¡Qué curiosa coincidencia, Konradin! Precisamente, hoy me he venido a este rinconcito porque resulta que, de vez en cuando, de tarde en tarde, me gusta permitirme a mí misma una sesión de lo que yo llamo "cotilleos Radziwill". O sea...que me leo alguno de los libros "repertorios de pequeñas historietas jugosas" firmados por la princesa Catherine Radziwill. Bueno, en su día, cuando le dió por publicarlos, la princesa Catherine Radziwill, que había nacido siendo la condesa polaca Ekaterina Adamovna Rzewuska, no se atrevía a usar su propio nombre y empleaba el seudónimo Paul Vasili, jejeje.
La Radziwill es una chismosa "de aúpa". Por eso, en algunas ocasiones, me doy el caprichito de una de mis relecturas de "cotilleos Radziwill".
Pues bien: en las pasadas semanas, me he estado entreteniendo un ratito cada noche con
"The desillusions of a crown princess", un librito específicamente centrado en nuestra Cecilia. Y venía rauda, porque en la página 3 de este tema, yo proporcioné la siguiente versión del noviazgo entre Fritz y Cilly:
Sin embargo, el káiser estaba bastante exasperado con el joven Fritz. El muchacho tendía a lo insustancial y lo frívolo: en cuanto podía, se dedicaba al dolce far niente con sus amigos, que le jaleaban todas las gracias y le animaban en sus correrías amorosas. La inclinación del príncipe por bailarinas y actrices no tenía, no obstante, nada de peculiar: muchos príncipes de la época buscaban en aquellas hermosas mujeres la diversión y la pasión que no podrían encontrar en las princesas con las que les casaban por motivos dinásticos. Más preocupante resultaba el profundo enganche sentimental y sexual de Fritz hacia la cantante de ópera americana Geraldine Farrar. Geraldine, una preciosidad muy consciente de su poder de seducción, le tenía verdaderamente a sus pies.
El mejor remedio era encauzar a Fritz hacia un matrimonio apropiado. Si ofrecía al Reich una esposa digna y a poder ser glamurosa que asegurase la continuidad dinástica, ya podría seguir retozando con la Farrar.
Así se inició, realmente, la historia: el káiser necesitaba una princesa "magnífica en todos los sentidos" para su mediocre hijo mayor, echó una prolongada ojeada al repertorio de posibles nueras y se decantó por la más rutilante de ellas.
Fritz fue "invitado" a cortejar a aquella muchacha que reunía en su persona belleza, elegancia innata, encanto, modales impecables, educación y, desde luego, pedigree con el añadido de una buena dote. El encargo no le disgustó: tenía asumido que llegaría un instante en que se le encauzaría hacia una verdadera princesa y resultaba una suerte que la verdadera princesa hacia la que le habían encauzado fuese tan atractiva. En cuanto a la propia Cecilia, parece haber acogido con agrado las corteses y delicadas atenciones de Fritz.
En este caso, no cabe hablar de amor. No hubo un romance entre ambos. Sí hubo, en cambio, una mutua inclinación y, de alguna manera, se las apañaron para poner los cimientos de una buena amistad.
Cuando Cecilia visitó por primera vez el Neues Palais en Berlín, la familia imperial se quedó literalmente fascinada por su presencia. La pequeña princesa Victoria Luise apenas daba crédito a sus ojos mientras observaba a la futura prometida de su hermano mayor. Para Victoria Luise, "Cilly" representaba una princesa "de cuento de hadas", envuelta en un aura de pura magia. Con el tiempo, una cálida relación se desarrollaría entre ambas porque Cecilia tenía el don de establecer vínculos afectivos con casi todos los que la trataban de cerca. Incluso el serio y adusto káiser se rendía ante el encanto de su inminente nuera (en sus años de juventud, el káiser había estado perdidamente enamorado de Ella de Hesse, otra princesa de cuento de hadas por su aspecto y por su naturaleza; es probable que Cecilia le hiciese recordar a la Ella que le había llevado incluso a escribir poemas de amor en su etapa universitaria, un detalle sorprendente dentro de la biografía severa y plagada de autoritarismo soberbio de Willie).Esa era la historia tal y como yo la conocía, jajajaja. Sin embargo, Catherine Radziwill ofrece otra versión de la historia, que tiene su interés también.
