Para centrarnos...
...estos -preciosos- cabinets decimonónicos muestran a los fundadores de la dinastía griega, Georgios I y Olga:
Desde el mismo instante de su llegada a Grecia, Georgios I tuvo muy claros sus objetivos. Él podía realizar un enorme esfuerzo personal de inmersión cultural en su nueva patria, pero sus súbditos siempre recordarían que se trataba de un príncipe danés y protestante. Eso sí: había prometido casarse con una princesa ortodoxa y educar a los hijos que llegasen en la religión mayoritaria entre los griegos. No le cabía duda de que su reto principal consistía en fundar una dinastía. Y el éxito radicaría en que sus hijos, así como los hijos de sus hijos, fuesen considerados príncipes y princesas griegos a pesar de los orígenes de los padres.
Georgios fue particularmente inteligente al planificar un viaje a la corte imperial de San Petersburgo con la intención de buscar esposa. Una gran duquesa ortodoxa era, sin lugar a dudas, la consorte que mejor se ajustaría al esquema. De las grandes duquesas disponibles, la que encontró particularmente bonita y de excelente carácter fue Olga Constantinovna. Todavía era una adolescente que no había aceptado desprenderse de sus muñecas: de hecho, se llevaría consigo tras la boda un baúl lleno con ellas. Pero Olga enseguida se transformó en una reina solícita y devota hacia su pueblo: desplegaba una actividad benéfica incansable, visitando sus hospitales atenienses sin querer llevar a su alrededor una escolta que la hiciese inacessible para la gente corriente.
Al nacer los hijos, Georgios, con plena aquiescencia de Olga, definió una formación claramente helénica para ellos. Los más reputados profesores universitarios de entonces fueron elegidos para que se encargasen de la formación de los vástagos reales. Destacaba Constantine Paparrigopoulos, un voluntarioso y apasionado historiador; había consagrado años de investigación a escribir obras en las que defendía mayores conexiones étnicas entre los griegos
modernos y los antiguos griegos de las que admitían autores extranjeros. Paparrigopoulos estaba, además, empecinado en completar una formidable Historia de Grecia, que al final le ocupó siete gruesos volúmenes. Aquel profesor Paparrigopoulos le pareció a Georgios absolutamente idóneo para transmitir a sus hijos un saludable panhelenismo. Simultáneamente, el también muy distinguido Ioannis Pandazidis se encargaría de enseñarles literatura griega. Otros preceptores abarcarían el resto de materias, pero esos dos debían orientar a los príncipes y princesas en una clara dirección.
Y en nuestra María enseguida prendió la chispa de un intenso enamoramiento hacia Grecia...