En 1945, la preocupación respecto a la mala salud de Fawzia llevó a Farouk, que siempre había querido especialmente a esa hermana, a enviar un emisario hasta Teherán. El reporte recibido no fue nada alentador, más bien al contrario; describía a la reina iraní como si viviese al borde del colapso y Farouk, bastante alarmado, la invitó a visitar Egipto. Fawzia debió pensar que la ocasión la pintan calva y salió rauda, escudándose en aquella invitación de Farouk, hacia El Cairo. Dejaba atrás Teherán y a su pequeña hija Shahnaz, que, al menos, parecía haberse convertido pronto en el capricho favorito de la abuela Tadj ol-Molouk.
Habían quedado atrás los primeros tiempos de su matrimonio, en todos los sentidos. Aquí una foto recién encontrada de entonces, dónde podemos ver a la jovencísima Fawzia, Reza Khan, la reina egipcia Nazli y Mohammad Reza:
Para Fawzia supuso un auténtico "balón de oxígeno" encontrarse de nuevo en Egipto, con su familia de origen. En particular, encontró mucho apoyo y mucha lealtad en su hermana Faiza, como había podido esperar. Faiza resultó ser providencial para ayudar a la absolutamente abatida Fawzia a recuperar aliento y ánimo. El problema radica en que una vez que Fawzia tenía aliento y tenía ánimo suficientes, también tenía un par de narices como para negarse a regresar a su jaula de oro en Teherán.
Según la princesa Ashraf, su cuñada, el Shah Mohammad Reza insistió, y no poco, en el retorno de Fawzia, pero esta sencillamente tenía tantas ganar de coger un avión de vuelta a El Cairo como de irse al infierno, o sea, ninguna. Adicionalmente, el propio Mohammad Reza, en una etapa posterior, reconocería, quizá con cierta pesadumbre, que el mayor obstáculo para persuadir a Fawzia de que debía volver radicaba en su madre, Tadj ol-Molouk. La relacion de Fawzia con su suegra Tadj ol-Molouk se había envenenado hasta tal punto que la egipcia no estaba en absoluto dispuesta a aguantar de nuevo carros y carretas: quería un divorcio.
Fawzia contaba con ciertas ventajas. Sabía que Farouk no íba a devolverla usando ningún tipo de fuerza a los iraníes, y que contaba con el apoyo tanto de su madre como de sus hermanas. Además, es que el tiempo jugaba a favor de su "cabezonería". Los iraníes no podían admitir, sin desacreditarse, que la reina le estaba dando plantón obcecadamente al rey, pero aparte mientras pasaban los meses con Fawzia al sol de Egipto, Mohammad Reza seguía sin opciones de tener el ansiado príncipe heredero. Por demás, Fawzia estaba dispuesta a pagar cualquier precio por su divorcio, y cualquier precio incluía la renuncia absoluta a su hija, la princesa Shanahz. La decisión de Fawzia íba a marcar, indefectiblemente, la vida de Shanahz, pero la egipcia no íba a sacrificar cualquier posibilidad de alcanzar cierta felicidad personal para seguir languideciendo al lado de una niña que, por otra parte, estaba perfectamente atendida, consentida y mimada.