Catherine Radziwill presenta a Fritz como un tipo bastante desagradable en conjunto. Indica que podía ser
"very secretive on some occasions and extremely exuberant en others, he presented a curious mixture of his father´s versatility and his mother´s reticence". Más o menos: a veces podía ser exageradamente introspectivo, cerrado en sí mismo, mientras que al momento siguiente daba rienda suelta a su temperamento sin pararse en barras. Se mostraba a menudo amable y complaciente en sus relaciones sociales, pero cuando se ponía sarcástico, causaba estragos. Algunos que le trataron de cerca mencionaron su potente vanidad, su arrogancia, una veta de brutalidad e incluso cierta tendencia a la violencia. Vamos, que la Radziwill nos lo deja fino, por no decir que sí menciona su gusto por las aventuras de faldas. Por lo visto, Fritz sólo se amilanaba en presencia de su imperial padre, Wilhelm, quien nunca había ocultado que el favorito entre sus hijos, el heredero que francamente le hubiera hecho sentir orgulloso, era Eitel Friedrich.
Wilhelm había indicado a Fritz, en vista de las constantes aventuras de éste y en especial de su obcecación con la cantante Geraldine Farrar, que íba sonando la hora de que se buscase una princesa digna de aparecer en el frondoso árbol genealógico de los rampantes Hohenzollern. Pero, según Radziwill, el káiser jamás pensó, ni por un segundo, que su heredero tiraría hacia Cilly de Mecklenburg-Schwerin. Wilhelm siempre había mostrado una gran aversión hacia la gran duquesa Anastasia, Stassie, la escandalosa viuda de Friedrich Franz III, muerto de forma que había dado pábulo a un verdadero alud de rumores en toda Alemania. De hecho, Wilhelm había puesto literalmente a caer de un burro a Wilhelm. Y Stassie, en su día, no se había mordido la lengua. En el curso de una gran fiesta a la que había asistido en París, había declarado, vehemente, que el káiser le parecía un hipócrita redomado,
"el mayor hipócrita de toda Europa" . La ilusión de Stassie radicaba en que sus hijas se casasen fuera del círculo de los numerosos príncipes germánicos. Le alegró enormemente que su hija Alexandrine se comprometiese con Christian de Dinamarca, ya que la familia real danesa no mantenía, tradicionalmente, buenas relaciones con los Hohenzollern de Prusia desde el viejo conflicto por la soberanía en los ducados de Schleswig-Holstein.
Radziwill sitúa el primer encuentro de Fritz con Cilly en la Riviera francesa, poco después de que Alexandrine se hubiese casado con Christian de Dinamarca. Stassie había querido que Cannes fuese el lugar en el que se llevase a efecto la presentación en sociedad de su hija -una vez más, le importó un bledo lo que pudiesen pensar de eso en Mecklenburg-Schwerin, claro-. En realidad, fue MicheMiche, el hermano de Stassie casado con la bellísima Sophie de Merenberg, quien ejerció de anfitrión en el baile que sirvió para presentar al mundo a Cilly, envuelta en tul blanco y con un hilo de perlas en torno al cuello. Coincidió que Fritz había viajado en esas fechas a Niza y Cannes después de haber pasado unas semanas de asueto en Bordighera, en Italia. Siempre acompañado por el general von Lyncker, Fritz no rechazó la invitación de MicheMiche. Acudió al baile...y vió a la linda debutante Cecilia. Ella debió parecerle muy bonita, porque tardó nada y menos en escribirle al káiser que había conocido a la única mujer con la que podía desear contraer matrimonio. No entró en detalles sobre la identidad de dicha mujer, así que ya podemos suponernos todos que Wilhelm estaría en ascuas durante semanas.
