobierno francés les proporcionase una situación medianamente desahogada en retribución por la lealtad mostrada a la Convención Nacional, íba a llevarse un chasco de mil narices. Primero en el pueblecito de La Valette y después en el pueblecito de Bandol, Letizia se percató de que apenas disponían de dinero suficiente para cubrir sus necesidades básicas -eso al margen de que las gentes de aquellos lugares no disimulasen el desdén ante la visión de los desaharrapados corsos-. El traslado a Marseille, una de las principales ciudades portuarias de Francia, no mejoró las perspectivas. A Letizia y a su leal criada Severia debió costarles mantenerse en pie cuando llegaron a lo que fue su primera vivienda en la ciudad, una serie de lóbregas habitaciones en el cuarto piso de una casa de la rue Pavillon.
Afortunadamente, Napoleón pudo recurrir a su vínculo con el político corso Cristoforo Salicetti. Salicetti rescató a la familia de aquella casi extrema pobreza, proveyendo un cargo de asistente del comisario de guerra en la región para Joseph y un puesto de tendero para Lucien, a la vez que les buscaba una casa un poco mejor en la rue du Faubourg de Rome. No obstante, Letizia siguió pasándolo mal. Su pésimo francés la hacía blanco de las burlas de los vecinos, que, asimismo, hacían mofa de las chicas Bonaparte, de las que se decía que se trataba de impúdicas mocitas que se pasaban el día en las calles.
Pero la carrera de Napoleón íba a progresar en los años siguientes. Aunque Joseph pareció asegurar cierta respetabilidad a la familia al lograr comprometerse en matrimonio con la señorita Julie Clary, de una distinguida familia de negociantes marselleses, con buena dote y rentas anuales procedentes del comercio de tejidos, Napoleón era quien subía como la espuma. Hubo algunos momentos en que pareció que no sólo podía frustrarse su ascensión, sino que incluso podía caer en picado, pero no ocurrió así. Napoleón progresaba. Nunca se olvidaba de Letizia, para quien, en cuanto tuvo oportunidad, alquiló una enorme casa de campo en los aledaños de Antibes, denominada
château Salle.
Robespierre había caído y el Directorio mandaba en Francia, con un líder particularmente destacado en Paul Barras. Napoleón necesitaba hacerse valer ante tipos como Barras, para que se le encomendasen misiones que incrementasen su prestigio y su popularidad. Por eso trataba de acceder a ciertos círculos. En ese marco, una visita a los salones de Therese Tallien alteraría su vida al introducir en ella a una amiga íntima de la anfitriona, Josephine de Beauharnais. Josephine, una criolla de la Martinique, viuda del aristócrata revolucionario ulteriormente decapitado Alexandre de Beauharnais, tenía dos hijos de aquel primer matrimonio y una reputación bastante dudosa a la sazón por sus vinculaciones con otros hombres, incluyendo al mismísimo Paul Barras.
A Letizia se la llevarían los demonios durante el resto de su vida, al pensar que Napoleón, que en Marseille había mostrado el buen sentido necesario para comprometerse con la hermana menor de Julie Clary, Dèsirée Clary, había estropeado las cosas al decidir casarse con la amante de Barras, Josephine. Luego, los maliciosos dirían que Barras estaba cansadísimo de Josephine y que, en pago porque Napoleón se había casado con la señora de Beauharnais, maniobró en favor de que a Bonaparte se le acabase encomendando el mando de la campaña en Italia. Letizia nunca pudo transigir con Josephine, que introdujo en el círculo familiar a su hijo -Eugène- y a su hija -Hortense-. Para Letizia Ramolino, Josephine de Beauharnais siempre fue, simple y llanamente,
"la puttana".
