Ésta es Friederika, retratada por el gran Tichsbein en 1796:
El surtido completo de nombres de pila de esta belleza rubia era: Friederika Louise Caroline Sophie Charlotte Alexandrine. Y su título de nacimiento: princesa de Mecklenburg-Strelitz. Tenía por padre precisamente al heredero del ducado de Mecklenburg-Strelitz: Charles. Su madre era Friederika de Hesse-Darmstadt.
Nuestra Friederika resultó ser la séptima hija de sus padres. Nació en el Alten Palais, de Hanover, dónde su padre se encargaba de dirigir la administración de aquel reino debido a que una hermana mayor, Charlotte de Mecklenburg-Strelitz, se había casado con el joven rey George III de Gran Bretaña e Irlanda, también rey de Hanover. Considerando los acontecimientos posteriores, el hecho de que Friederika viese la luz en el Alten Palais de Hanover parece casi un guiño de su destino hacia la neófita. Pero, entonces, resultaba imposible imaginar que la pequeñuela acabaría siendo, al cabo de cincuenta y nueve años, reina de Hanover.
Friederika se quedó sin madre demasiado pronto. Su madre arruinó por completo su salud pariendo: casada a los dieciséis años, empezó a tener hijos a los diecisiete; diez embarazos se sucedieron en un lapso de trece años y el décimo parto, plagado de complicaciones, le costó la vida en 1782, cuando nuestra protagonista tenía solamente cuatro años de edad. El viudo, Charles, no tardó en casarse con una hermana de su difunta mujer: Charlotte. Así, sus hijos huérfanos de madre tendrían por madrastra a la que ya era su tía carnal, lo que parecía un excelente arreglo de familia. Pero Charlotte fallecería al dar a luz su primer bebé, Charles, justo un año después de la boda. Así que Charles se encontró dos veces viudo, con seis hijos a su cargo: Charlotte, Therese, Louisa, Friederika, Georg y Charles. Estaba claro que aquellos retoños, cuatro féminas y un varón, necesitaban que alguien se ocupase de criarles. Charles no tardó en recurrir a su doble suegra, la madre de las difuntas Friederika y Charlotte de Hesse-Darmstadt: Maria Louise Albertine de Leiningen-Dagsburg-Falkenburg.
Maria Louise era una mujer extraordinaria. Sumaba a su inteligencia natural un profundo amor por la cultura; le atraían las ciencias, no carecía de cierto talento artístico y sentía pasión por el estudio. Así que estaba decidida a criar a sus nietas en un entorno cuidadosamente ilustrado. La mayor, Charlotte, enseguida hubo de casarse, con Frederick, duque soberano de Saxe-Altenburg. Pero las otras chicas...Therese, Louisa y Friederika...se convirtieron en princesas absolutamente
modélicas gracias a la abuela Maria Louise y a la gobernanta que ésta había elegido para ellas, la suiza Salomé de Gélieu. Salomé se encargó de hacer que sus pupilas descollasen no sólo por su belleza, sino también por sus gracias sociales y su encanto sabiamente cultivado.
Después de que Therese se casase con el riquísimo príncipe Karl Alexander von Thurn und Taxis, sólo quedaban solteras, es decir, "por colocar", Louisa y Friederika, que se querían muchísimo, hasta el punto de haber decidido que removerían roma con santiago para no separarse nunca la una de la otra. En ese sentido, las suerte las acompañó. Su decidida abuela materna se las apañó para que ambas muchachas, muy guapas las dos, acudiesen a una representación teatral que tendría lugar en Frankfurt-am-Main bajo la presidencia de honor de Su Majestad del rey Friedrich Wilhelm II de Prusia. Evidentemente, Maria Louise, princesa viuda de Hesse-Darmstadt, sabía que el gran rey de Prusia andaba a la busca de esposas apropiadas para sus hijos. Las dos muchachas Mecklenburg-Strelitz, sobrinas carnales de la reina Charlotte de Inglaterra, eran partidos convenientes, aparte de que ofreciesen una estampa encantadora a ojos del monarca. Éste se quedó tan prendado que enseguida inició las negociaciones para que la hermosísima Louisa se convirtiese en la esposa de su heredero, Friedrich Wilhelm, futuro rey Friedrich Wilhelm III de Prusia. Entre tanto, un hermano de Friedrich Wilhelm, Friedrich Louis Karl, a quien llamaban príncipe Louis, fue el asignado para la preciosa Friederika.
Un 24 de diciembre, en el refulgente Palacio Real de Berlín, Louisa se casó con Friedrich Wilhelm. Al cabo de dos días, el 26 de diciembre, el mismo escenario sirvió para la boda de Friederika con Louis. Las dos hermanas pasaban a formar parte de la familia real prusiana, lo que significaba que podrían permanecer juntas...cumpliendo así el mayor de sus deseos.
