El 17 de noviembre de 1796, había muerto la zarina Catalina II, la "Semíramis del Norte"...
Catalina II de Rusia.
...y casi podríamos decir que con ella moría toda una época de lo que podríamos denominar autocracia femenina. Pensad que, excepto por el brevísimo interludio del reinado efectivo de Pedro III, Rusia prácticamente había pasado de las manos de Elizaveta Petrovna, la hija menor de Pedro el Grande, a las manos de Catalina Alexeievna, simple esposa de un nieto de Pedro el Grande.
Catalina había tenido toda la intención de "remover" a su hijo Pablo, tan decepcionante y enojoso para ella, de la sucesión al trono. Su idea consistía en saltarse una generación, proclamando heredero a su muy querido nieto Alejandro. Pero no llegó a tirar por esa dirección, algo que temían intensamente el propio Pablo y María Feodorovna. La muerte pilló "por sorpresa" a la emperatriz.
El día anterior al de su muerte se levantó temprano, según su costumbre, y comentó a su dama de cámara Maria Savvishna Perekusikhina, a la que quería mucho...
María Perekushkhina, dama y amiga.
...que había dormido esa noche anterior mejor que en ninguna otra noche durante largo, largo tiempo. Luego, se dispuso a tomar su café mientras revisaba papeles en su mesa de despacho. A las nueve, pidió que la dejasen sola y se fue a su vestidor; como aconteció que no salía de allí, Perekusikhina se inquietó bastante, al igual que el ayuda de cámara, que llamó primero a la puerta del aseo adyacente y al no obtener respuesta se armó de valor para forzar la entrada. Encontraron a Catalina tirada en el suelo, con los ojos cerrados y el rostro teñido de un alarmante color púrpura; cuando el ayuda de cámara le alzó la cabeza poniendo todo el cuidado del mundo, de los labios de la zarina surgió un quejido suave. Los sirvientes se apresuraron a llevarla al dormitorio y, dado que no pudieron elevarla para colocarla encima del gran lecho, la tumbaron encima de un colchón dispuesto en el suelo apresuradamente. Para entonces, llegaba ya, avisado de urgencia, el físico Rogerson, que sin perder ni un segundo abrió una vena en el brazo de Catalina. La emperatriz estaba viva, pero se mantenía inconsciente. Era evidente que había sufrido una apoplejía severa.
Dos hombres reaccionaron enviando mensajeros a Gatchina, el palacio favorito de Pablo Petrovich. Uno fue Platón, nuestro Platoncito, que se tragó de golpe todos sus desplantes de años al gran duque y notó el miedo royéndole por dentro: encomendó la delicada tarea de llevar la noticia a Gatchina a uno de sus influyentes hermanos, Nicolás. El otro fue el gran duque Alejandro, de diecinueve años: Alejandro quería que a su padre, Pablo, le quedase claro que él no albergaba ninguna intención de hacerse con el poder aprovechando que estaba en el sitio oportuno en el momento adecuado, así que despachó al conde Feodor Rostopchin. La verdad es que Nicolás Zubov llegó el primero, hacia las cuatro menos cuarto de la tarde: Pablo y María se subieron de inmediato a un trineo para irse a San Petersburgo. Al poco de iniciar el camino les encontró en ruta Feodor Rostopchin. Pablo y María llegaron al Palacio de Invierno a las ocho y veinticinco de la tarde, siendo recibidos por sus hijos Alejandro y Constantino, que, dispuestos a caerle en gracia a su padre, se habían puesto uniformes prusianos, al estilo Gatchina. A Pablo y María les esperaba una larga noche en vela junto a Catalina, que no recobró el conocimiento ni siquiera por un instante y murió al cabo de muchas horas tras recibir la extremaunción aplicada por el metropolitano Gavril.
Pablo ya era el zar Pablo I:
Pablo I.
Y su esposa la zarina María Feodorovna:
María Feodorovna.
Dos de los primeros actos como zar de Pablo I tuvieron un cariz evidentemente familiar. Apenas cuarenta y ocho horas después de la muerte de Catalina, Pablo se presentó en el monasterio de Alexander Nevski, dónde mandó exhumar el ataúd de su padre, Pedro III, a quien una procesión solemne debería conducir hasta el Palacio de Invierno. Aleksey Orlov, hermano del antaño favorito de Catalina Grigori Orlov, había jugado, se decía, un papel destacado en la muerte de Pedro III en Ropsha; ahora, por orden de Pablo I, tuvo que caminar detrás de la urna que contenía los restos de Pedro III, llevando en sus manos un cojín encima del cual se veía la corona imperial. Aleksey Orlov, un hombre de más de dos metros de altura con una muy visible cicatriz cruzando una de sus mejillas que daba cuenta de su azarosa vida, soportó aquella humillación pública con silenciosa dignidad, la mirada al frente y el rostro completamente inexpresivo. La zarina María, sus hijos, sus nueras y sus hijas participaron en la ceremonia solemne de traslado de Pedro, parar que éste pudiese recibir sepultura con todos los honores en la fortaleza de Pedro y Pablo al lado de Catalina II.
El otro acto lo realizó Pablo en su quinto día de reinado, y consistió el elevar al rango de conde a su medio hermano por parte de madre, Aleksey Grigorievich. Aleksey era el hijo que había quedado de la relación de Catalina precisamente con Grigori Orlov, el hermano del humillado Aleksey Orlov. Grigori Orlov había muerto años atrás, en 1783, tras padecer durante tiempo de demencia prematura. Aleksey Grigorievich había crecido alejado de la corte, en Bobriki, en la región de Tula; por esa razón, el zar Pablo I decidió que fuese llamando conde Bobrinsky. Estaba ya casado con Anna Vladimirovna Ungern-Sternberg, una mujer inteligente, amable, de carácter alegre, amante de las diversiones. A Catalina II le había gustado mucho su nuera Anna, y el resto de la familia Romanov fue siempre particularmente cálida con la condesa Bobrinskaya.