Por lo visto, Fritz se declaró a Cilly casi de inmediato. Radziwill es tajante: si no estaba enamorado, al menos creía estarlo; lo suyo tenía todos los visos de una instantánea infatuación de la guapa muchacha recien presentada en sociedad. A Cilly debió resultarle algo apabullante aquella repentina declaración del kronprinz. Respondió que ella de ninguna manera podía alentarle porque ni siquiera sabía lo que pensaría su madre, Stassie, a cuya tutela estaba sometida. Fritz se dirigió entonces rápidamente a Stassie, que se quedó atónita. Agradeció "el honor" de aquella solicitud de la mano de su pequeña Cilly, pero añadió que preferiría que Fritz no renovase sus declaraciones de amor ni sus propuestas de matrimonio hasta no haberse asegurado en Berlín del apoyo de Wilhelm y Dona. Astuta, nuestra Stassie. Aunque Fritz, mosqueado por la reacción de Stassie, aún se las apañó para hablar de nuevo con Cilly. La chica aguantó el tirón: no pensaba casarse con alguien a quien apenas conocía.
A pesar de las reticencias, lógicas y entendibles, tanto de la ingenua Cilly como de la muy mundana Stassie, Fritz seguía empecinado en salirse con la suya. Por lo visto, no entraba nunca en sus cálculos ni siquiera una remota posibilidad de que una chica prefiriese verse libre de sus solicitudes amorosas. En vez de viajar directamente a Berlín, se las apañó para realizar una escala en Schwerin, dónde se plantó ante el regente, el duque Johann Albrecht. A Johann Albrecht se le debió quedar cara de sota, más o menos, cuando Fritz le instó a que terciase ante la duquesa viuda Stassie para que ésta accediese a una eventual boda del kronprinz con la jovencita Stassie. Johann Albrecht estaba dispuesto a apoyar la idea -una princesa de Mecklenburg convertida en futura kaiserin era algo que le entusiasmaba...- pero, como no pensaba provocar las iras de Wilhelm II, indicó a Fritz que consideraba pertinente que éste tratase el asunto, antes de nada, con su padre en Berlín.
Y así llegamos al momento en que Fritz llega a Berlín, presentándose ante un padre, Wilhelm, que estaba ansioso por saber con qué princesa alemana de religión protestante quería casarse su heredero. A tenor de lo que cuenta Radziwill, al escuchar de labios de Fritz el nombre de Cecilia de Mecklenburg-Schwerin, Wilhelm
"was quite stupefied". La estupefacción inicial se convirtió en un cabreo de no-te-menees cuando Wilhelm supo que Fritz había tenido el descaro de tratar el asunto con el regente Johann Albrecht de Mecklenburg-Schwerin ANTES de haber escuchado su parecido al respecto. Aquello, para Wilhelm, significaba que "el imbécil de Fritz" le había puenteado vergonzosamente. El káiser se tomó inmediatamente una revancha, indicando que no se anunciaría ese noviazgo durante al menos un año porque quería que los eventuales contrayentes tuviesen plena seguridad de que les cuadraba aquella boda. Para sorpresa de nuestro káiser, Fritz estuvo de acuerdo. Le confesó a Wilhelm que él sabía que seguiría deseando la boda al cabo de un año y que ese período de doce meses quizá le vendría bien para vencer la inicial reticencia de Cilly a tomar en cuenta siquiera su propuesta nupcial. Esto acabó de dejar "espatarrado" a Wilhelm: todo el tiempo, había dado por hecho que su hijo se había declarado, que la chica estaba encantada, que la madre de la chica se sentiría plenamente triunfante por ello y que el regente del ducado dichoso estaría a punto de estallar de puro júbilo; y de repente su hijo confesaba que él quería casarse, que él estaba maniobrando para casarse, pero que la "novia" no tenía especial interés en el papel de "novia". Era demasié para Wilhelm, un Hohenzollern tan endemoniadamente pagado de sí mismo y de su linaje que no podía creerse que una princesita sin especial significación se resistiese a la oferta de casarse con el heredero del Reich -independientemente de lo que valiese o dejase de valer Fritz como hombre-.