Y...hasta aquí...todo parece un cuento de hadas. Dos hermanitas huérfanas de madre, criadas por una abuela cariñosa y devota, que les escoge la mejor de las institutrices, para hacer de ellas unas jóvenes dotadas de todas las gracias. Dos hermanas casadas con dos hermanos, un futuro rey y un príncipe. Dos hermanas decididas a no separarse jamás. Dos hermanas que parecen haber encontrado el camino para mantenerse juntas en una de las principales cortes europeas.
Pero...a partir de aquí...se tuercen las cosas. Louisa tuvo suerte: fue inmensamente feliz con Friedrich Wilhelm, que la amaba tanto que no tenía ojos para ninguna otra mujer. En cambio, Friederika se sintió completamente abandonada y humillada por su príncipe Louis. Louis apenas prestaba atención a su mujer, porque prefería mantener su vida de soltero, con constantes francachelas que incluían a sus amantes. Al parecer, Friederika enseguida se hartó de lucir más cuernos que bucles en la cabeza. Después de haber tenido tres hijos en rápida sucesión (Friedrich; Charles y la pequeña Friederika de Prusia), se dice que inició una aventura amorosa con un tío de su marido, el aguerrido príncipe Ferdinand Louis. Sin embargo, aunque es muy factible que haya existido dicha "liaison", a decir verdad no existen pruebas que confirmen esos viejos rumores.
Friederika tuvo la suerte -desde su punto de vista...- de quedarse viuda en 1796, con apenas dieciocho años. Ya que Louis había resultado un esposo absolutamente insatisfactorio, no fingió un dolor que no sentía cuando un fulminante ataque de difteria segó la vida de su marido, dejándola sola con los tres niños. Se estableció en el palacio de Schönhausen, dónde ejercía de anfitriona poniendo en juego toda su hermosura y su elegancia. Allí la encontró un primo carnal, el príncipe Adolphus de Gran Bretaña, duque de Cambridge, hijo de la tía Charlotte. Adolphus se enamoró locamente de la bella y sugestiva Friederika, que parece haber acariciado la idea de casarse con su primo inglés. Pero, desde la distancia, la tía Charlotte, a quien no agradaba la reputación de esa sobrina, se encargó de impedir esa boda. Y, en última instancia, Friederika no se quedó llorando en un rincón: enseguida se embarcó en una apasionada aventura con el príncipe Friedrich Wilhelm von Solms-Braunfels, de quien, pese a ser ambos mundanos y sofisticados, acabó quedándose embarazada.
Para evitar un escándalo de grandes proporciones, Friedrich Wilhem von Solms-Braunfels se apresuró a casarse con la princesa viuda Friederika de Prusia. Los dos se establecieron en Ansbach, dónde nació una niña, Sophia, que fallecería a los ocho meses de edad. A esas alturas, como sucede a menudo, el matrimonio había echado paletadas de tierra encima de la loca pasión que había unido a Friederika y su príncipe de Solms-Braunfels. Él empezó a correrse sus buenas juergas, empapándose en alcohol y tomando diversas amantes de distintas clases sociales, mientras que ella, resentida y amargada, paría seis hijos más de los cuales una niña nació ya muerta. Las discusiones de la pareja eran cada vez más frecuentes y más intensas; se palpaba en el aire la tensión entreverada de pura hostilidad, de un odio tan intenso como el amor que en su momento había vibrado entre los dos.
Así las cosas, Friederika realizaba frecuentes visitas a la corte de su padre, el duque Charles, en Neustrelitz. En una de esas ocasiones, coincidió allí con otro de sus primos ingleses, Ernest Augustus, duque de Cumberland. Al igual que antaño le había sucedido a su hermano Adolphus, Ernest August se quedó entusiasmado con la prima Friederika. El hecho de que ella estuviese infelizmente casada no le quitaba ni un ápice de encanto, y, de hecho, le añadía una pizca de sal y pimienta a sus desaforados coqueteos. El duque Charles hizo mucho por favorecer la relación: le dijo francamente a su hija que estaría de acuerdo con que ella solicitase al rey de Prusia permiso para divorciarse del príncipe de Solms-Braunfels para luego casarse con Ernest Augustus. Se iniciaron los procedimientos para ese divorcio...y, cuando aún se hallaba el asunto a medio resolver, Solms-Braunfels resolvió la papeleta muriéndose de repente. Fue una desaparición tan "oportuna" y tan "conveniente" que surgieron rumores acerca de que Friederika, animada por su amante primo Ernest August, había envenenado a su segundo marido.
Pese a que la reina Charlotte de nuevo mostró su rechazo a que uno de sus hijos -ahora Ernest August- se casase con aquella sobrina cada vez más escandalosa, el parlamento británico se mostró favorable a la boda. Así que Ernest August y Friederika viajaron a Londres para contraer nupcias en Carlton House, la residencia de George, príncipe de Gales y regente del reino.
Eso había acontecido en 1815...