Ya os aviso de que este tema tiene más bien poco glamour imperial y en cambio rezuma decepción, tristeza, amargura y resentimiento...
Es la historia de cómo una princesa convertida en gran duquesa imperial acabó volcándose por entero en actividades caritativas por dar rienda suelta a una fervorosa religiosidad. Muchos consideraron genuínas, tanto a la princesa como a su religiosidad, y la ensalzaron como si se tratase de una santa en vida en particular desde que tomó los hábitos. Otros, en cambio, la tenían por una perfecta meapilas considerablemente hipócrita. Fuese lo que fuese, el tema resulta entretenido e interesante, pero ya os digo que aquí glamour casi nada.
Poniéndonos en situación: en marzo de 1855, cuando asciende al trono Alejandro II tras la muerte de su padre Nicolás I, Rusia se encuentra inmersa en la Guerra de Crimea, así llamada porque precisamente la península de Crimea se convirtió en el escenario bélico. La contienda va de mal en peor para los rusos, que se dan cuenta de que no les queda otra que buscar una paz por complicado que resulte negociarla después de que a principios de septiembre, tras un asedio de once meses, cae en manos de los adversarios (el imperio Otomano, Reino Unido, Francia y el reino de Cerdeña, y sí, yo también me pregunto qué chispas pintaba ahí el reino de Cerdeña...) la muy estratégica Sebastopol.
En ese contexto, nada grato, en noviembre de 1855 el zar Alejandro II anuncia el compromiso de uno de los dos hermanos menores aún solteros, el gran duque Nicolás Nicolaevich, Nizi para la familia. La elegida para él, la futura gran duquesa, es Alexandra Petrovna de Oldenburg, bisnieta del zar Pablo I y de la zarina María Feodorovna, tataranieta por tanto de Catalina II la Grande.
Anna Tyutcheva, dama de honor de la zarina María Alexandrovna, esposa de Alejandro II, es de esos personajes femeninos de corte imperial que se marcaron el detallazo con la posteridad de dejar extensos Diarios. En su Diario, Tyutcheva...
Tyutcheva, nuestra querida cotilla.
...señala que el gran duque Nicolás "Nizi" llevaba tiempo incomodando a todos porque le había dado por enamorarse de una de las jóvenes damas que atendían a su madre, la emperatriz viuda Alexandra, la "Mouffy" de Nicolás I. Esa moza en cuestión, Anna Karlovna Pillar, tenía la suficiente cabeza para no dejarse llevar; pretextando un oportunísimo quebranto de salud, había solicitado permiso a fín de retirarse unos meses a un clima favorecedor, nada menos que el de la hermosa -y muy lejana...- Venecia. Apreciando la delicadeza y discreción de la moza, por supuesto que se le había otorgado la venia. Pero ese episodio había imprimido un nuevo impulso a la elección de una esposa apropiada para Nizi. Al final, Alejandro II se había decidido por Alexandra Petrovna, la mayor de los ocho hijos que la princesa Teresa de Nassau-Weilburg había proporcionado a su querido y respetado marido el duque Pedro Georgevich de Oldenburgo.
Pedro Georgevich de Oldenburgo había sido el mayor de los dos hijos fruto del -feliz- matrimonio de la gran duquesa Katia Paulovna con su primo Georg de Oldenburg, gobernador de la región del Volga. Al enviudar de Georg, Katia había contraído segundas nupcias -de nuevo por amor...- con otro primo, el heredero del reino de Württemberg, después Wilhelm I; pero ella misma había fallecido, a consecuencia de unas erisipelas, tras dar a luz a dos niñas para el linaje Wúrttemburgués. El zar Nicolás I, en atención a la memoria de Katia, había reclamado en San Peterburgo a los hijos Oldenburg de ella, Pedro y Constantin. Los dos recibieron la pertinente instrucción militar antes de incorporarse, en calidad de oficiales, al regimiento de la Guardia Imperial, el más prestigioso de todos los regimientos. Por supuesto, ascender a la velocidad de la luz era lo natural en unos sobrinos queridos del zar Nicolás I. Al cabo de décadas, el nuevo zar Alejandro II apreciaba, y no poco, los buenos servicios de décadas de su primo Pedro de Oldenburgo...

Pedro.
...que ya os voy contando que aparte de un concienzudo militar, era un sorprendentemente talentoso pianista y compositor. El hombre se había casado en su día con la princesa Teresa de Nassau-Weilburg...
Teresa.
..y ella, rica y refinada, había sufrido desde niña un padre extremadamente violento que había tenido aterrorizadas tanto a sus dos sucesivas esposas como a los hijos de ambos matrimonios, lo que tal vez le hizo desarrollar un carácter un tanto serio, retraído, algo hosco y a menudo demasiado sarcástico. Pero Teresa debió sentirse afortunadísima por haber dado con un marido atento, respetuoso y cariñoso. Pedro y Teresa pasaban sus inviernos en una residencia palaciega en Peterhof, se retiraban en verano a Kamenoi-Ostroff, y nunca dieron nada malo que hablar, al contrario. Habían tenido ocho hijos: Alexandra, Nicolás, Cecilia, Alejandro, Catalina, Georg, Constantin y Teresa; y de esos ocho retoños, solo Cecilia había muerto tras pocos meses de vida. Existen varios retratos de infancia de los niños Oldenburg, criados en la fe luterana de la madre, pero a la vez en un entorno profundamente rusófilo:
Cinco niños Oldenburg, Alexandra es la mayor de las niñas, la que preside la escena.
Siete niños Oldenburg: Alexandra, con un artístico trenzado en sus cabellos, sostiene en brazos a la bebé Teresa.
Siete niños Oldenburg.
Y aquí van seis miniaturas, seis, una por cada crío Oldenburg a excepción de Georg, que no sé porqué no le encuentro ni rebuscando debajo de las piedras:
Nuestra Alexandra.
Nicolás.
Alejandro.
Catalina.
Constantin.
Teresa.
Alejandro II apreciaba mucho al primo Pedro y a la prima Teresa, en resumen. Y había considerado que Alexandra íba a resultar la esposa perfecta para Nizi, porque se trataba de una chica criada en una atmósfera ilustrada y artística, sensible,
modesta y educadísima. Guapa no, la verdad, pero es que una no podía tenerlo todo...¿no?.
Alexandra joven. Y eso que en los retratos, el pintor solía echar "una manita favorecedora"...
Anna Tyutcheva, que es impagable, registró en su Diario la ceremonia oficial de conversión a la ortodoxia de Alexandra Petrovna, que pudo conservar su nombre y su patronímico que para algo había nacido en la mismísima San Petersburgo. Según Anna, la princesa Alexandra llevaba ese día sus cabellos peinados con extrema sencillez y un vestido de satén de color blanco, sin adornos de ninguna clase; parecía verdaderamente concentrada y hasta emocionada, pero la emoción "no la favorecía" para nada, porque enrojecía su tez y se daba la casualidad de que el cutis blanco prístino venía siendo el único rasgo físico elogiable en Alexandra. Anna no dice que no era guapa, sino que dice directamente que era fea, y ya hay una diferencia -algo sutil, quizá, pero la hay...- entre lo uno y lo otro.