Mikhail:
Lo que hubiese podido congraciar a Mikhail con su matrimonio hubiese sido el nacimiento de un hijo a quien convertir casi casi en la cuna en un soldadito; pero en los primeros años de matrimonio, Elena dió a luz de manera prácticamente seguida a tres hijas: María, Elizaveta "Lily" y Ekaterina. Cuando la pequeña María tenía un año de edad...
Elena con su hija María Mikhailovna.
...y estando Elena embarazada por segunda vez, no dudó en viajar con la criatura a Moscú para atenter la solemne coronación de su cuñado el zar Nicolás I, que había heredado el trono de Alejandro I después de la muerte prematura de éste y había tenido que dedicarse a aplastar, con la cooperación de sus hermanos, la revuelta decembrista. En Moscú, tras la coronación de Nicolás y su Alexandra, Elena había dado a luz a la segunda niña, Lily. Elena amaba la ciudad de Moscú, dónde Mikhail compró una residencia a la que acudirían con cierta frecuencia a partir de entonces. La gran duquesa entabló magníficas relaciones con las principales familias moscovitas, empezando por los Apraxin y los Golitsyn.
El zar Nicolás se había mostrado muy afectuoso tras el nacimiento de Lily. En una carta a Mikhail, rogaba a éste que besase de su parte la mano de Elena y abrazase tanto a la pequeña María como a baby Lily
"en nombre de su tío de naríz larga", con lo que él mismo se burlaba de su apéndice nasal, algo que solamente se permitía con sus allegados. Pero la propia Elena se sintió muy agobiada cuando al cabo de un año puso en el mundo a Ekaterina, "Caty", nacida a las ocho y media de la mañana del 28 de agosto de 1827 en el palacio Mikhailovsky. La zarina María Feodorovna, abuela paterna, que estuvo presente en el evento, registraría en su Diario que ella se había percatado de que su nuera Elena había proporcionado a Mikhail una tercera hija con sólo ver la expresión en la cara de la partera que había asistido a la mujer.
No obstante, pese a tratarse de niñas, Mikhail estaba francamente contento con ellas: las quería y se preocupaba por su educación a tal punto de que quiso que las tres conociesen también muy de cerca el regimiento de caballería del que él formaba parte como comandante. Aunque podía ser algo inusual, aquello tenía sus precedentes en la Rusia imperial: la zarina Isabel Petrovna, la hija de Pedro II el Grande, había hecho mucha "vida con la soldadesca" y había montado a caballo vestida de oficial liderando a los hombres del más famoso de los regimientos rusos; Catalina II la Grande había imitado el ejemplo de Isabel Petrovna, cómo no hacerlo si había tenido que hacerse con el trono de autócrata. Había una "tradición" de vincular a las grandes duquesas también a los regimientos más señalados de la Guardia Imperial. En el caso de las hijas de Mikhail, éste simplemente, por su propio carácter y sus propios gustos, se encargaría de que las chicas tuviesen todavía un conciencia más clara y directa de lo que era la vida militar -como buenas hijas de un buen oficial, diría el padre.-
Hubo un período especialmente complicado en la de por sí muy tirante relación entre Mikhail y Elena después del nacimiento de las tres primeras niñas. Una de las damas más cercanas a Elena, la condesa María Nesselrode, dió cuenta de ello, de cómo la gran duquesa se encontró completamente abandonada por su marido y pudo quizá cometer "algunas indiscreciones" a ojos de la de por sí maliciosa gran sociedad de San Petersburgo. De alguna manera, con el pretexto de que Elena sufría un persistente resfriado en el invierno de 1828 que podía dañar seriamente sus pulmones, se la mandó a que se diese un garbeo por los spas alemanes, permitiendose, eso sí, que llevase consigo a la mayor de las hijas, María:
Elena y María.
Salieron del imperio a través de Varsovia, dónde Konstantin y Jeannette fueron sus anfitriones unos días. Luego, Konstantin escribiría a su hermana Anna, que residía en La Haya junto a su marido Orange, para darle cuenta de la presencia de Elena con María y de la tristeza de que ese alejamiento físico de Mikhail representase un paso previo a una separación oficial o incluso un divorcio. Konstantin opinaba que aquello convertiría a su cuñada en una
"femme perdue", seguramente evocando el destino que había encontrado su primera esposa alemana, Ana Feodorovna. El marido de Anna, el príncipe de Orange, escribió al zar Nicolás I previniendo sobre el mal efecto que causaría un divorcio (las cortes europeas aún recordaban demasiado bien el precedente de Ana Feodorovna...) y Nicolás habló con Mikhail al respecto, al punto de que éste envió a su ayudante Fedor Opochinin a Alemania a visitar a Elena y María, para enterarse de lo que necesitaban y en qué se podía ayudar a la gran duquesa.
Por aquel entonces, Elena estaba francamente afectada por la situación en que se veía. Mikhail, en Rusia, no sabía qué habría contado Elena a su tío, el rey Wilhelm, acerca de su matrimonio, o, para el caso, qué habría relatado a la todavía viva reina viuda Charlotte, la princesa inglesa, su "abuelastra". Fuese lo que fuese lo que hubiese contado Elena a su familia, encontró escasa comprensión. Solamente su hermano favorito, Fritz, parecía entender su posición. Había tan escasa confianza en la reputación de Elena ante los rusos, que a la hermana menor de ésta, Pauline, se le prohibió acompañar a la gran duquesa en un viaje a Italia.
