¿Y Gustav IV Adolf...?
Gustav IV Adolf a caballo.
El joven estaba cada vez más cerca de alcanzar su mayoría de edad, pero todavía se encontraba sometido a regencia de su tío Carl de Södermanland y, en el día a día, bajo el tutelaje de Nils von Rosenstein, a quien en su momento se había escogido para encargarse de Gustav IV Adolf precisamente por tratarse de un hijo del reputadísimo doctor Nils Rosén von Rosenstein, considerado el fundador de la pediatría
moderna. Aquí os pongo a Nils von Rosenstein, el hijo del doctor y por sí mismo tutor de rey:
Nils von Rosenstein, tutor de Gustav IV Adolf.
Gustav IV Adolf era un chico serio y retraído, un tanto taciturno; solía llevar el pelo rubio suelto y vestía con gran sencillez, generalmente de negro, lo que en cierto
modo le favorecía pero le confería también un aspecto austero. No había en él trazas de una notable inteligencia ni de genio militar, tampoco una ambición que llamase la atención. Parecía intuirse que, en cuanto alcanzase la mayoría de edad y empezase a gobernar sin regente, los suecos tendrían un rey que, sin ser ningún lumbrera, cumpliría su cometido con sentido común y contención. Eso parecía intuírse entonces, sí.
Sin embargo, coincidiendo con el anuncio de compromiso de Gustav IV Adolf con Luise Charlotte de Mecklenburg-Schwerin, se produjo un episodio que podríamos considerar "perturbador". El duque Carl de Södermanland tenía una bella esposa, la duquesa Hedwig Elisabeth...
Hedwig Elisabeth, la tía política de Gustav IV Adolf.
...y ésta presidía una corte bastante refinada en la que abundaban -¡cómo no!- las damas de cámara, las damas de compañía y las damas de honor. En ese extensísimo repertorio de damas, figuraba una jovencita, Ebba Wilhelmina Modée. Ebba, una hija de Carl Wilhelm Modée, almirante y gobernador de Karlskrona, y su esposa Ebba Ulrika Sparre.
En realidad, Ebba Modée acababa de incorporarse un año antes a la corte de la duquesa de Södermanland, que la tenía fascinada, pero no tanto para perder la cabeza cuando el mismísimo Gustav IV Adolf empezó a cortejarla insistentemente. Quizá también se hubiese iniciado el enamoramiento, que resultó ser intenso y duradero, de Ebba respecto al joven militar conde Axel Otto Mörner, un hecho que la ayudó a mantenerse firme a pesar de los requerimientos del monarca. Ebba aguantó la presión incluso cuando el arrebato del monarca superó toda racionalidad: él le prometió que estaba decidido a romper con Luise Charlotte, presentar su abdicación (tenía el documento preparado) y marcharse con ella a Bohemia, dónde se instalarían una vez casados. Podéis apreciar que Gustav echaba el resto, en lo que se refería a Ebba. Pero Ebba no entraba en la categoría de chicas decididas a aprovecharse de esa clase de oportunidades que sólo se presentan una vez en la vida. Su firmeza resultó providencial, por lo que concernía al duque de Södermanland, informado de la evolución de todo aquel asunto.
Catalina II, desde Rusia, no se preocupaba por una Ebba Modée (¡faltaría más!), pero sí por una Luise Charlotte de Mecklenburg-Schwerin. Con evidente rencor, Catalina escribió a su amigo von Grimm:
"Puedo afirmar tranquilamente que es difícil encontrar a alguien que iguale su bellezo, talento y gentileza [de Alexandra]
, por no mencionar su dote, que para un pobre sueco es de gran importancia por sí misma".Y, en otra carta posterior:
"¿Pero porqué casar al rey [tira con bala al regente Carl, claro]
con una muchacha simple y fea?¿Porqué merece el rey tan cruel castigo, cuando estaba pensando en casarse con la Gran Duquesa, cuya belleza es elogiada por todos como si poseyesen una única voz?".Las referencias a Luise Charlotte no eran nada amables, desde luego. La muchacha, de pelo rubio y piel casi traslúcida, de figura menuda y con una ligera curvatura en la espalda que a Catalina le parecería una joroba con todas las letras, no poseía un gran atractivo físico; sin embargo parece haber sido inteligente, vivaz y cultivada. Gustav IV Adolf tampoco se hubiese llevado una novia "para espantar pájaros" precisamente.
Pero el quid de la cuestión, en gran medida, estaba en las ventajas materiales que ofrecía la alianza con Rusia. Rusia tenía un estatus de gran potencia del cual adolecía Mecklenburg-Schwerin y, por añadidura, las arcas imperiales rebosaban de riqueza, la riqueza fluía lo que se dice a borbotones. Si los pobretones suecos querían sacudirse de encima sus apreturas económicas, las inyecciones monetarias rusas podían representar una enorme diferencia.
Adicionalmente, Catalina seguía con lo suyo. En febrero de 1796, la familia imperial fue testigo de una nueva boda: esta vez le tocaba el turno al gran duque Constantino, el hermano varón que seguía en edad a Alejandro. A Constantino...
Constantino.
Constantino, a la izquierda de la imagen, con Alejandro, que ocupa la posición hegemónica, igualito que en el corazón de la babushka Catalina.
...le apetecía más bien poco casarse. Era un chico inmaduro y de carácter turbulento, que sólo pretendía ocuparse de su carrera militar (le encantaba, oigan) y disfrutar de su posición de gran duque. Pero Catalina le aplicó el mismo tratamiento que a Alejandro: mandó llamar a tres princesas, hermanas entre sí, para que el chico eligiese a una. A Alejandro, en su día, le habían puesto por delante tres princesas de Baden y a Constantino se le habían puesto por delante tres princesas de Sajonia-Coburgo-Saalfeld. Las chicas -Sophia, Antoinette y Juliane, llamada en familia Jülchen- estaban acostumbradas a un entorno de constantes penurias económicas, también; llegaron a la muy opulenta corte rusa luciendo sus mejores vestidos, que sin embargo eran de una sencillez y falta de elegancia tal que les valieron muchas burlas. Se dice que Catalina la Grande estaba dentro de su palacio asomada a un gran ventanal para ver cómo se presentaban las princesas Saalfeld: cuando el carruaje de éstas se detuvo, Sophia descendió la primera casi a la carrera; Antoinette bajó detrás no queriendo quedarse rezagada y solamente la menor, Jülchen, se tomó su tiempo para descender con toda la parsimonia del mundo. Aquella actitud conquistó por completo a Catalina. Por supuesto, Constantin se casó con Jülchen, convertida en ortodoxa con el nombre de Anna Feodorovna...


Anna Feodorovna.
Solamente voy a decir que al menos Luisette (Elizaveta Alexeievna) y Jülchen (Anna Feodorovna) simpatizaron casi de buenas a primeras y se tuvieron la una a la otra, porque felicidad en sus prematuros matrimonios no encontraron ninguna. Pero a Anna Feodorovna, en concreto, le había tocado un marido particularmente desagradable y repulsivo, capaz de disparar desde un cañón docenas de ratas para darle un susto enorme a su jovencísima esposa.