Fritz no tardó mucho en volver a Cannes, dispuesto a cortejar a Cilly. Pero Stassie se había llevado a Cilly lejos de la Riviera francesa. Las dos habían viajado a Vevey, una hermosa localidad a orillas del lago Ginebra, en Suiza. El chasqueado Fritz tuvo que hacer ruta a Vevey, algo con lo que no había contado, para empezar a bailar el agua a su "novia". Aunque la conducta de Fritz hizo que Stassie empezase a calcular en su mente las ventajas de un casamiento imperial de Cilly, la muchacha seguía completamente renuente. El tío Nicholas Mijailovich, el hermano favorito de Stassie, que se pasó también por Vevey de visita, habló con Cilly para pedirle que no rechazase a la ligera la mano de un heredero imperial. Le indicó, expresamente, que aquello podría permitirle a ella, en un futuro, trabajar para mejorar las relaciones entre Alemania y Rusia. El propio anciano abuelo de Cilly, el gran duque Mikhail Alexandrovich, escribió a la nieta rogándole que eligiese su futuro con buen sentido común. En conjunto, todos empujaban a Cilly hacia un "sí quiero".
En cuanto el asunto estuvo decidido, Wilhelm II invitó al duque Johann Albrecht a visitarle en Berlín. El regente tuvo que asistir a una reunión dónde el káiser dejó claro cómo estaban las cosas en relación con lo que él consideraba el gran handicap de Cilly: la madre de la novia, Stassie. Wilhelm íba a tener la "generosidad" de permitir que Stassie asistiese en Berlín a la boda de Cilly con Fritz, pero exactamente AL DÍA SIGUIENTE de aquel evento, no más tarde, la gran duquesa viuda debería abandonar la capital del Reich. Se le permitiría volver única y exclusivamente en ocasiones especiales, en concreto cuando naciese el primer retoño de la nueva pareja. Adicionalmente, Wilhelm expresó a Johann Albrecht su deseo de que Fritz pudiese profundizar el noviazgo con Cilly en cualquier lugar en el que no estuviese presente, interfiriendo de un
modo u otro, la gran duquesa Stassie. Ya puestos, esperaba que más tarde Cilly viajase a Postdam y se quedase allí, cuidadosamente protegida, hasta el día de la boda.
El regente, claro, no le puso ni una pega al káiser -y Stassie, cuando se enteró del contenido de la entrevista, tuvo la inteligencia suficiente para no forzar la mano porque podía echar a perder la gran boda imperial de su benjamina-. Así que Cilly, con una dama de compañía, fue enviada a la ciudad de Florencia, en la Toscana, para que se alojase en una serie de elegantes habitaciones del Hotel de La Grande Bretagne. Fritz llegó a Florencia después de que lo hubiese hecho Cilly, con su inseparable general von Lyncker, instalándose en otro hotel, el Hotel de La Villa, convenientemente cercano. Entre los episodios destacados de aquellas semanas en la Toscana, Radziwill menciona una visita de la pareja Fritz&Cilly a la localidad de Fiesole, cercana a Florencia. Según cuenta Radziwill, hubo un incidente bastante serio en torno a un perro que se aproximó juguetón; cuando Cilly pretendía hacerle unas caricias al animal, Fritz, asqueado por el aspecto desastrado y en absoluto glamuoroso del can, le asestó un golpe para alejarlo de ellos. A partir de ahí, surgió una discusión encendida, porque Cilly cogió el perro en brazos para calmarle mientras Fritz la instaba a desprenderse de inmediato de aquel inmundo animalucho. Fue algo penoso en particular porque una mujer de Fiesole, alertada por el griterío, se acercó pálida y demudada a interesarse por el pequeño Fido, que así se llamaba el perro. Cilly, que hablaba italiano con cierta soltura, conversó amablemente con la mujer de Fiesole, algo que acabó de sentarle como un tiro a Fritz, que no entendía ni media de italiano y debió sentirse tristemente ignorado. Al final, la princesa se llevó a Fido consigo, con las bendiciones de la paisana y para enojo supremo de Fritz.
Radziwill considera que el incidente "Fido" estuvo en un tris de acabar con el incipiente compromiso de Fritz&Cilly. Pero el kronprinz debió considerar que no le quedaba bonito tratar con rudeza a su jovencísima novia y que más le valía hacer las paces, a la vez que aceptar resignadamente la presencia en la vida de ella del "patético Fido".