Finalmente, Elena, en vez de dirigirse a Italia, se asentó en Ems. Allí recibió varias visitas, la primera la del duque de Nassau, Wilhelm había enviudado en 1825 de una tía materna de Elena, Luise de Saxe-Hildburghausen, que había tenido que sobrellevar el temperamento corrosivo, hiriente y a veces colérico de él. Pese a esas malas credenciales como marido de "tío" Wilhelm, que había hecho tan infeliz a "tía" Louise, el hombre estaba en un tris de casarse con la hermana pequeña de Elena, Pauline, bonita pero aquejada de sordera. Fueren cuales fueren las impresiones de Elena, ella no estaba en condiciones de evitar el penoso destino de su hermana Pauline. En cuanto el tío se marchó, llegó la cuñada Anna Paulovna desde los Países Bajos. El encuentro de Elena con su cuñada Anna Paulovna...
Anna Paulovna.
...no empezó precisamente bien.
"Chère Annette", que siempre se metía a potajera cuando se trataba de servir a favor de sus parientes Romanov, tomaba partido claramente por su hermano pequeño Mikhail y afeó a Elena muchas actitudes/conductas de la gran duquesa. Ésta, que no estaba ya dispuesta a dejarse tratar como un trapo justo antes de ser arrojado a la basura, contraatacó relatando sus propias penas y poniendo énfasis en la especial vinculación entre Mikhail y Pasha Hilková. Anna estuvo entonces en disposición de empatizar con Elena (a ella misma le tocaba lo suyo con su propio marido...), pero recomendó a la cuñada que retornase a su vida imperial.
Todavía en agosto, Elena no estaba nada decidida y viajó a Suiza. Intercambiaba cartas con Mikhail, pero le irritaba sobremanera que su marido, que le escribía más o menos cada dos semanas, dedicase la correspondencia casi integramente a ponerla al día de la actividad de su regimiento en la guerra ruso-turca. De Suiza tiró hacia Roma, ciudad que deseaba mucho visitar: allí le sorprendió la noticia de la muerte de su suegra, acaecida el 5 de noviembre de 1828. Elena sintió que, con su suegra, desaparecía también su mayor protectora: María se había propuesto resueltamente mantener el matrimonio de su hijo menor con su sobrina nieta a cualquier precio. El fallecimiento de la zarina sumió a los Romanov en un duelo intenso e intensivo, así que Elena dejó de recibir noticias de su familia política y la colonia rusa en la Ciudad Eterna, ciudad que por cierto estaba en luto por el deceso del Papa, marcaba distancias respecto a ella porque ya la consideraban casi "ex esposa" de Mikhail. A Elena aquello le afectó profundamente: estaba nerviosa, no probaba bocado, apenas dormía y perdió mucho peso.
Poco a poco la situación mejoró. Mikhail enviaba cartas en las que hablaba de sus hijas pequeñas, Lily y Caty, a las que Elena echaba terriblemente de menos. Según Mikhail, las niñas estaban maravillosas, aunque la pequeña Lily se celaba cada vez que él hacía caso a sus primas imperiales, las hijas de Nicolás y Alexandra. Mikhail sugería a Elena que disfrutase de la primavera en Italia, eso sí; y significaba varios meses más de dudas respecto a su futuro por parte de Elena, con quien se reunió su padre, Paul.
Al final, Elena Paulovna volvería a Rusia a mediados de octubre de 1829, después de casi dos años de ausencia. En todo ese tiempo, había tenido a María, pero Lily y Caty habían estado privadas de su madre. Previamente al retorno, Mikhail había viajado a Ems para compartir con Elena uno de aquellos benéficos tratamientos termales, ya que la salud de él también lo requería, y, después, él había retornado a San Petersburgo mientras Elena todavía visitaba en los Países Bajos a su cuñada Anna Paulovna, que la animó a retomar la vida en Rusia con mayor templanza y ánimo. Cuando Elena llegó a San Petersburgo, de hecho, Mikhail no estaba allí: se preveía que llegase a la ciudad diez días más tarde. El zar Nicolás I bromeó con que Elena se había adelantado porque no quería perderse la presencia en la ciudad del gran naturalista Alexander von Humboldt, que acababa de completar una expedición científica por los Urales.
1830 fue un año particularmente animado en San Petersburgo, porque Rusia había salido victoriosa en su conflicto frente al Imperio Otomano. La gran duquesa Elena Paulovna, de nuevo en su Mikhailovsky con sus tres hijas, pudo retomar una vida social que estaba en plena efervescencia postbélica. Elena se apoyaba en sus amigas, la condesa Nesselrode y la condesa Apraxina, así como en su devota dama de honor, Annette Tolstaya. La relación con su marido seguía dando que hablar, pero hubo cierta avenencia, porque la gran duquesa enseguida quedó de nuevo embarazada.
Las dos últimas hijas de Elena y Mikhail, las grandes duquesas Alexandra y Anna, nacidas en 1831 y 1834 respectivamente, estaban destinadas a durar poco en este mundo. De la mayor, Alexandra, se dijo que era una niña preciosa y risueña, que
"no pudo soportar el proceso de dentición" y murió a los catorce meses de edad. Para su madre, representó un golpe importante, pero también el padre se mostró afligido por la pérdida. Anna, la benjamina, vivió un poco más que Alexandra: diecisiete meses. Cuando desapareció, su padre estuvo tan afectado que su hermano Nicolás, por entonces ya zar Nicolás I porque había sucedido en el trono a Alejandro I, trató de confortarle diciéndole que "ya tenían los dos tres hijas". El gran duque replicó que, efectivamente, los dos se habían quedado igualados a tres hijas, pero el zar tenía además el privilegio de ser padre de cuatro hijos varones (de los cuales el menor llevaba el nombre de su tío Mikhail, por cierto).