La vuelta de Masha a Rusia se produjo en un momento crucial de la historia. Había conseguido el resuelto apoyo de su padre para divorciarse de Wilhelm de Suecia en octubre de 1913, por lo que se encontraba establecida en San Petersburgo a principios de 1914. Pero aquel año de 1914 no acabaría felizmente: el 28 de junio, en Sarajevo, Bosnia, un estudiante paneslavista segaba a tiros la vida del heredero del trono austrohúngaro, el archiduque Franz Ferdinand, y la esposa morganática de éste, Sophie Choteck.
En la época inmediatamente anterior, las distintas potencias europeas habían ido integrándose en dos sistemas de alianzas contrapuestos entre sí. El magnicidio de Sarajevo íba a determinar en primer lugar un ultimatum de Austria a Serbia, país al que se consideraba que había prestado apoyo logístico al grupo paneslavista que había actuado contra el thronfolger Franz Ferdinand. Serbia no podía aceptar un ultimatum redactado en aquellos términos. Así empezó a ponerse en marcha una pulsión belicista que acabaría haciendo estallar Europa entera. Rusia, que había manifestado su apoyo a Serbia, se encontró en guerra contra Austria y Alemania a principios de agosto. También Francia se encontraba en guerra contra Alemania y por ende contra Austria dado que los alemanes amenazaban con irrumpir en Alsacia-Lorena. E Inglaterra acabaría adhiriéndose al bando franco-ruso. Así, poco a poco, el conflicto adquirió unas dimensiones extraordinarias. Sería la Gran Guerra. O, lo que es lo mismo, poco a poco, se transformaría en la Primera Guerra Mundial, al involucrar a las colonias de las potencias europeas y, llegado cierto momento, a los Estados Unidos de América.
Pero centrémonos en Rusia. Nicolás II, acompañado de su zarina Alexandra y de sus cuatro hijas, declaró la guerra a Alemania desde un balcón del Palacio de Invierno de San Petersburgo, mientras una multitud escuchaba, sobrecogida, desde la enorme plaza adoquinada que se extiende ante la fachada del edificio. Luego, se retiraron a la Sala Nikolai, la más grande del palacio, dónde aguardaban otros miembros del clan Romanov y cientos de personajes relevantes, miembros del gobierno, del staff militar o del cuerpo diplomático así como cortesanos. En el centro de la Sala Nikolai se había erigido un altar, encima de él podía contemplarse el magnífico icono de la Virgen de Kazán, particularmente reverenciado por los fieles ortodoxos durante siglos. En aquel escenario tendría lugar un Tedeum. Entre los asistentes, estaban Masha y Dimka. De hecho, Masha describiría la escena de manera impresionante en una etapa posterior de su vida. Más tarde, de nuevo los zares con las grandes duquesas saldrían al balcón adornado con colgaduras rojas, para escuchar a sus súbditos entonando a voz en grito el Dios Salve al Zar. En aquel instante, nadie parecía recordar que allí mismo, nueve años antes, tropas imperiales habían abierto fuego contra los manifestantes que se acercaban, provocando la masacre del Domingo Rojo...
Virginia Cowles, en su obra sobre los Romanov, señala, inteligentemente, que pocos países se encontraron inmersos en la Gran Guerra tan mal preparados como lo estaba el imperio ruso. Sobre el papel, debido a la inmensa extensión territorial y a la población total, podía movilizar una enorme cantidad de efectivos militares. Pero que se lograse poner en pié de guerra, de buenas a primeras, a tres millones cien mil soldados no implicaba que tuviesen buenos pertrechos, buenas equipaciones, armas en condiciones, etc. De hecho, habría una enorme divergencia ente el número de reclutas y los recursos disponibles, empezando por las municiones. Es sintomático el hecho de que, al cabo de pocos meses, a finales de año, hubiesen perecido casi un millón de rusos...