Infante Joao, duque de Beja:

Joao duque de Beja era lo que se suele describir como un mozo prometedor. Había crecido firmemente unido a sus hermanos mayores, Pedro y Luis. A Pedro le había servido lealmente y esperaba hacer lo propio con Luis, de quien sería heredero mientras éste no tuviese hijos en un legítimo matrimonio principesco.
Luis había manifestado preferencia por la marina y Joao por la caballería. Se había integrado perfectamente en el segundo regimiento de lanceros, del que era comandante en jefe. Todos sus oficiales parecían apreciarle, porque no había en él presunción ni arrogancia algunas. Mostraba un talante sencillo y afable, además de ganas de cumplir con sus funciones. Se le quería...y más se le quiso cuando se puso al frente del cortejo fúnebre de su hermano Pedro. Era su manera de contribuír a dar una imagen de estabilidad de la monarquía lusa, en un momento en que crepitaba en la atmósfera la sospecha de que Fernando, Pedro y el joven Augusto habían sido envenenados, salvándose Augusto casi de chiripa.
Luis había tenido que hacerse cargo del considerable mosqueo de los lisboetas. Le habían pedido que no se instalase en el Palacio das Neccesidades, de dónde también se había sacado a toda prisa al joven Augusto. Augusto, por cierto, estaba aún reponiéndose y, para no frustrar sus mejorías, se le ocultó lo que había pasado. Ignoraba que Fernando y Pedro habían muerto, sólo se le explicó que, para evitar contagios, debían llevarle al palacio de Belém. Asimismo, se sugirió que Joao se quedase en el palacio de Belém y que Luis ocupase el palacio de Caxias. Afortunadamente, palacios no les faltaban a los Braganza.
Pero las cosas fueron a peor cuando Joao enfermó. También había sido alcanzado por la fiebre tifoidea, que era extremadamente contagiosa. La muerte le alcanzó a finales de diciembre, con diecinueve años de edad. Los rumores de que estaba con un pie de la tumba habían estado recorriendo la ciudad en los días precedentes, inflamando los ánimos. De nuevo brotaba la teoría de la conspiración, de la mano negra que íba eliminando mediante venenos a los príncipes de Braganza. Fernando, Pedro, Joao: ya había tres víctimas. Por evitar mayores alborotos, a Joao se le enterró de noche, prácticamente en secreto, mientras que Augusto fue sacado apresuradamente del palacio de Belém para conducirle al palacio do Lumiar, propiedad del caballero Villalobos.
Imaginaos el drama. Luis, el rey, vivía rodeado de súbditos convencidos de que alguien (el marqués de Loulé seguía en boca de casi todos...) estaba matando a los príncipes de Braganza. A las muertes de Fernando y Pedro, se añadía la de Joao. Sólo quedaba para heredar a Luis el infante Augusto, duque de Coimbra, de catorce años, que estaba recluído en el Lumiar sin tener ni idea de lo que había ocurrido con tres de sus cuatro hermanos mayores.
Si tenemos en cuenta tal concatenación de hechos, tampoco es extraño que floreciese la leyenda de la maldición de los Coburgo.