Pero aquí quien nos interesa es Jérôme, que había llegado a Marseille con nueve años y que tenía doce años cuando Napoleón se casó con Josephine. El enamoramiento de Napoleón respecto a la viuda Beauharnais incidió muy directamente en las vidas de los hermanos menores del militar corso, Caroline y Jérôme. Y esto sucedió porque Napoleón consideró oportuno "copiar" para sus hermanos menores la educación que Josephine había creído apropiada para su hija Hortense y para su hijo Eugène. Así, puesto que Hortense acudía a la academia de Madame Campan, Caroline fue enviada a la academia de Madame Campan; y puesto que Eugène se había incorporado tiempo atrás al Collége Irlandais que un tal Patrick MacDermot había fundado en Saint-Germain-en-Laye, Jérôme fue inscrito en el mismo centro. Cuando la muerte de Patrick MacDermot acabó con su Collége Irlandais a finales del año 1797, los alumnos fueron transferidos a una nueva escuela masculina dirigida por Monsieur Mestro en un edificio cercano que había pertenecido a las monjas ursulinas. En una etapa posterior, cuando Napoleón había concluído exitosamente su campaña italiana y se disponía a iniciar su campaña egipcia, tomó la determinación de que Jérôme completase sus estudios en el Collége de Juilly.
En resumidas cuentas: por su condición de benjamín, Jérôme fue, entre todos los hijos de Letizia, el que menos padeció la época de privaciones de los Bonaparte, así como el que antes se benefició del extraordinario avance de Napoleón. Napoleón regresó de Egipto como un héroe popular en octubre de 1799, época en que Jérôme, de quince años, permanecía en Juilly. Pero poco después se produjo el golpe de mano claramente bonapartista del 18 Brumario. Empezaba el Consulado, con Napoleón Bonaparte en el papel estelar de Primer Cónsul en febrero de 1800. Se le asignaron a Napoleón Bonaparte apartamentos en el mismísimo palacio de las Tuilleries, una residencia que decidió compartir con sus familiares. Una serie de aposentos en el denominado Pabellón de Flora fueron preparados para Jérôme Bonaparte.
Cuando Napoleón partió para una nueva campaña en Italia, en 1800, Jérôme estaba en una fase en que deseaba emular a su hermano. Pidió encarecidamente que se le permitiese acompañarle en aquella expedición militar. Napoleón no quiso tomar en serio a Jérôme, que hubo de quedarse en París, aunque, eso sí, con una generosísima asignación económica para que pudiese entretenerse. Jérome gastó todo el dinero...e incluso incurrió en fuertes deudas...pero semejante capacidad de despilfarro no le hicieron perdonar a su hermano que no le hubiese llevado consigo a Italia, dónde había obtenido la épica victoria de Marengo. A la vuelta a casa, Napoleón se percató de que Jérôme aún estaba profundamente enfadado y, tratando de solventar la situación, le invitó a hacer las paces, sugiriéndole que estaba dispuesto a darle lo que él pidiese. Jérôme no se anduvo con chiquitas: pidió que le regalase la espada que había enarbolado en Marengo. Poco después, Napoleón descubrió que su hermanito tenía unas dudas francamente cuantiosas.
Napoleón hubo de encarar el hecho de que Jérôme era un mozo exageradamente protegido y mimado. Le habían convertido en un muchacho alegre y extravagante, capaz de gastar a manos llenas sin preocuparse en absoluto por lo que podía significar ir coleccionando acreedores. Era evidente que contaba con que sus hermanos mayores le sacarían siempre las castañas del fuego. Estaba claro que aquello no era algo que hubiese que perpetuar en el tiempo: Napoleón se hizo cargo de que había que trazar unas pautas para que Jérôme no fuese un petimetre desbocado, sino un hombre con oficio y beneficio. Lo que quería Jérôme era ser, como Louis había sido en Italia, un aide-de-camp de Napoleón. Pero la decisión de Napoleón respecto a Jérôme fue la de proporcionarle una carrera militar...¡en la marina!. En particular desde su campaña en Egipto, Napoleón había tomado plena conciencia de la importancia de disponer de una buena armada y quería que Jérôme se desarrollase en ese ámbito...empezando desde muy abajo. Jérôme se comió el marrón de ser enviado como un simple aspirante de segunda clase al buque
"Indivisible", al mando del almirante Ganteume, que estaba fondeado en el puerto de Brest.