Alexandra.
Según Samborski, los celos de María Teresa se transformaron en inquina y la inquina generó un auténtico "bullying" hacia Alexandra. El palatino Josef se había encariñado mucho con su joven esposa rusa, pero no tenía los recursos para protegerla de la animadversión de la emperatriz, que se manifestaba constantemente. Adicionalmente, al poco de llegar a Viena, Josef tuvo que irse a Italia a comandar tropas (estamos en la época de las campañas italianas de Napoleón, queridos), de
modo que Alexandra se vió bastante sola, con los únicos apoyos de Yulia Palen y el padre Samborski.
Era joven, e intentó encajar en su nueva corte. Una anécdota indica que María Teresa se enojó porque su concuñada rusa había llegado con un "surtido" de joyas espectacular, que, por cierto, aprovecho para enseñaros uno de los conjuntos de Alexandra que se conservan, creo que en el Hermitage...
Joyas de Alexandra.
La emperatriz debió considerar que con tanta alhaja extraordinaria, Alexandra lucía más de lo que correspondía y le prohibió usarlas. Según esa historia, en el siguiente evento al que debían acudir, una función pública, Alexandra compareció adornándose simplemente con flores frescas. La gran duquesa y archiduquesa debió ofrecer una imagen más ingenua, más cándida, con aquella guirnalda de flores en su cabeza, porque la gente consideró que estaba divina. Ese tipo de reacción positiva hacia ella no hizo sino envenenar aún más a María Teresa, siempre ateniéndonos a los relatos de Samborski.
Se podría decir que Alexandra fue infeliz en Viena...y más feliz en Buda. Cuando Joseph volvió de Italia, la pareja pudo trasladarse a la capital húngara y ella estaba muy contenta de poder representar su propio papel de "palatina" entre los magiares. Lo que pasa es que Alexandra, en realidad, no era sólo Alexandra, una bonita princesa recién casada: era también un poderoso símbolo político. Los territorios en los que Joseph actuaba como gobernador incluían una significativa minoría de eslavos, que acogieron con especial simpatía a aquella gran duquesa RUSA y, muy importante, ORTODOXA. El cardenal József Batthyány, arzobispo en la revelantísima diocésis de Esztergom, era un hombre de edad avanzada y estaba en las últimas...moriría pronto, de hecho. Pero reservó parte de sus postreras energías para manifestar rechazo hacia la esposa rusa del palatino, por tratarse de una "hereje"; y su posición arrastró a otros miembros de la jerarquía católica. No obstante, Joseph era popular entre los húngaros, que le agradecían que hubiese aprendido su idioma (nada fácil) y que ofreciese un perfil político
moderado; y Alexandra parece haber caído en gracia también. Se hicieron lo bastante queridos como para "preocupar" en Viena, no fuese ser que los húngaros se apegasen tanto a los "palatinos" que se olvidasen de que éstos únicamente representaban al emperador, que, recordad, tenía una emperatriz bastante pelusona a tenor de los coetáneos.
Alexandra se embarazó pronto, pero tuvo un embarazo complicado por lo que parece haber sido hiperémesis gravídica...sí, lo mismito que Kate Middleton duquesa de Cambridge. Es inevitable compaderse de aquella chiquilla (rondaba los dieciocho años de vida, tenedlo presente) alejada de su familia y afrontando con bastantes pocos apoyos un embarazo difícil. Desde la corte imperial, se le designó un médico para que la atendiese en todo aquel proceso, el doctor Ebeling. Si hacemos caso de Samborski, Ebeling ejercía menos de médico que de intrigante cortesano, de esos que llevaban las murmuraciones a oídos de María Teresa en Viena; quizá un informador o, por decirlo de otra manera, un espía en toda regla. Siguiendo sus indicaciones, en la cocina se preparaba a Alexandra comidas que a ella le resultaban demasiado pesadas, lo que intensificaba sus vómitos: Samborski aduce que él habría tenido que adquirir por su cuenta "alimentos sencillos" que se preparaban "a escondidas" para tratar de alimentar a una palatina que se consumía de añoranza por los suyos y de depresión porque a su marido los asuntos militares le habían reclamado a Viena. En determinado momento del embarazo, Alexandra hubo de afrontar un viaje de Buda a Viena, por mandato imperial: es posible que se tratase de evitar que pariese un niño en la capital húngara. Sin embargo, las tropas napoleónicas hacían de las suyas en territorio austríaco y los ejércitos imperiales parecían no poder frenar el avance, por lo que Alexandra al fín retornó a Buda por cuestiones de seguridad.
El trato que recibía Alexandra era conocido en Rusia y el zar estaba absolutamente indignado -muy comprensiblemente si tomamos como verídico todo el relato de Samborski, la verdad-. Pero las protestas del zar sólo lograron que Joseph pudiese acudir junto a Alexandra para acompañarla en la fase final de embarazo y en el parto.